Debemos dejar de normalizar que haya docentes que renuncian a hablar en catalán a los niños
TaradilloEn 1976 se abría cerca de Perpiñán la primera escuela inmersiva en catalán. Una maestra, Úrsula Ferrer, y siete niños dieron el inicio a una experiencia que ha ido creciendo hasta llegar a los 1.100 alumnos que hoy hacen escuela en catalán en siete escuelas y dos institutos. Esta efeméride tan relevante debe servirnos como oportunidad para revisar la salud de la inmersión lingüística en nuestras escuelas e institutos.
En los años 80 en Santa Coloma de Gramenet empezaron las primeras experiencias inmersivas en el Principado que acabaron convirtiéndose en un referente para definir la identidad de la estrategia lingüística de todas las escuelas públicas de nuestro país.
Hoy, cincuenta años después, hemos mantenido la estrategia de la inmersión mientras el contexto lingüístico y cultural ha cambiado radicalmente en relación con lo que teníamos al inicio de la experiencia. Hemos pasado de un contexto bilingüe en el que había que hacer escuela con únicamente dos lenguas presentes (una dominante, otra históricamente perseguida y minorizada) a una realidad multilingüe y multicultural.
Mientras el contexto social y lingüístico se ha ido enriqueciendo con la llegada de personas con orígenes muy diversos, en las escuelas hemos cometido el error de pensar que para hacer escuela inmersiva ya es suficiente con hablar en catalán a niños y jóvenes. Es un poco el mismo error que pensar que la coeducación consiste simplemente en poner a niños y niñas en relación a educarlos. Estos cincuenta años de Bressola pueden ser un buen momento para realizar un replanteamiento a fondo de lo que supone ser y hacer escuela inmersiva en catalán, en este nuevo contexto lingüístico y cultural que tenemos hoy en nuestra casa.
Es cierto que debemos prepararnos también para hacer frente al embate que nace de los organismos judiciales y que en cada resolución que hacen van cuestionando, persiguiendo y recortando lo que este país decidió legislar con la Ley de Normalización Lingüística (¡aprobada en el Parlament de Catalunya sin ningún voto en contra!). ¡Cómo han cambiado las cosas, también en la clase política!
Conviene recuperar la maestría de todas las mujeres y hombres que, en los años más difíciles del franquismo, desobedecían el estatus oficial para hacer escuela democrática y en catalán siempre que podían, aunque hubiera que esconder la foto del dictador y colgarla de nuevo ante la visita de los inspectores.
También debemos dejar de normalizar y aceptar que haya maestros, profesores de instituto o educadores del ocio que renuncian a hablar en catalán a los niños y que no entienden que la inmersión es la herramienta que cohesiona esta diversidad tan rica y diversa culturalmente.
Y, sobre todo, debemos seguir trabajando para hacer una buena escuela, democrática y abierta, que acoja estas diversidades y que interpele a las inteligencias de los niños y jóvenes para que acaben descubriendo que la escuela es el lugar donde poder construir su presente y su futuro, en un juego de identidades diversas que encuentran en la lengua y la cultura del país que les acoge el mundo.
Estos cincuenta años de Bressola no es sólo un cumpleaños que reconoce el tesón y el compromiso de familias, maestros y niños del norte. Debe ser también una ocasión para pedirnos qué podemos aprender de nuestros hermanos norcatalanes para tratar de hacer frente, desde la escuela, a las complejidades que hoy definen a nuestra sociedad.
¡Gracias compañeros y compañeras de Bressola y por muchos años!