Algunas características ‘pijas’ más

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Algunes características ‘pijas ’ más.

La fonética. Es bien verdad, tal y como nos han hecho notar desde Salvador Pániker, en su Cuaderno amarillo, hasta Martes y Trece, en múltiples galas de Fin de Año, que algunos pijos, a nivel fonético, pueden presentar unas características fangosas que les empujan a tragarse sonidos, a amontonarlos, o incluso, a sobreponerlos, un poco a la manera de las transparencias de Picabia, pero en lugar de utilizar imágenes, utilizando fonemas.

Hay otra categoría de pijos que murmuran. Al hacerlo, consiguen que cerca de ellos se haga un silencio tirando a sepulcral a causa de que nadie, si no tienes la oreja perfectamente entrenada (es decir, si no eres mayordomo de carrera y has desarrollado el talento de la anticipación), ni oiga ni entienda absolutamente nada de nada de lo que han dicho.

Estos dos fenómenos, murmurar y el fangueo fonético, suceden, básicamente, porque los pijos no han desarrollado el lenguaje como lo hacemos el resto de humanos, y no lo han desarrollado porque, simplemente, no lo han necesitado: si tú tocas un timbre, o haces sonar una campanilla y aparece un criado con un filet mignon y patatas como las de Fonda Europa, una botella de champán, el coche en la puerta, el jet en la pista, la maleta para ir a Ginebra perfectamente hecha, el caballo ensillado, la arma cargada y los pichones elevados, la chimenea encendida... Si con un microgesto (a veces no hace falta ni mover un dedo, con la telepatía hay suficiente) consiguen tanto y a tanta velocidad, ahora decidme: ¿qué necesidad hay de articular ni media palabra? La ciencia está estudiando el fenómeno porque se han dado cuenta de que las nuevas generaciones pijas tienen, a nivel articular, si la comparamos con la de miembros de otras clases sociales, una movilidad de mandíbula mucho más reducida debido al desuso y la poca práctica fonética heredada generación tras generación.

Las llaves. Los pijos nunca llevan encima las llaves de casa, mejor diríamos de sus múltiples casas; ni de sus casas, ni de ninguna parte (el piso de rambla Catalunya, la casa de Cadaqués, la de la Cerdanya, la torre de Pedralbes, el coche, el fueraborda, el secreter del dormitorio principal, la bodega...). Esta particularidad, la de no llevar llaves, la desarrollan porque siempre hay alguien (del servicio) que les abre la puerta, es decir, siempre hay alguien (el masovero) que permanece, sin desfallecer, a la espera de que aparezcan por sorpresa, y es que, llegados a este punto, tendríamos que aprovechar para recordar, una vez más, que cambiar de planes es, también, una característica definitivamente pija . Por lo tanto, la pregunta “¿Alguien ha visto mis llaves, que no las encuentro?” es una pregunta típica que solo puede llegar a formular un miembro agobiado de la clase media depauperada.

Et in arcadio ego. Cuando llegas a su casa del Empordà (ellos lo llaman “el Ampurdán”), una masía de piedra maciza construida al final del siglo XVII, con, si no has contado mal, tres soportales adornados con hiedra y buganvilias y rodeada de un terreno frondoso de seis hectáreas donde caben holgadamente dos piscinas, una pista de tenis, cuadras, un gallinero, colmenas de abejas (“Luego te llevas un pote de miel y media docena de huevos, que no se nos olvide”), dos edificaciones que ellos llaman “pabellones” (y que tú no tienes ni idea de para qué cojones deben servir), una estructura cubierta de parra que ellos llaman “el comedor de verano” y un jardín a la francesa... Por un momento, y después de hacer el inventario mentalmente de todo lo que acabas de ver, entiendes de repente, directamente, sin nunca haber leído ni una línea y por la vía del empirismo, El capital de Karl Marx.

Superada esta sensación agridulce que tú determinas que debe ser pura rabia de clase, tragas saliva y dices “Ostras, qué maravilla. Estáis muy bien aquí, qué relax” o alguna mierda similar, realmente poco inspirada, a la que la pija de turno contestará: “No te creas, pagamos un IBI que te deja temblando, no sabes la de problemas que tuvimos para conectarnos a la red de agua, la cobertura del móvil es una auténtica lata y el wifi va muy de aquella manera, vamos, que ni que estuviéramos en Ghana...”, a lo que tú, incapaz de frenar tu nueva tendencia a la imbecilidad y cediendo, irremediablemente, al castellano, responderás: “En todas partes cuecen habas”.

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