Por qué el hambre afecta a tu salud... y también a la de tus descendientes
Los cambios epigenéticos generados por una tragedia pueden heredarse y marcar las siguientes generaciones
Sabido es que el buen funcionamiento de nuestro cuerpo depende de dos tipos de factores: los internos y los externos o, dicho de otro modo, la genética y el entorno. La mayoría de las enfermedades están influidas, en porcentajes variables, por ambos componentes. Incluso la forma en que envejecemos depende tanto de lo que heredamos como de lo que hacemos.
Lo enumeramos como si fueran dos cosas diferentes (nature vs. nurture, como dicen los anglosajones) cuando, de hecho, están más interrelacionadas de lo que parece. Y el vínculo principal que las une son los cambios epigenéticos, una serie de modificaciones químicas, reversibles, pero de larga duración, que se añaden sobre el ADN (epi- significa precisamente encima) y alteran la información que contiene.
Muchos factores ambientales tienen una incidencia sobre la epigenética, al igual que también le afectan procesos habituales del funcionamiento del organismo, más allá de los genes con los que nacemos. Así pues, estas marcas contienen mucha información, porque son como un rastro que deja el paso del tiempo en nuestras células, como un reloj o un diario. Por ejemplo, recientemente hemos visto cómo se han utilizado para medir eledad biológica de Maria Branyas, la que fue la mujer más vieja del mundo, y también por diseñar un algoritmo que puede predecir la progresión de un cáncer, por citar dos investigaciones pioneras lideradas por científicos catalanes.
Así pues, los cambios epigenéticos serían un poco como las arrugas y las cicatrices que nos aparecen en la cara con los años: una respuesta a factores externos (y algunos internos) que cuentan una historia a través de una serie de alteraciones del material de base. Por eso fue sorprendente que, en los años 90 del siglo pasado, se descubriera que éstas arrugas, que en principio se veían como algo personal e intransferible, se podían pasar de algún modo a los descendientes.
Heredar las 'arrugas'
Los primeros experimentos que confirmaron este fenómeno inesperado se realizaron en animales de laboratorio, sobre todo con estudios relacionados con la dieta. Así es como se vio que si unos ratones seguían un régimen rico en grasas, no sólo tenían problemas de salud ellos, sino que sus crías nacían con trastornos metabólicos. Esto sugiere que somos lo que comemos, como hace dicho popular, pero deberíamos añadir que también somos lo que han comido nuestros padres.
Efectivamente, el impacto de la alimentación en la salud de una generación y la siguiente, a través de las marcas epigenéticas adquiridas y después heredadas, también ha terminado viéndose en humanos. Grandes tragedias, como la Segunda Guerra Mundial o el Gran Salto Adelante chino –durante el cual murieron de hambre hasta 50 millones de personas–, han afectado también a las siguientes generaciones, empezando por los que entonces estaban en las barrigas de sus madres: se ha visto que tenían más riesgo de desarrollar trastornos mentales, como esquizofrenia o de esquizofrenia. Gracias a los cambios epigenéticos adquiridos durante este estrés, el impacto va más allá: los hijos de los que han nacido durante un período de hambruna también sufren más infecciones, como tuberculosis, y obesidad y diabetes.
Actuales situaciones de hambre extrema
Estos datos son especialmente preocupantes si consideramos los lugares del planeta en los que, actualmente, se han declarado oficialmente situaciones de hambre extrema. Gaza es de lo que se habla más, pero otros territorios en guerra, como Sudán o Malí, o políticamente inestables, como Haití, están pasando por problemas similarmente graves, que no sólo afectarán a quienes los sufren y sobrevivan, sino también a sus descendientes. Una decena de países están en riesgo de terminar igual. Otro motivo –por si fuera necesario más– para luchar contra los conflictos armados y asegurar una mínima protección y bienestar a todas las embarazadas y los niños del mundo. Está en juego no sólo su salud, sino la de todos los que vendrán después.
La epigenética ha experimentado un boom en las últimas décadas, a medida que nos hemos ido dando cuenta de lo importante que es para entender los detalles de muchos procesos biológicos. A principios de siglo, aparecían unos pocos cientos de artículos cada año sobre el tema en las revistas especializadas, mientras que en el último quinquenio se ha pasado a publicar unos 15.000 anualmente. Sin embargo, todavía nos queda mucho por aprender de cómo el entorno nos altera el genoma sin realmente cambiar su esencia.
Eso sí: el conocimiento que ya llevamos acumulado nos permite sacar un par de conclusiones importantes. Primera, que lo que nos ocurre tiene un impacto en nuestra salud, pero según como también en la de nuestro linaje, porque algunos cambios epigenéticos se pasan, lo que debería empujarnos a ser más responsables con los hábitos y las condiciones de vida de todos los seres humanos. Y segunda, que, como hemos señalado al principio, estas modificaciones químicas no son permanentes, lo que significa que, con los fármacos adecuados, deberían poder cambiarse. El potencial que existe aquí para prevenir y curar enfermedades (y borrar la herencia negativa de nuestros padres) es inmenso.