Los pijos de verdad saben, quizás como nadie más, cuál es el auténtico valor del dinero (como ellos tienen...) y, contrariamente a las personas con tendencia a la pobreza y por razones obvias –porque nadie que tenga dos dedos de frente quiere permanecer en la indigencia–, gastan casi toda su energía en mantener intacto y al precio que sea su afortunado statu quo. Es por este motivo que siempre se mantienen en guardia y atentos a cualquier movimiento o amenaza que suponga la pérdida o dispersión de su riqueza.
El miedo a la miseria es, pues, una de sus características principales y es por eso que siempre tienen muy presente aquella desgraciada historia, que pasa de padres a hijos, protagonizada por una de las hermanas de la tía Mimí, la tía Nonón, que de tenerlo absolutamente todo y después de encadenar, uno tras otro, matrimonios calamitosos, lo perdió absolutamente todo de forma que tuvo que ponerse a trabajar... A trabajar, para decirlo de alguna manera, en la recepción de un granero cercano a Puigcerdà propiedad de la familia y reconvertido en hotel rural, con spa y con una amplia y totalmente absurda oferta de actividades relacionadas con esta rareza que se conoce popularmente como deportes de aventura. La prima que ahora dirige este hotelillo tan mono gracias a haber hecho uno o dos másteres ad hoc tolera, qué remedio, casi como obra de misericordia, la inoperancia y absoluta falta de talento laboral de la susodicha que, ahora mismo, todavía no ha aprendido cómo cojones funciona la fotocopiadora.
El miedo a perder privilegios por culpa de este otro fenómeno que ellos llaman, sin ningún matiz o sutileza, “comunismo”, también les rompe las oraciones y, excepto en la particular derivada china, tan provechosa para su propia actividad industrial, todas las otras versiones les parecen una aberración. Por lo tanto, es un auténtico espanto el comunismo de raíz clásica y marxista y la puesta en escena que hacen los bolcheviques, Irene Montero y Ada Colau incluidas, que, por si no hubiera suficiente, insisten en mezclarlo con el veganismo, el ciclismo y las teorías queer. También es tremendamente incorrecta la interpretación latinoamericana que de todo hacen, y cito de memoria y a lo loco, Cuba o Venezuela, y pronto, según ellos, Perú, interpretación totalmente incorrecta que han descubierto gracias a la atenta lectura de los tan oídos y comentados artículos que escribe cada domingo, y sin falta, Vargas Llosa en El País, que, de hecho, es lo único que leen y les interesa de aquel diario, al que siguen considerando, igual que desde 1976, un periódico peligrosamente bolivariano.
Este miedo que a los pijos les da el comunismo es ancestral y nadie ha explicado mejor su origen que el reaccionario y desconcertante Francis Fulford. Para situar el personaje diremos que este lord of the manor de una de las propiedades más antiguas del Reino Unido, que lleva en manos de su familia y sin interrupción desde los finales del siglo XII gracias a la oportuna intermediación de Ricardo I de Inglaterra, Corazón de León, y que se organiza alrededor de una de las pocas casas elisabetianas que quedan firmes en el país, cruz sin fisuras que los Windsor (aquella familia que sale en The Crown ) son unos recién llegados, unos alemanes arribistas y aristócratas de segunda división. El caso es que la institutriz de este brexiter avant la lettre consideró oportuno, para completar la educación de su pupilo, explicarle qué era exactamente esto del comunismo y, sobre todo, cuáles son sus peligros, y lo hizo como quien le explica a una criatura de cinco años, que eran, curiosamente, los que tenía el joven noble inglés (ahora tiene unos cuántos más) cuando recibió esta traumática lección, que le impactó, como a tantos otros de su estirpe, de por vida. Así pues, según la institutriz en cuestión: “Si los comunistas llegaran a gobernar te quitarían a Panda (el osito de peluche favorito del pobre Francis) y te obligarían a compartirlo con el resto de las criaturas locales”.
Historias como estas son las que los pobres pijos, para los que desde aquí pedimos empatía, han tenido que oír desde bien pequeños, motivo por el que, además de una contractura crónica causada por haber dormido entre pesadillas y sudores fríos aferrándose a su oso, temen tan fervorosamente el advenimiento –que ellos suponen inmediato– del comunismo.