Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia

Cinco científicas catalanas que quieren romper el techo de cristal

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Cinco científicas catalanas que quieren romper el techo de vidrio

BarcelonaSon mayoría en los laboratorios, pero su presencia se va reduciendo a medida que se tiene que escalar a puestos de responsabilidad o de más visibilidad. Las mujeres cien tíficas existen y no están dispuestas a volver a la sombra. Son muy conscientes de los cambios que se tienen que implementar para reivindicar su trabajo y así lo explican al ARA cinco investigadoras de diferentes disciplinas y edades con motivo del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, una efeméride que busca romper con las desigualdades de género e inspirar vocaciones científicas.

1.
Enriqueta Felip

"El cambio es real y el talento está tomando protagonismo" (59 años, oncología)


Enriqueta Felip

A principios de siglo estalló una pequeña revolución en el campo de la oncología pulmonar en los Estados Unidos que asentaría las bases de las terapias actuales: la medicina personalizada. Hasta ese momento, la quimioterapia era el único recurso para los enfermos más graves y la oportunidad de investigar técnicas menos invasivas, precisas e individualizadas se convirtió en el motor de una joven Enriqueta Felip que hacía una estancia en el prestigioso Memorial Cancer Center de Nueva York. Veinte años después, tras toda una vida dedicada a la investigación de biomarcadores y unos setenta estudios publicados sobre tumores torácicos, Felip tiene su propio laboratorio y ha asumido la presidencia de la Sociedad Española de Oncología Médica. “Pero yo no soy la primera, sino la tercera”, matiza con modestia. Con todo, es consciente de que lo suyo es un hito, desgraciadamente, excepcional en un sector todavía muy masculinizado. “Entre los mejores oncólogos del mundo encontramos tantos hombres como mujeres, pero el porcentaje de mujeres que lideran los grupos de investigación o que destacan todavía no refleja esta diversidad natural que encontramos en cualquier laboratorio”, admite. 

Durante su larga trayectoria, Felip ha participado en algunos de los congresos más importantes del mundo para presentar sus líneas de investigación y asegura que en los últimos quince años la presencia de la mujer se ha incrementado notablemente. “El cambio es real y el talento está tomando protagonismo”, asegura. La oncóloga del Vall d'Hebron Institut d'Oncologia (VHIO) está convencida de que cada vez hay más mujeres con grandes carreras científicas que reivindican presentar estudios relevantes y ser parte activa de los adelantos de los que forman parte, pero también cree que se tiene que vigilar y potenciar que esta promoción llegue no solo a los atriles y la divulgación sino también a los centros de investigación y a los espacios donde se toman las decisiones. “Tenemos un largo camino para visibilizar el trabajo de muchas mujeres”, anticipa. 

2.
Elena López-Contreras

"No quiero ser la única mujer en una sala de trabajo"

(23 años, ingeniería aeronáutica)


Elena López-Contreras

En cuarto de secundaria la seleccionaron para un proyecto científico de la NASA: tenía que diseñar un experimento para un satélite. Esta experiencia determinaría su vocación, ingeniería aeronáutica. Y ahora, con 23 años, Elena López-Contreras está a punto de participar con seis estudiantes más del Instituto Superior de la Aeronáutica y el Espacio de Toulouse, donde cursa un máster en neuroergonomía, en una misión simulada a Marte en el desierto de Utah (EE.UU.). Durante tres semanas, y sin casi comunicación con el exterior, reproducirán las condiciones de vida de una futura base marciana. Ella será la encargada del invernadero de la base. En Toulouse también hace prácticas en un laboratorio e investiga cómo las posiciones corporales influyen en la toma de decisiones de la persona y su capacidad de respuesta. Los resultados se pueden aplicar tanto a los astronautas en el espacio como a los pilotos de avión. Y antes de coger el vuelo hacia los Estados Unidos ha participado en otra misión, la Asclepios, liderada por estudiantes de la Universidad Politécnica de Lausana, para simular una expedición científica a la Lluna. Ha dormido a menos 15 grados y ha buceado bajo el hielo. Pero su objetivo no es ser astronauta. A ella le interesa lo que no se ve: toda la tecnología que hace posible enviar a un astronauta al espacio. “A mí me gusta más este nivel de experimentación que la aventura del astronauta en sí”. Las misiones le permiten experimentar las condiciones de vida límite en el espacio y ponerse en la piel de un astronauta para desarrollar después la tecnología de una misión espacial. 

El suyo es un campo dominado todavía por hombres. “Cada vez entran más mujeres pero la mayoría de líderes son hombres”. Y admite que faltan referentes en ciencia y, sobre todo, en ingeniería y tecnología así como “educación en estos referentes”. “Yo empecé a leer sobre mujeres astronautas diez años más tarde de saber quién era Neil Armstrong. Es necesario que estas mujeres salgan en los libros escolares, así se incentivarían las vocaciones”. En su promoción solo diez de 60 alumnos eran mujeres. “Es poco pero es relativamente alto”. Ingenieras sénior le han explicado que ellas eran las únicas mujeres en clase. “Yo ahora no soy la única pero tienen que acceder también a posiciones de poder porque es donde hay carencias”. Tiene claro que “el espacio necesita más mujeres”. En la misión en Utah, cinco de las tripulantes son mujeres y la Asclepios lo lidera una mujer. “No quiero ser la única mujer en una sala de trabajo. Las mujeres aportamos diferentes maneras de pensar, y con más mujeres en el grupo cambia la forma de trabajar y se minimiza el sexismo”. Ella también lo ha sufrido: “Más de una vez me han confundido con la secretaria y les cuelgo el teléfono”. Cuando acabe los estudios de máster le gustaría hacer el doctorado y, una vez formada, volver a casa a trabajar. ¿El límite? La Luna. O Marte. Lara Bonilla

3.
Sílvia Osuna

"Una investigadora joven convive con el cuestionamiento"

(37 años, química computacional)


Sílvia Osuna

Sílvia Osuna tiene contradicciones con la idea de que haya un día dedicado a la mujer científica. “Es agridulce. Es importante porque necesitamos más científicas liderando la investigación y nos hace falta visibilizarnos, pero también me parece triste porque significa que todavía estamos lejos de normalizar que formamos parte de ello y que trabajamos tanto como nuestros colegas hombres”, afirma. Su disciplina, la química computacional, es una de las más masculinizadas y lamenta que este sesgo de género interfiera muy a menudo en su trabajo. “Una investigadora joven convive con el cuestionamiento constante. Desde argumentos como no hay más mujeres en el sector porque no están interesadas hasta comentarios que insinúan que llegas porque eres una cuota”, denuncia.

Osuna, que hizo el posdoctorado en la Universidad de California y ahora trabaja en el Instituto de Química Computacional y Catálisis de la Universitat de Girona (UdG), tiene menos de 40 años pero ya ha ganado algunos premios importantes por su investigación para el diseño de enzimas que permitan producir fármacos de manera más rápida y respetuosa con el medio ambiente. En su palmarés está el Princesa de Girona (2016), el Joven Investigador de la Sociedad Europea de Química (2017) o el Premi Nacional de Recerca al Talent Jove (2019). Aún así, asegura que ha llegado a sentir que, defendiendo una misma idea, tiene menos credibilidad que un compañero hombre. “Son actitudes que hacen daño y que no te encuentras cuando el grupo está liderado por una mujer”, dice.

El sesgo de género, continúa, es todavía más evidente cuando las mujeres intentan hacer malabares para conciliar su proyecto vital, como formar una familia, y promocionarse en la carrera científica. Osuna asegura que se están dnado pasos para solucionar o, al menos, paliar estos obstáculos personales que, dice, no son tan limitantes para los hombres. Por ejemplo, que se permita hacer menos clases en la universidad para poder recuperar la investigación después de un permiso de maternidad.

4.
Núria Montserrat

"No era la primera de la clase pero pasaba mil horas en el laboratorio"

(45 años, bioingeniera)

Núria Montserrat

A diferencia de muchos compañeros de carrera, Núria Montserrat nunca se había planteado que tendría su propio grupo de investigación. “No soy de hacerme grandes expectativas. Yo no era la primera de la clase, iba poco, a la teoría, pero pasaba mil horas en el laboratorio porque tenía clarísimo que quería dedicarme a la investigación”, explica. Desde pequeña jugaba con microscopios y cuando su padre murió de un cáncer se convenció todavía más de que su lugar era un cubículo lleno de materiales estériles. Con todo, la realidad ha superado sus expectativas. Montserrat es la jefa del grupo Pluripotencia para la Regeneración de Órganos del Institut de Bioingeniería de Catalunya (IBEC), que se dedica a la creación de modelos de cultivo con células humanas que reproducen órganos enfermos –se llaman organoides– y permiten estudiar por qué se produce la patología y qué terapias son más eficaces contra ellas. Una técnica disruptiva, sin duda, y que le ha valido el reconocimiento de la revista Science como uno de los 10 descubrimientos del año 2013.

Montserrat es una de las pocas mujeres de su promoción que han llegado a liderar un grupo de investigación y eso que, como pasa a menudo, ellas eran mayoría en la universidad. “No se puede generalizar y cada una de las mujeres que querían dedicarse a la investigación tendrá sus motivos, pero está claro que, siendo menos, ellos llegan más lejos”, plantea. Cree que la cultura y la educación de los últimos años han empoderado a las mujeres a catapultarse por méritos en un mundo que, de manera natural, las ha excluido durante décadas, a medida que las instituciones también se han puesto las pilas reconociendo y visibilizando su trabajo. “Las colegas que tienen ahora 50 años han pasado muchas más penurias, y si se ha tenido que imponer una cuota de género para asegurar el acceso de la mujer es porque, de forma natural, nadie se lo planteaba”, dice. Y continúa: “La pasividad ya no es una opción. Podemos hablar de mentorías y empoderamiento, pero sin cambios reales, sin ayudas institucionales, no se producirá”.

La bioingeniera pone como ejemplo positivo el IBEC, en el que cuando ella entró solo había dos jefas de grupo. Ahora son seis. Su grupo, de hecho, está casi formado en exclusiva por mujeres –suponen más del 85% de los integrantes– y todas cumplen dos requisitos: dice que tienen mucho talento y se rigen por la cultura del esfuerzo.

5.
Cristina Domingo

"Las evaluaciones son un obstáculo: están hechas para los hombres" (39 años, biología)

Cristina Domingo

Una carta de recomendación para acceder a un trabajo o una beca es diferente si la persona para elogiar es hombre o mujer, asegura Cristina Domingo. Mientras que las de ellos son muy completas, con muchas especificidades y con adjetivos que los dotan de gran protagonismo, dice, para ellas se reserva un lenguaje dulce, casi condescendiente, con una descripción estándar y pocos detalles. “Una cosa tan sencilla como esta ya nos dice que hay una desigualdad clara basada en el género”, afirma la bióloga especializada en teledetección en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). Su trabajo consiste en utilizar los datos que ofrecen los satélites para modelizar cambios en el ámbito agrícola o urbano e incidir en la toma de decisiones, como por ejemplo si hay que ampliar o reducir el porcentaje de terreno que se reserva para el barbecho. 

Y a pesar de que la suya es una disciplina que, por suerte, tiene a muchas técnicas e investigadoras posdoctorales –en su clase eran 300 estudiantes y la mayoría eran mujeres–, pocas acaban haciendo investigación. “Es una curva que se invierte: tendemos a estudiar y hacer másteres, pero llega un momento en el que se estronca nuestra proyección”, lamenta. Según Domingo, hay una parte de chasco o de frustración que rae en el hecho de que una mujer siempre tiene que justificar más su capacidad que sus homólogos. Y, además, se tiene que enfrentar a un terreno muy competitivo del que, de base, parten en desventaja. 

Por ejemplo, las evaluaciones o los indicadores de reconocimiento o méritos de investigación. “Son un obstáculo porque están hechos para los hombres, basados en el número de publicaciones y en el orden de aparición en la autoría. A menudo, si no luchamos o sacamos el carácter y defendemos el grado de aportación como titular, esto nos va en contra”, dice. Pasa lo mismo con “el exceso de modestia” o la inseguridad a la hora de publicar en revistas de gran prestigio, que también da puntos en estas evaluaciones. “Tendemos a rebajar el listón y esto es consecuencia del micropaternalismo, que ha ido calando”, opina.

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