Dos jóvenes hacen renacer la pastelería más antigua de Barcelona
Anna Campos y Judit Servent se han puesto al frente de L'Estrella y han emocionado tanto a los clientes de toda la vida como a los que la descubren ahora
BarcelonaAhora hará un año, Anna Campos recibió un mensaje de una amiga que había querido comprar panellets en la pastelería L'Estrella, la más antigua de Barcelona. Llevaba semanas cerrada. Anna había trabajado allí, y amaba este emblemático negocio del Raval de la misma manera como una persona ama una escuela donde lo ha aprendido todo. Con una llamada a la propietaria, Anna descubrió que se jubilaba y que no había relevo generacional. "¿No estarías interesada tú?" le preguntaron. No dudó mucho. La única condición que puso fue que su amiga, Judit Servent, se uniera al proyecto. Dos chicas de 25 años estaban listas para salvar a uno de los locales más bonitos de la ciudad.
Este mayo, L'Estrella celebrará sus 200 años en plena forma. "Cuando entramos, tocó hacer algo de limpieza del local, que llevaba meses cerrado. Y los vecinos iban pasando preguntando qué pasaría". En una ciudad donde los locales históricos cierran y en su lugar se abren Supermercados 24 horas sin alma, más de uno dio por sentado que esta pastelería acabaría igual. Anna y Judit lo han evitado. "No hemos cambiado nada. No hace falta cambiar nada cuando tienes uno de los locales más bonitos de la ciudad. Nos ha emocionado mucho ver cómo los vecinos de toda la vida han ido pasando por saludarnos, darnos ánimos y agradecer el trabajo que hemos hecho" dice con entusiasmo Anna.
Esta emblemática pastelería de la Calle Nueva de la Rambla abrió sus puertas en 1825. Durante buena parte del siglo XIX, la llevó Joan Grimau. Entonces ya tenía los preciosos ventanales para exponer los productos y la barra de madera que se puede ver ahora, respetadas durante la remodelación de los años 50. En 1916 entraron los hermanos Roig, Josep y Francesc. Qué estirpe, ésta, ya que en 1927 se hicieron cargo de otro templo de la dulzura de Barcelona, La Colmena. Los Roig aún siguen cuidando la tradición en su local de la Plaza del Ángel, pero L'Estrella, en 1927, pasó a manos de uno de los pasteleros que trabajaba, Simeó Pujol. Él fue el responsable de poner las letras del negocio en la fachada de mármol y una estrella de ocho puntas. En aquella época, L'Estrella se convirtió en un punto de encuentro de buena parte de los personajes más pintorescos de aquel Raval que empezaría a ser llamado como el barrio chino a partir de un artículo de 1925 en el que se hablaba de sus bajos fondos. Pero era un barrio donde también pasaban historias bonitas, muchas de ellas en torno a las mesas de L'Estrella, por donde desfilaban músicos, escritores y los boxeadores que entrenaban muy cerca. En esto, el Raval no ha cambiado: muchos le critican e ignoran todas las cosas fantásticas que ocurren, como por ejemplo el renacimiento de L'Estrella. Anna se ha encargado de que el local recupere ese aire de granja donde puedes tomar el café mientras comes unas pastas, que se había perdido un poco.
"Algo precioso es que hace más de un siglo que el local pasa de manos entre personas que han trabajado allí. Se lo quedan personas que ya estaban allí" dice Anna, que ha perpetuado la tradición. Los Pujol fueron al frente de L'Estrella hasta el año 2015, cuando Ferran, el hijo de Simeó, la cedió a una antigua trabajadora, aquella que se jubiló en el 2024. "Yo estudié pastelería en el EPGB (Escuela de Pastelería del Gremi BCN) y el primero ' septiembre del 2017, con 17 años. El primer año hice de tendera, pero cuando el pastelero se marchó, si podía ocupar su puesto. Se habían conocido en el barrio de Sant Antoni, donde se criaron. Y ahora trabajan juntas, ya que Anna tenía claro que, para quedarse con el negocio, necesitaba a Judit para atender a la gente.
Un horno de bóveda original
El Estrella es un local elegante con una pequeña puerta de madera al fondo que comunica con un mundo subterráneo fascinante, aquel de la sala donde se hacen los dulces y los pasteles, con el horno de bóveda original que inicialmente funcionaba con leña y ahora con gas. Verle funcionar es cómo hacer un viaje en el tiempo. "Bajé a la sala de abajo y aquí me lo enseñaron todo. Después de la pandemia, sin embargo, sentía que quería hacer otras cosas. Trabajé en una pastelería italiana y estuve un año en Irlanda, en una pastelería de Galway. Luego volví para abrir mi propia pastelería en la calle Consell de va menos gente. La traspasé después de un año y tres meses. Y fue cuando supe que L'Estrella estaba en traspaso". Judit había seguido en el mundo de los dulces y trabajaba en L'Atelier. No lo dudó, cuando Anna le preguntó si quería sumarse a la aventura.
El 30 de noviembre del 2024, L'Estrella abrió sus puertas de nuevo después de cinco meses cerrada. "Recuperava la rutina de quan hi havia treballat, però ara amb una nova responsabilitat. Vam descobrir que la gent del barri estava espantada perquè pensaven que perdrien aquest negoci. Quan van veure que érem nosaltres, antigues treballadores, les que hi entràvem, veies cares d'alegria. Admeto que vaig adonar-me que no coneixia del tot el barri. Aquí hi ha molta vida social. El carrer Nou de la Rambla està molt viu. La gent de l'associació de veïns ens visita i quan són les festes del barri es fa un recorregut històric i venen. Hi ha turisme, per descomptat. Alguns ja ens coneixen, altres ens troben per casualitat i entren, fan una volta com si fos un museu, i marxen. Com que som a pocs metres del Palau Güell, ens ajuda. De fet, ens venen turistes del Palau, però també els seus treballadors, amb qui tenim una bona relació. Una de les primeres visites que vam rebre quan vam obrir va ser el director del Palau Güell, que ens oferia fer un càtering", explica. Cuando necesitan un licor, atraviesan la calle y la compran en la licorería Torres. Y los trabajadores de Torres desayunan todos los días en L'Estrella. Un barrio vivo.
Anna y Judit no han cambiado nada del local, más allá de limpiarlo para hacerlo brillar. Pero en pequeños detalles, le van haciendo suyo. Los cruasanes de toda la vida son sagrados. Es clave que la gente encuentre los gustos que les recuerdan a otras épocas. Pero Anna también ofrece nuevos gustos, como croissant con pistacho dentro. Ha ampliado la oferta y también ha respetado la tradición. "Es muy bonito cuando llega gente y nos dice que, de pequeños, venían aquí con su abuelo. Mucha gente nos visita cada semana a pesar de que viven en Sant Gervasi, en Sarrià o en Sants. Quieren mantener el vínculo", dice Anna. La gente les habla de las trufas de L'Estrella que se dejaban bajo la almohada de los niños del Raval cuando las caía un diente o los brazos de gitano que se compraban cuando tocaba hacer fiesta grande. "A veces nos hablan de productos que desconocemos, porque han quedado olvidados. Lo siento cuando pasa. Pero cuando alguien se emociona porque puede comprar el roscón donde lo hacía el abuelo, es un momento mágico". Los productos estrella son los macinos, el brazo de gitano, las tortas y cuando llega reyes, los roscones. "Durmí dos horas. Nos pusimos la noche del 4 al 5. Fue una locura. Hacía dos meses que habíamos abierto y no paraba de venir gentío. Era un no parar", recuerda Anna, que decidió añadir la figura de un tió al tronco de Navidad. Se agotaron, como los roscones. "Estamos muy cansadas. Pero muy contentas y agradecidas". El vecindario también lo está agradecido. Estrella vuelve a brillar.