Carlos Francos: "En Catalunya faltan oportunidades para hacer circo"
Artista circense
Los padres de Carlos se hacían cruces. No entendían ni cómo ni por qué, pero sin darse cuenta la criatura se les escapaba de la cuna y aparecía en un lugar diferente de la casa. "Se lo hice pasar mal, pero al final se acostumbraron", explica riendo Carlos, que de más mayor hacía empalidecer a los monitores del cau cuando trepaba al árbol más alto y saltaba de un lugar a otro. Ahora, más que hacer sufrir, hace que el público se quede boquiabierto cuando da saltos mortales en medio de la pista de circo. Con 24 años, Carlos Francos ya trabaja con una de las compañías de circo contemporáneo más importantes del mundo, la canadiense The 7 Fingers, fundada por exartistas del Cirque du Soleil. Paralelamente, también ha creado con un amigo su propio proyecto en Barcelona, La Kanija.
Conseguir formar parte de una compañía como esta no es fácil, por eso cuando un día Carlos vio que en los mensajes de Instagram habían enviado uno para ficharlo alucinó. "Me dijeron que habían visto mis vídeos y que era justo lo que buscaban. No me lo podía creer". En su cuenta @lakabraloka –el nombre lo eligió por los chistes que hacía con los amigos– publica las actuaciones y ensayos que hace de saltos mortales, trampolín y su especialidad, el doble mástil. Cuando lo explica por videollamada desde San Francisco, donde están de gira, todavía no se lo acaba de creer y remarca la "suerte" que ha tenido.
Vivir del circo "es muy difícil", asegura, sobre todo en lugares como Catalunya, donde no hay la misma cultura que en otros países como Canadá o Francia. "Allí nos llevan 50 años de ventaja con el circo, hay muchas más ayudas". Y lo compara con el tejido circense catalán, la gran mayoría del cual es autogestionado. "Falta más ayuda institucional. En Catalunya hay pocas oportunidades para hacer circo y tenemos mucho potencial".
Carlos reconoce que él mismo, antes de empezar a estudiar circo con 18 años, no tenía mucha idea de qué era, más allá del "tópico con payasos y gente haciendo acrobacias", pero sí que sabía mucho parkour. "Empecé a practicar con 12 años mirando videotutoriales de YouTube". Era 2009 y todavía se trataba de una práctica muy "poco conocida" en Catalunya. El parque de España Industrial, cerca de su casa, se convirtió en el espacio donde pasaba las tardes practicando saltos de una barandilla a la otra o bien rodando por el suelo después de caer desde lugares elevados. Sería lógico pensar que entre salto y salto se hubiera roto algo, pero no. Ni un solo hueso, asegura él.
La decisión de estudiar circo fue un salto al vacío. Suponía pagar 3.000 euros anuales durante cuatro años para poder estudiar una disciplina con la cual veía "imposible" poder ganarse la vida. "Hasta aquel momento había hecho todo lo que se esperaba de mí: sacar buenas notas, cursar bachillerato para ir a la universidad... pero no era lo que me hacía feliz", recuerda Carlos, que explica como el último año de bachillerato se sentía muy desmotivado porque no sabía qué hacer con su futuro. "Ya había repetido una vez y los profesores me preguntaban qué me gustaba hacer. Yo les decía que parkour, y ellos me decían: «De esto no puedes vivir»". La idea de apuntarse a la escuela de circo de Barcelona, de hecho, fue iniciativa de su madre. Cuando empezó con las clases sintió que se le abría "una puerta enorme". "El circo me ha salvado la vida, me ayudó mucho psicológicamente en un momento que no estaba bien".