Una de cada seis muertes en el mundo se debe a la contaminación

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El tránsito es el principal foco de contaminación.

Hace unos días, la directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud, María Neira, explicaba en pequeño comité en Barcelona que, cuando se reunió con los líderes europeos para discutir el problema de la contaminación atmosférica, muchos pusieron cara de circunstancias. Neira les pedía un plan de acción y un plazo de ejecución. Algunos reclamaban un margen de tiempo prudencial. “¿De cuánto? ¿De cinco años?”, les preguntó. “Cada año mueren en Europa 400.000 personas por la contaminación atmosférica; haced los cálculos”, les dijo Neira.

El problema es global. Según un estudio dirigido por el ingeniero Richard Fuller de la Global Alliance on Health and Pollution, publicado esta semana en la revista The Lancet Planetary Health, la contaminación atmosférica es responsable de 6,7 millones de muertes prematuras cada año. Si a esto se añade la contaminación del agua y la polución provocada por metales, la cifra sube hasta los 9 millones de muertos, que representan el 15% de los 60 millones de personas que mueren anualmente en el mundo. Para poner estos datos en contexto, es interesante compararlas con las muertes por la pandemia de covid, considerada por muchos la peor crisis sanitaria del siglo XXI: en poco más de dos años han muerto 6,3 millones de personas de covid en todo el mundo. Además de provocar muertes, la contaminación atmosférica genera muchos problemas de salud. Sin ir más lejos, estudios del Instituto de Salud Global (ISGlobal) han concluido que en Barcelona la contaminación atmosférica da lugar a 500 muertes prematuras, más de 2.000 casos de enfermedad grave y más de 1.000 casos de asma infantil cada año.

Cambio en los patrones contaminantes

Según la investigación liderada por Fuller, las causas de la contaminación y de las muertes están cambiando. Entre el 2015 y el 2019, las muertes provocadas por la contaminación de aires interiores, una situación que se da, por ejemplo, cuando se utiliza madera para cocinar, han caído de 2,9 a 2,3 millones. En cambio, las muertes provocadas por el mal estado del aire exterior, que se deriva, principalmente, del tránsito y la actividad industrial, han aumentado de 4,2 a 4,5 millones. Los autores hacen un llamamiento a dejar de considerar la contaminación un problema local que requiere acciones regionales y a asumir que se trata de un problema planetario que se tiene que afrontar con estrategias globales. Incluso hacen una serie de recomendaciones, como por ejemplo integrar el control de la contaminación en todos los sectores productivos o acelerar la transición a fuentes de energía renovables. “A pesar de los efectos en la salud, la sociedad y la economía, la contaminación es un problema infravalorado en las agendas internacionales”, sostienen. Por otro lado, hay casos en que las medidas para hacer frente chocan con otras instancias: a pesar de los avales científicos con que cuenta, el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya anuló hace dos meses la ordenanza municipal de la zona de bajas emisiones de Barcelona en una sentencia que admite recurso y que, por lo tanto, todavía no es firme.

Eliminar la contaminación parece, efectivamente, una misión imposible o, como mínimo, ambiciosa. Según María Neira, sin embargo, “garantizar que la gente respire aire limpio no se puede considerar ambicioso sino un objetivo de mínimos”.

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