Francesc Mauri: "No puedo desvincular la geología del hecho de beber vino"

¿Cuándo empezaste a relacionarte con el vino?

— El vino lo había visto en la mesa en casa mis abuelos, pero a diferencia de mucha gente de mi edad, no probé hasta que no fui mayor. De hecho, me generaba casi rechazo. Quizás no fue hasta los 16 años que dejé de apartarme del vino, sentía ese olor fuerte y pensaba que allí donde hubiera un refresco, el vino no hacía falta.

¿Qué te hizo cambiar de opinión?

— Fue un cambio de paladar que me ocurrió con muchos gustos. De pequeño me costaba mucha comida, pero cuando hice ese cambio de chip y la mesa pasó a ser un aspecto fundamental, vi que no hay una buena comida sin un buen vino. En ese momento prácticamente abandoné las bebidas azucaradas que me habían acompañado hasta entonces. Ha cambiado tanto la perspectiva, que ahora las comidas en las que debo abstenerme de tomar alguna copa, sea porque conduzco o por cualquier otro motivo, ostras, pues me parecen una comida triste. Ya pueden llevarte el mejor corte de lo que sea que, si no hay vino, no es lo mismo.

¿Cuándo te encuentras con el vino?

— La gran mayoría de veces es comiendo alguna comida. También, aunque lo hago poco, cuando cocino a veces me sirvo una copa y me parece placentero. Para mí beber vino es una forma de conocer país. Llevo muchos años soy militante de algunas denominaciones de origen catalanas y me gusta ver qué hay y qué procedencia tienen.

¿Cómo casa todo el conocimiento del territorio que tienes como geógrafo con el mundo del vino?

— Pienso que me hace ser más consciente de las características de cada vino. Enseguida asocio el paisaje y la geografía de ese territorio. Saber el suelo que existe en las diferentes zonas de Cataluña y paralelamente saber que cada terreno aporta al vino un gusto y un aroma hace que no pueda desvincular la geología del hecho de beber vino. Para mí es vital mirar la etiqueta y ver de dónde viene un vino cada vez que empiezo una botella. Todo esto forma parte de la cultura mediterránea y está impregnado de muchas cosas.

¿Eres capaz de ver la añada y la denominación de origen y recordar el tiempo que hizo cuando se cosechó?

— No siempre, pero sí me ocurre a veces. Por ejemplo, el 2018 no paró de llover e incluso una temporada del 2019. Entonces los pantanos estaban llenos... Pero esto no siempre es exacto, a menudo la relación entre pluviometría y el suelo va de pocos metros: quizá ese terreno justo no ha tenido el tiempo general.

¿Puedes quedarte con una denominación de origen?

— No, porque en el vino voy a buscar sorpresas. Sí es verdad que hay días en los que no busco sofisticación y un vino sencillo y sin sorpresas ya va bien. Pero entiendo el vino como una experimentación, habrá días que saldrá bien y habrá que no tanto. Es más, me gustan las doce denominaciones, aunque sí es cierto que soy poco espumosos.

¿Entonces con qué te fijas a la hora de escoger un vino?

— El precio es fundamental. Si es una comida de cada día en la que, puntualmente, me escapo con mi mujer por ejemplo el viernes a comer, buscamos un menú; un caso distinto es si estamos en fin de semana y hacemos una comida más especial. Pienso que me encuentro cómodo en un tenedor entre los 10 y los 30 euros. Luego también tengo unas variedades que sé que más me gustan. Las garnachas me gustan mucho, tanto la negra como la blanca, así como el syrah o el cabernet sauvignon.

Si te digo que puedes estar con la gente que prefieras, en el lugar que te apetezca y con la copa que más te guste, ¿qué me respondes?

— Me imagino con mis amigos y amigas y con mi mujer. Como sería con ella, probablemente escogería un vino blanco, porque es lo que más le gusta y quiero que esté muy a gusto en una comida conmigo. El lugar, lo cierto es que dependería de la época del año, desde la playa hasta un campo de cereales o en la montaña. Pero sí sé que empiezan a cansarme los lugares impostados, quisiera estar en un lugar donde me sintiera cómodo y lo sintiera de verdad.