Vejez

Así es un geriátrico por dentro: “Las familias no saben ni la mitad de lo que pasa aquí”

Una periodista del ARA se hace pasar por limpiadora y 'trabaja' en una residencia de ancianos durante varios días

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Una mujer en la cama de una residencia de ancianos en Barcelona

BarcelonaA las ocho de la mañana ya hay media docena de ancianos en el comedor. Las auxiliares de geriatría los han levantado, aseado y peinado, y los han sentado en la mesa, que está preparada para el desayuno con manteles, tazas y platos. Al cabo de una hora, sin embargo, nadie les ha traído nada para comer y los abuelos continúan en el mismo sitio, esperando pacientemente a que alguien los sirva. Las gerocultoras andan demasiado atareadas levantando a otros ancianos.

Las auxiliares de geriatría distribuyen por fin el desayuno a las nueve y media de la mañana, a pesar de que todavía no han levantado a algunos ancianos, que siguen en la cama sin lavar y con el pañal sucio. “Me da pena que tengan que desayunar así, cagados y meados, pero no podemos hacer más”, se justifica una de ellas. Son dos gerocultoras para atender a 28 personas. “Los jefes nos dicen que levantemos primero a los abuelos a los que la familia visita por la mañana para que los vean vestiditos y sentaditos. Es una vergüenza. Las familias no saben ni la mitad de lo que pasa aquí dentro”. 

Esta periodista ha trabajado como limpiadora durante cuatro días en una residencia de ancianos de Barcelona sin identificarse como reportera. También he entrevistado por teléfono a algunas de sus gerocultoras sin que supieran que estaba en la residencia y que, en consecuencia, podía contrastar la información. La búsqueda de trabajo fue relativamente fácil. Diversas residencias se interesaron en contratarme y algunas solicitaron que me incorporara en menos de 24 horas, cosa que evidencia la falta de personal en el sector. Éste es el relato de lo que he visto y oído.

“Solo me dan dos esponjas para lavar a cada abuelo aunque estén cagados hasta el cuello. ¿Tú crees que esto es normal? ¡Son personas, no coches! Así no se puede trabajar”, se queja una auxiliar de geriatría que acaba de lavar a un anciano y piensa que está hablando con una limpiadora y no con una periodista. La residencia que me ha contratado pertenece a una empresa que obtuvo 1,9 millones de euros de beneficio en 2021, según ha podido comprobar el ARA en el Registro Mercantil, y forma parte de uno de los grupos inversores líderes en el sector geriátrico en España. Se trata de un centro grande, de unas 150 plazas, de las cuales 95 son concertadas, según datos de la Generalitat. Está dividida en cinco plantas, en cada una de las cuales hay un comedor y 14 habitaciones dobles, excepto en la primera que hay 24.

Lavabo de una residencia de ancianos en Barcelona.

Es en la primera planta donde se concentran los ancianos que están peor: apenas hablan, hay que darles la comida en la boca y muchos están postrados en sillas de ruedas. De hecho, el panorama es bastante parecido en casi toda la residencia. La mayoría de los usuarios llevan pañal y con los que parecen estar bien físicamente es imposible mantener una conversación: tienen demencia.

De las 42.467 plazas de residencia que reciben algún tipo de financiación pública, el 58,9% las ocupan personas con un grado de dependencia 2, es decir que necesitan ayuda para hacer actividades básicas de la vida diaria como comer o ir al lavabo. El 41% tiene un grado de dependencia 3, o sea requieren la presencia continua de un cuidador. La edad media de los residentes es de 86,5 años. Por lo tanto, el perfil de los usuarios ha cambiado radicalmente, ya no hay personas con una cierta autonomía.

“Te tengo dicho que no te levantes, que te vas a caer. Ahora no puedo llevarte al lavabo, que estoy con otra persona”, grita una gerocultora a una viejecita en silla de ruedas que hace ademán de incorporarse en el comedor y hace rato que pide que alguien la lleve a la taza del váter. “Es que se me escapa”, se queja la mujer. “Si se te escapa, mea en el pañal. Yo te limpio después”, le replica la cuidadora mientras sigue atendiendo a otra anciana.

Sueldos bajos

Las instalaciones de la residencia causan sensación. Están decoradas con buen gusto, hay un pequeño jardín, una amplia sala de visitas y un gimnasio, y los comedores y dormitorios tienen luz natural. Otra cosa muy diferente es el personal. Gerocultoras, limpiadoras, personal de lavandería, el de cocina…, todas -la mayoría son mujeres, muchas inmigrantes- se quejan de que no dan abasto. No hace falta preguntarles, es un tema recurrente de conversación entre ellas.

También cada dos por tres falta alguien en el trabajo. Unos sueldos bajos y unos horarios que dificultan cualquier conciliación familiar hacen que el absentismo laboral sea habitual. El salario base de una auxiliar de geriatría según el convenio es de unos 1.100 euros brutos mensuales. A eso hay que añadir unos 20 euros por cada festivo o domingo trabajado. En esta residencia las gerocultoras trabajan siete horas al día, seis días a la semana y solo libran un único fin de semana al mes. 

“La encargada dice que sequemos a los abuelos con sábanas si no hay toallas”, se queja una gerocultora. Otra vez no quedan toallas limpias en el armario. La residencia tiene una lavandería, pero solo trabajan tres personas. “Sí, sí, sé que no quedan toallas. Las estaba lavando”, contesta agobiada una de las trabajadoras mientras dobla toallas y baberos a toda prisa. Todos los usuarios usan un babero para comer. “Los que son más nuevos y no están rotos, hay que llevarlos a la quinta planta, porque allí los abuelos se enteran, no tienen demencia”, indica a esta periodista.

Baberos que utilizan para comer los ancianos de una residencia.

El desayuno es hacia las 9.30 h, la comida a las 13 h, la merienda a las 16 h, y la cena a las 19 h. Después los abuelos se pasan unas catorce horas sin ingerir nada, excepto los que tienen diabetes, que se les da un zumo. Los horarios de las comidas se organizan en función del horario laboral de las gerocultoras. Las del turno de la tarde acaban de trabajar a las nueve de la noche y, a esa hora, en teoría, todos los ancianos deberían de estar cenados y acostados.

“Venga, mi reina, abre la boca”, dice una auxiliar de geriatría sentada en un taburete ante una anciana en silla de ruedas a la que da de comer una especie de papilla. En la primera planta, treinta y cinco ancianos necesitan que les den de comer en la boca. Hay siete más que comen por sí solos pero también requieren ayuda. Normalmente en esta planta hay cuatro auxiliares de geriatría, pero esta tarde solo trabajan tres. Una no se ha presentado. “Éstas no son maneras. Hay que darles de comer casi con embudo”, dice una de ellas que se la ve totalmente sobrepasada. En una hora tienen que dar de comer a todo el mundo. A las ocho menos cuarto, ya empiezan a acostar a los ancianos.

Las gerocultoras llevan a los abuelos a los dormitorios uno por uno, mientras el resto espera en el comedor sin que nadie esté pendiente de ellos. Una hora y media más tarde aún hay ancianos sin meter en la cama por la misma razón que por la mañana se dilata tanto levantarlos. Y como es de esperar, a algunos les vence el sueño. Una mujer se queda dormida en el comedor con la cabeza encima de una mesa. Otra, con la cabeza ladeada mientras la baba le cae sobre el pecho.

Ancianos que esperan en el pasillo de un geriátrico que los acuesten.

“Sé que tienes mucho trabajo y que no tienes tiempo para hablar pero ¿puedes venir un momento?”, pregunta a esta periodista una anciana que también espera a que la acuesten. Entablar un diálogo con ella es complicado, tiene demencia, pero parece que tiene claro que aquí las trabajadoras van de bólido y no tienen tiempo para muchas conversaciones. Por la noche aún hay menos personal: cuatro auxiliares de geriatría para atender a 150 personas. Tocan a unos 38 ancianos por cuidadora.

El ARA ha entrevistado a gerocultoras de otras residencias de ancianos, tanto privadas como públicas pero de gestión delegada, y todas relatan situaciones similares. En 2021 incluso se publicó un libro, Cuidadoras, del investigador Ernest Cañada, que recoge el testimonio de una decena de auxiliares de geriatría que redundan en lo mismo: faltan manos en las residencias. El propio presidente de la Asociación Profesional Catalana de Directores y Directoras de Centros y Servicios de Atención a la Dependencia (ASCAD), Andrés Rueda, lo denuncia: “Necesitaríamos un 50% más de personal gerocultor para atender a los ancianos de forma correcta, sin florituras”.

La normativa de la Generalitat que fija las ratios mínimas de personal en las residencias de ancianos data de 2014 y no se ha actualizado desde entonces, a pesar de que el nivel de dependencia de los usuarios no ha hecho más que aumentar. De hecho, en 2014 el Gobierno bajó las ratios. Antes eran ligeramente más altas, reconocen fuentes del departamento de Drets Socials. Pretendía así reducir gastos en una época de recortes.

La normativa actual establece que tienen que haber 25 auxiliares de geriatría por cada 100 ancianos con un grado de dependencia II. Eso no significa que todos esos gerocultores trabajen de forma simultánea, ya que deben cubrir todos los turnos de la jornada y los 365 días del año. A efectos prácticos cada cuidador se hace cargo de, como mínimo, una decena de personas. Durante la noche la ratio es aún inferior: la normativa dice textualmente que es suficiente con tres auxiliares para 150 ancianos.

El ARA ha hecho una petición a Transparencia para saber, más allá de la normativa, cuál es de facto la ratio del personal gerocultor en cada una de las residencias de ancianos de Catalunya. La respuesta es que el departamento de Drets Socials no tiene esa información. Solo conoce la ratio de las 16 residencias que gestiona de forma directa, a pesar de que en Catalunya hay un total de 951 centros. Ni los que son públicos pero de gestión delegada, ni los privados con plazas concertadas deben comunicar a la administración cuántas personas tienen contratadas. El cumplimiento de la ratio se comprueba solamente el día que se hace una inspección. Según la ley, la Generalitat debe inspeccionar las residencias “como mínimo, una vez al año”.

A pesar de eso, el secretario de Asuntos Sociales y Familias del Gobierno, Lluís Torrens i Mèlich, asegura que la ratio de personal no es un problema y que la Generalitat no tiene ninguna intención de aumentarla. “No hemos detectado falta de profesionales en las inspecciones”, argumenta. Sin embargo, llama la atención que en las 16 residencias gestionadas por la Generalitat, la ratio del personal gerocultor es el doble de lo que marca la normativa: casi 50 auxiliares por cada 100 ancianos, según la respuesta de Transparencia. 

Zapatos de los residentes de un geriátrico en Barcelona.

“Aunque quisiéramos aumentar la ratio, no encontraríamos personal”, se justifica Torrens. Hay poca gente dispuesta a trabajar en un sector tan mal remunerado y sacrificado. Según él, la solución sería pagar mejor a los auxiliares de geriatría y aumentar su productividad con avances tecnológicos, como camas robotizadas que cambien la postura de los ancianos para que no se llaguen y no sea necesario que una persona lo haga. Pero para todo eso hace falta dinero.

El Gobierno paga actualmente 2.002,56 euros al mes por cada una las plazas de residencia que tiene concertadas, tanto del grado de dependencia II como III. Una cifra que el sector denuncia que hace tiempo que quedó obsoleta. Por ejemplo, en el País Vasco, el precio de la plaza concertada es de unos 3.300 euros mensuales. Además allí la normativa es mucho más restrictiva: el 75% de las habitaciones deben ser individuales –en Catalunya los dormitorios para una sola persona son una excepción- y los centros no pueden tener más de 150 plazas. Aquí la residencia más grande suma 308.

“Si tuviéramos que pagar 1.000 euros más por plaza concertada, necesitaríamos 400 millones suplementarios. Eso supone incrementar el presupuesto de la dependencia más de un 20% y de momento es inviable. No hay dinero. Nuestro presupuesto da para lo que da”, contesta el secretario de de Asuntos Sociales y Familias.

En 2022 la Generalitat destinó casi 1.036 millones a la financiación de plazas concertadas y públicas de residencia, y a la concesión de prestaciones para su pago. Este año tiene previsto aumentar el precio de la plaza concertada en un 4% con carácter retroactivo al 1 de enero, con lo cual la inversión aún será mayor. Además, la demanda no deja de aumentar. En la actualidad hay 11.872 personas en lista de espera en Catalunya para una plaza de residencia de financiación pública.

Hay un factor más: el 65% de las residencias de Catalunya son privadas y muchas de las públicas también las gestionan empresas. Esto no ocurre en otros países: en Francia, el 52% de las residencias son de gestión pública, y en Suecia el 83%, según un estudio realizado en 2020. Una de las autoras del informe, la gerontóloga Mayte Sancho, destaca que los dinero que se destina a la atención de las personas mayores está directamente relacionado con el valor social que se da a la vejez. Y, claro, lamentablemente en nuestro país cada vez tiene menos.

Contenedores de basura llenos sobre todo de pañales sucios en una residencia de ancianos.

La limpiadora acaba su turno a las nueve y media de la noche. Antes tiene que sacar a la calle los contenedores de basura. En esta residencia, se llenan cada día cinco contenedores, la mayoría con pañales sucios. Las cuatro auxiliares que se quedan cuidando a los ancianos hasta la mañana siguiente cruzan los dedos para que no pase nada excepcional por la noche que aún las desborde más.

Si tiene constancia de irregularidades en alguna residencia de ancianos de Catalunyaa, nos puede enviar información al respecto a este correo electrónico: investigacio@ara.cat

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