Cumpleaños

El bar de Sitges que cocina ciento cincuenta kilos de patatas bravas en un fin de semana

El Cable, situado en el número 1 de la calle de Barcelona, ​​celebra 85 años de historia, dirigido por la familia Andreu

Los hermanos Manel y Francesc Andreu, frente a la puerta del bar El Cable
19/05/2025
7 min

SilosSon las siete de la tarde de un viernes de primavera, y en el chaflán de las calles Barcelona y Sant Damià hay una cola ordenada de gente que espera con tranquilidad poder entrar en el Cable, el bar que dirigen los hermanos Francesc y Manel Andreu. Acaban de abrir, pero por la mañana, a puerta cerrada, en la cocina, han estado trabajando en las tapas que se han convertido en un éxito en Sitges y más allá. Son buenas y creativas y tienen un precio muy competitivo. Tanto, que una comida, copiosa y bien regada por vinos del Garraf (sí, en la carta todo son vinos del macizo del Garraf) y cervezas (Damm), puede costar veinte euros. Entre todas las tapas destacan las patatas bravas, y los dos hermanos no tienen ningún problema en revelar cómo las hacen, con una suave salsa y muy adictiva. El plato, generoso, cuesta 7,50€.

Como la cola se ha deshecho, todo el mundo ha conseguido entrar y encontrar sitio dentro, donde hay dos salones y una terraza pequeña y muy acogedora, los dos hermanos me cuentan cómo empezó todo. En 1940, Josep Andreu y Rosa Almirall, los abuelos paternos de Francesc y Manel, abrieron una bodega justo unos metros más allá, en la calle Àngel Vidal. Eran los tiempos duros de posguerra, y el abuelo las había pasado de todos los colores. Se había implicado en la República, con su camión de transportista había ayudado a traspasar a republicanos de Cataluña a Francia, pero en 1939 le arrestaron y le trasladaron a un campo de concentración. El camión le perdió para siempre porque los franquistas le incendiaron y despeñaron.

Tocaba buscarse la vida de un nuevo modo, sin camión no podía transportar ni vino ni uva, y pensó que si abría una bodega podía vender aquellos vinos que había llevado antes de un lado a otro. Entonces, en 1940, la bodega no se conocía como El Cable sino como Can Consums, porque el bisabuelo Andreu (que había llegado de Bràfim a Sitges) había sido concejal del Ayuntamiento y cobraba el impuesto de consumos.

El abuelo cuando todavía tenía el camión y todavía no había pasado por el campo de concentración ni había abierto el bar en la calle de Àngel Vidal

En 1956, bisabuelo y abuelo adquirieron un solar en el chaflán de las calles Barcelona y Sant Damià donde construyeron un edificio, en cuyos bajos querían trasladar el bar ya los pisos de arriba hacer una pensión. Un tío albañil les ayudaba con las obras; papá, Siscu, con catorce años, también trabajaba allí, me cuentan Francesc y Manel, y me enseñan las fotos en blanco y negro que conservan en el móvil. La pensión duró pocos años abierta, pero el bar, entonces, ya en un lugar más amplio que el primero, el de la calle Àngel Vidal, y ya no lo llevaban Josep y Rosa, sino Siscu, uno de sus cinco hijos. En la cocina, una hija, hermana de Siscu, Núria, preparaba los platos, y hoy es la que todavía cuenta a los sobrinos limpios, Francesc y Manel, por qué la bodega empezó a conocerse con el nombre El Cable.

"Tenemos dos versiones; una, que es la del padre, sostiene que un pescador, Pocara, pedía que le pusieran un vino fuerte como un cable. A veces, entraba y decía: «Tírame un cable» en castellano", dicen. De hecho, el nombre de la bodega todavía se pronuncia en español. La otra versión, la de la tía Núria, asegura que los pescadores que se sentaban en la bodega no se levantaban ni en la de tres, y parecía que los habían atado con un cable. La tía Núria les cocinaba caracoles, atún con mayonesa, calamares a la romana. También servían anchoas y aceitunas.

Y así fue haciendo El Cable. Los dos hijos de Siscu, Francesc y Manel, no se planteaban la bodega del padre como una salida familiar ni en sueños. Primero, lo confiesan, porque papá tenía un carácter fuerte, y todo debía hacerse a su manera. Después, porque ambos habían hecho carrera, económicas (Francisco) y empresariales (Manel), y trabajaban en la banca. Y aún otro motivo más, porque el bar, tal y como estaba, daba para que una familia se ganara la vida, es decir, para papá y mamá. "Nosotros veníamos algunas horas mientras hacíamos la carrera, pero en los últimos años que mi padre trabajó, estaba él solo haciéndolo todo", recuerdan. Hubo un día en que el padre tuvo que cerrar El Cable para recuperarse de una operación en las rodillas. Era el 2002, y la bodega estuvo cerrada seis meses, desde principios de año hasta verano. Y fue entonces, cuando se dieron cuenta de que llegaría la fiesta mayor (el 23 de agosto) y que El Cable estaría encerrado por primera vez en su historia, que los dos hermanos propusieron al padre que les dejara abrirlo pero sólo durante tres días. "Nosotros trabajábamos de lunes a viernes, teníamos nuestro trabajo y vida, pero abrir El Cable tres días de fiesta mayor nos pareció que debíamos hacerlo por el padre, por la familia", dicen los hermanos.

Las patatas bravas y las tapas Buscando Nemo (tártaro de atún rojo), entre las más pedidas. En la foto, Aina Andreu, hija de Francesc Andreu, lleva en una bandeja
Las patatas bravas de El Cable tienen dos cocciones, la primera a baja temperatura, y la segunda, frita

El día que colgaron el hábito

Y ahí fue donde empezó el cambio. Aquellos tres días fueron muy bien. Tanto, que en febrero del 2003 los dos hermanos se pusieron al frente del negocio a ambos solos. "Le dijimos a papá que nos debía dejar hacerlo a nuestra manera, que nosotros habíamos tumbado y habíamos visto cómo eran las cocinas y los bares, y que queríamos hacer cambios". Les dijo que sí, pero las discusiones iban y venían, y eran tantas que sus hijos no se planteaban dejar su trabajo en la banca. En el 2006, con la jubilación del padre a sus 66 años, hubo un momento de inflexión, porque el padre asumió que no tenía la misma fuerza y ​​los hijos decidieron cambiar su vida profesional: colgaban el hábito en la banca y se quedaban con El Cable como único trabajo. "En el 2006 el padre quiso celebrar el cincuentenario del edificio, y delante de todas las autoridades locales oímos por primera vez que nos decía que lo estábamos haciendo muy bien; a nosotros, directamente, no nos lo dijo nunca", comentan Francesc y Andreu, que añaden que una de las primeras cosas que hicieron tan pronto como se lo pusieron . ventanas (quitaron las cortinas). Lo hicieron todo nuevo. Los platos, también. Y aquí comienza un nuevo capítulo de la historia.

Las tapas son una de las grandes fortalezas actuales de El Cable. La primera, la líder, son las patatas bravas. En un fin de semana sirven ciento cincuenta kilos. Los primeros años las pelaban a mano pero ahora ya las compran peladas, siempre de la variedad Monalisa. Entonces las desgajan, para que queden con la forma característica, y las cocinan a baja temperatura, a ciento veinte grados. Las dejan en reposo. En cuanto abren, a las siete de la tarde, y les piden, entonces las fríen en la freidora, una destinada sólo a las bravas, y las sirven en un plato blanco junto con mayonesa y la salsa brava propia, que preparan con almendras, vinagre, aceite de oliva, pimentón y guindilla. El aspecto granulado de la salsa lo confieren las almendras.

La cola en la puerta del bar justo en el momento que abren, a las siete de la tarde
Manel Andreu llena un vaso de cerveza en la barra; al fondo, las botas que recuerdan la historia de la bodega

Hay muchos platos creativos más. Como la tapa Buscant Nemo, un tártaro de atún rojo con esferificaciones, que sirven en un vaso comestible de pasta de filo y que ganó el premio a la mejor tapa de Catalunya en el 2013. Y ahora que aún es primavera, los guisantes con patas de calamar. "Es un plato para reaprovechar las patas del calamar, y ya lo hacía nuestra tía Núria", relatan. Más platos: el confit de pato, el bistec tártaro, la teja de atún ahumado del Greco con tártaro de tomate. Y aquí hay que hacer un apunte, porque, en Sitges, decir del Greco quiere decir que es comprado a un proveedor de prestigio, que había tenido un restaurante con el mismo nombre en la población y que ahora se dedica a elaborar productos gourmet para la hostelería.

Finalmente, llegados al 2025, los dos hermanos atan su futuro a El Cable. "A ver si harás de Siscu, Francisco, y no querrás jubilarte nunca", le dice Manolo al hermano mayor, Francisco. "No, no, no lo he pensado", responde. Tampoco obligarán a las cuatro hijas, dos de cada hermano, a quedarse el negocio, porque quieren que estudien. Ahora bien, ya hacen como ellos cuando tenían su edad: echan una mano a la bodega durante los fines de semana y en verano. Y a veces, con sus padres, todos juntos, cenan. "Lo hacemos también porque queremos ponernos en la situación de clientes, y también, lo confesamos, porque lo pasamos bien". Es esa alegría y pasión la que hace que El Cable llegue a los 85 años en plena forma. Y me dicen: "Es el segundo negocio de hostelería más antiguo de Sitges; el primero es El Xiringuito, en la playa". Y un añadido final: celebran los 85 años porque los 80 no pudieron hacerlo por la pandemia. Por muchos más.

De arriba abajo, la tapa Buscant Nemo (tártaro de atún); 'steak tartar'; guisantes con patas de calamar y jamón crujiente; tripas; teja de sardina ahumada con tártaro de tomate y nido de pato con malvasía de Sitges
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