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Casa Almirall: El refugio de bohemios donde te podías encontrar a Mick Jagger, Terenci Moix o Durruti

Uno de los bares más antiguos de Barcelona aún mantiene su interior modernista intacto y mucha clientela de toda la vida

Casa Almirall, uno de los locales más antiguos de la ciudad
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20/02/2024
9 min

BarcelonaEs muy fácil encontrar a Pere Pina en la calle Joaquim Costa de Barcelona; normalmente con un cigarrillo entre los dedos, en la puerta del bar Casa Almirall. Con su mirada afilada, conoce al barrio del Raval como poca gente. Conoce a los vecinos de siempre y los nuevos. Y conoce a los clientes de siempre ya los que entran por primera vez en uno de los locales más bonitos de la ciudad. Un bar fundado en 1860 que ha sufrido pocos cambios y se ha convertido en un tesoro. Un local transformado en un viaje en el tiempo dentro de una ciudad que siempre cambia, demasiado rápido, muchas veces. Dentro del Casa Almirall, por suerte, todo va a un ritmo más pausado.

"Nosotros compramos un bar. Ahora tenemos un monumento", explica Ramon Solé, el otro propietario del local, junto a Pere. Ambos llegaron a los años 70, en una época en la que todo estaba por hacer y todo estaba por escribir. "Me parece recordar que pagamos bisiestos 2,5 millones de pesetas, que era un dineral, a un tal Manel Montserrat, un señor que venía de Vilanova y la Geltrú. Una familia que vendía vino a granel. Entonces, la parte de delante era una bodega y la de atrás estaba llena de botas de vino que habían quedado inservibles cuando entramos en 1976, salvo una que compraron las de las bodegas Torres, reformamos tal como está ahora, poniendo sofás y tablas, pero toda la parte delantera apenas ha cambiado en más de cien años", explica Pere.

El Casa Almirall es el bar más antiguo de la ciudad, por detrás del Bar Marsella. Ambos son dos banderas plantadas en el Raval, un acto de resistencia. "Este bar es una transición entre el neoclásico y el modernismo. Será una de las primeras obras modernistas de la historia, de hecho, ya que en 1885 ya tenemos un anuario de comercio de Barcelona en el que se habla del local y los muebles. Es decir, justo al inicio del modernismo. Es uno de los locales que menos se ha tocado, por suerte", defiende Pedro, quien, señalando los muros junto a la puerta de entrada, añade que "estas piedras podrían ser pedazos de la vieja muralla romana. Todo se aprovechaba, antes". Un local dentro de paredes hechas con viejas piedras romanas y medievales, donde artistas de nombre desconocido empezaron a jugar con el modernismo para hacer los muebles. Y donde hoy, cada noche, un montón de gente la hace charlar. Una ciudad viva.

Mick Jagger y Nico

Cuando está en la puerta del local Pere mira todo lo que ocurre en la calle con la misma mirada con la que, una noche de los años 80, se fijó en una pareja delgada de extranjeros y se preguntó si serían buenos clientes o darían problemas. "Eran los años de la heroína, que destruyó la vida de tantos jóvenes del barrio. Y al fijarme bien, en esa pareja... Collons, eran Mick Jagger y Nico", el cantante de los Stones , acompañado de la modelo y cantante alemana, mussa de tantos artistas. Ambos, juntos, en el Casa Almirall. La de historias que tiene este local. Se hicieron fuertes los anarquistas en los años 30 y estudiantes contrarios al franquismo durante los años 50. Después pasaron músicos y políticos, así como miembros de la Gauche Divine, que muchas veces llegaban acompañados de un joven nacido a cuatro pasos, en esa misma calle, Terenci Moix. "Le recuerdo en una mesa del local, ya que tuvo algún rifirrafe con su pareja, el actor Enric Majó, gritando demasiado", rememora Pedro.

El Casa Almirall ha coleccionado anécdotas en tres siglos diferentes y sigue abierto, resistiendo, consiguiendo que todavía hoy buena parte de la clientela sea local, y no aquellas riadas de turistas que descienden hacia coctelerías de la misma calle donde toda la información es en inglés. Pedro y Ramón sólo necesitan mirar las caras para saber quién es cada cliente pero, ahora que tienen datos gracias a los cobros en tarjeta de crédito, disponen de una prueba empírica: la mayor parte de la clientela todavía es local. A veces un hombre con el pelo blanco entra y les recuerda cómo venía todas las noches cuando era universitario. Y todos se emocionan, tal y como cuando recuerdan las decenas de camareros y camareras que han pasado por la barra.

La fachada del Casa Almirall, en el barrio del Raval de Barcelona.

Ramon Solé y Pere Pina llegaron al Casa Almirall casi por casualidad, cuando los dos se conocieron gracias a Manuel Valls, un nombre de referencia en el mundo artístico catalán, especialmente gracias a las galerías. Entonces, Valls era uno de los responsables de la Galería G, local propiedad de Agustí Coll que se convirtió en todo un referente del arte conceptual catalán de los años 70 y logró colgar en los muros de su local de la calle Casanova tres obras de Andy Warhol, las primeras que llegaban a España. Cosas de la vida, esas tres obras de Warhol eran unas sopas Campbell, un hombre vestido de mujer y unos retratos de Mick Jagger. Poco se imaginaban entonces los jóvenes Solé y Pina que el cantante inglés acabaría en el Casa Almirall. Bien, entonces tampoco imaginaban que ellos serían propietarios del Casa Almirall, ya que en aquella época Solé tocaba la guitarra por los bares y plazas de la ciudad, y Pina hacía mil trabajos mientras soñaba con ser piloto de motos. Fue así, improvisando, como se conocieron gracias a Valls.

"Los catálogos de las exposiciones de la Galería G se imprimían en una imprenta del Raval, así que veníamos mucho por ahí para hacer recados", dice Pere. Todos acabaron charlando en el Casa Almirall, donde Pina explicaba que su padre había sido futbolista profesional, soldado republicano y había pasado por el Camp d'Argelers. Al saber que el local se vendía, Manuel Valls tuvo la idea de comprarlo, manía que le duró poco.De los cuatro socios iniciales, enseguida quedaron dos: Pere Pina y Ramon Solé. "Entonces el local... era bastante diferente. Había una única bombilla de 70 vatios y un viejo camarero, que el pobre se quedaba ciego, oscuro como era el local. Piensa que cuando encendía la luz la gente la ovacionaba, ya que por fin podía verse un poco. Entonces, el Casa Almirall era una bodega que tenía clientela del barrio de toda la vida. Al fondo estaban las botas de vino para comprar vino a granel. Se puede ver cómo estaba en una película del portugués José Maria Nunes, un filme llamado Noche de vino tinto, grabado en la ciudad", explica Pere. Un filme interpretado por Enrique Irazoqui Levi, aquel estudiante hijo de un vasco y una italiana que se marchó a Roma en los años 60 para huir del franquismo y acabó interpretando el papel de Jesucristo en la película de Pier Paolo Pasolini, volvió a Barcelona convertido en actor, Personajes como Irazoqui eran habituales en el Casa Almirante, pudiendo escribir libros de la vida de sus clientes.

El Casa Almirante de Barcelona en el filme de José Maria Nunes 'Noches de vino tinto'.

"En 1976 había gente que con un solo cortado permanecía tres horas en una mesa, grupos de amigos que pasaban horas jugando al dominó y personajes muy particulares, como un exgeneral mallorquín del ejército republicano o el mítico Paulino Uzcudun, el boxeador, ya que había un gimnasio aquí al lado donde entrenaba.Aquellos clientes de toda la vida tuvieron miedo de nosotros cuando compramos el local. Les asustaba que los echáramos, ya que queríamos hacer conciertos de música. atraer a gente joven de noche, cierto. Pero a ellos les hacíamos precios especiales y se quedaron. Piensa que entonces aquí se ofrecía vermut, vino, anchoas y poco más", añade Solé. Después se emociona recordando a una anciana que vivía en la antigua Casa de la Caridad, el edificio que ahora acoge exposiciones junto al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona: "Aquella mujer pequeña pedía un café o un vaso. Y sacaba el suyo monedero, donde tenía poco dinero, lo ponía sobre la barra y nos pedía que nosotros mismos le cubriéramos.Se veía poco. Cogíamos cuatro monedas y le volvíamos.Siempre nos decía que se llevaba mal con las monjas. Un día, pequeña como era, nos enseñó el brazo: tenía un tatuaje que demostraba que había sobrevivido en Mathausen. Venía y se estaba horas sola, vete a saber lo que había vivido. Así que cada día le cobrábamos menos", rememora.

El padre de Terenci Moix

Los jóvenes propietarios, convertidos ahora en gatos viejos con un exquisito sentido del humor, recuerdan a un cliente que les ayudó, cuando tocó hacer reformas en 1976, pintando algunos detalles florales, ya que era un apasionado de la pintura. Era Jesús Moix, el padre de Terenci Moix. "Era todo un personaje, en Jesús. Escuchaba ópera, tenía una tribuna en el Liceu. Y le encantaba pintar. Piensa que en su piso había pintado una imagen de la Acrópolis gigante. A nosotros nos quería pintar todo el local de color verde lavabo , que le gustaba mucho.De hecho, un día nos pidió hacer una prueba de pintura para una pianola y nos pintó toda una pared de ese color verde horrible.Cuando le dijimos que no nos gustaba, él dijo que no nos preocuparan, ya que con el humo del tabaco se volvería marrón.Jesús era un miembro activo del grupo de clientes fieles que tenía el local en los años 70. La hacían muy gorda aquellos.El padre de Terenci era muy ¡más personaje que su hijo!", rememoran los actuales propietarios.

"Al comprar el local, respetamos la decoración original, como las puertas vidriera modernistas, el mostrador de mármol italiano y la famosa figura femenina de hierro fundido que representa la musa de la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Parece que la estatua venía de la casa de la familia Almirall, donde había existido un espacio de baile similar a La Paloma, con dos escaleras que permitían a las señoras seguir los bailes que se hacían abajo. La estatua estaba allí, en las escaleras, en una época en la que encontrabas estas estatuas de la Diana cazadora en los hogares elegantes y en las farmacias. No sabemos exactamente cómo llegó aquí, pero ha estado siempre, como se ve en fotos de finales del siglo XIX", explica Solé.

La visita de los marineros

Detrás de la barra hay un mueble donde las botellas de la parte superior tienen polvo, invitando a soñar cómo llegaron. "Las de vodka las llevaban marineros rusos o ucranianos, que venían por aquí con su marina militar. A los pobres no les daban dinero y no podían gastar, pero les daban botellas de vodka que utilizaban para intercambiarlas. Más de uno golpe un turista del este ve una de esas botellas y le despierta recuerdos de infancia. Le sorprende verlas aquí". Quienes venían poco eran los marineros de la flota estadounidense, que tanto marcaron una generación de barceloneses en los años 50 o 60. "Estos no salían de la parte baja de la Rambla. Su policía militar les salía en busca de noche , ya que salía el sol y los marineros estaban bien borrachos", recuerda Pere, que ha sido presidente del Eix Comercial del Raval y es vicepresidente de la Asociación de Establecimientos Emblemáticos de Barcelona. Sigue luchando por un barrio no siempre comprendido por quienes no lo visitan, un barrio donde siempre hay que enfadarse con las autoridades que se llenan la boca de buenas palabras pero entonces no facilitan nada a negocios como el Casa Almirall. Un negocio fundado en 1860 por quien sería el primer presidente del Gremio de Taverners de Barcelona, ​​Manel Almirall, miembro de la potente estirpe Almirall. El nombre, como su interior, se ha mantenido igual.

No hace mucho una descendiente de los Almirante visitó el bar y en una vieja postal que se puede comprar, en la que aparece una fotografía de finales del siglo XIX, reconoció a su bisabuela, toda elegante, dentro del local. En la barra, que sigue igual. La barra donde hace una década se empezaron a servir de nuevo el vermut de l'Oliveta, el tradicional que tanto se toma al mediodía como en otros momentos del día y que era marca de la casa, y evidentemente la ausenta, la bebida que pusieron de moda los bohemios franceses y que llegó a estar prohibida, en su día. "La absenta es una bebida alucinógena y se tomaba mucha en los años 70, cuando todo estaba lleno de artistas y gente un poco tocada de la seta", explica Pere. Por su ubicación frente a la sede del sindicato CNT Catalunya, también han pasado muchos anarquistas y dentro todavía hay un cartel de Durruti, que visitó el local más de una vez. "Los anarquistas siempre han venido, pero no te pienses. Siempre se pelean entre ellos", bromea Pedro. Durante la Guerra Civil naturalmente fue feudo anarquista, de la CNT, con gente como el periodista menorquín Joan Perelló i Sintes, que se hacía llamar Liberto Callejas, en sus tablas escribiendo artículos.

"Antes de la guerra dicen que no hay había llaves, en el bar, ya que nunca cerraba.No hacían falta cerradura ni llaves, imagina.El Casa Almirall estaba siempre abierto, ya que se pagaba un impuesto para poder jugar, con una mesa donde se jugaba en el bar burro o lo que fuera. Cuando algunos parroquianos todavía jugaban de madrugada, en la parte del fondo entraba un carro que llevaba o se llevaba vino y aceite para venderlos a granel. Siempre había movimiento. La cosa cambió después de la guerra", dicen Pedro y Ramón, que, sin darse cuenta, vuelven a la vida viejas tradiciones, viejos recuerdos y una ciudad que ya no existe. "Este era y es un bar de gente muy joven. El fin de semana tenemos a alguien vigilando en la puerta, por si acaso, pero entre semana se está tranquilo. Antes, de hecho, había mucha más juerga. Las parejas venían en la parte del fondo, en los sofás; ya puedes imaginarlo. Entonces nosotros éramos de los pocos locales que podían cerrar a las tres, haciendo algo de trampa. No es como ahora, que la ciudad está llena de locales. Entonces tenías tres sitios si querías alargar la noche. Almirall, London y Zeleste, poco más".

El Casa Almirall sigue abierto. Ahora se puede picar embutidos, quesos, berberechos, mejillones y acompañarlo todo de un montón de licores. "Las autoridades no ayudan. Parece que no se dan cuenta de que es necesario proteger a estos locales como hacen en otros lugares. Después vamos cerrando y todo el mundo llora", dice Pere, que tiene claro que el día que toque jubilarse y plegar no lo venderá al primer inversor extranjero con un montón de dinero. "Buscaremos a alguien que se haga cargo y pueda mantenerlo la tradición", explica. Ojalá sea así.

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