El dilema de buscar escuela para tu pequeño óvulo fecundado
BarcelonaEncontrar la escuela ideal para tu hijo de tres años puede ser más estresante que operar a corazón abierto. Tienes que ir a mil jornadas de puertas abiertas donde un equipo directivo te da un speech de una hora y media que se podría resolver en un reel de treinta segundos sobre el calendario de fiestas, el proyecto educativo, el tema de llevar el control de esfínteres actualizado de casa y las rondas de preguntas en las que salen cosas como “¿Cuál es el protocolo a seguir si a mi hijo no le gustan las mandarinas?”.
Y os entiendo, yo también estuve con el culo embutido en una minúscula silla verde metálica viendo eternas diapositivas con letra Comic Sans, embarazada de 8 meses y medio de la terrorista 2, que, para poner emoción a la soporífera reunión, me generaba contracciones. Eso sí que hubiera sido interesante, sacar un mamífero del útero mientras la profesora de psicomotricidad explicaba, sobreactuando, la importancia de llevar calcetines antideslizantes marcados con el nombre de la criatura “porque si todos vamos al Decathlon, BOOM ! Los tenemos iguales”.
Así que como madre vivida y con experiencia en este dilema existencial, me siento capacitada, y en la obligación, de dejar por escrito cuatro cosas a tener en cuenta que son importantes a la hora de elegir un centro escolar y que no salen a ninguna guía ni manual.
La primera, sin duda, que el trayecto de Google Maps de casa a la escuela no supere los 5 minutos, ya que tendrás que añadirle 10 minutos de rabieta con croqueta in the fucking street, 5 minutos más para pararse a chupar el cristal de todos los escaparates y un cuarto de hora para señalar perros a treinta centímetros de sus dientes afilados, con cara poco babyfriendly y que hacen "guau-guau".
La segunda, fijarte que el bíceps de la conserje esté trabajado nivel protagonista de Marvel, que la nuestra estaba a las puertas de la jubilación y de tantos años viendo niños jugarse la vida en el patio había perdido hierro, omega-3 y las ganas de vivir, y hasta que encajaba la llave en la cerradura y abría la puerta para dejarnos entrar, mis terroristas tenían tiempo de hacer un powerpoint mental con los pros y contras de ir a la escuela durante 8 horas en lugar de estar en casa viendo un capítulo de la Patrulla canina, y pasaban de estar contentas a las 9 de la mañana a armar un sacramental estratosférico a las 9.05 h porque preferían el homeschooling o, peor, hacerme compañía en el trabajo. COMPAÑÍA. C-O-M-P-A-Ñ-Í-A.
La tercera cosa, saber el número de eventos infantiles a los que como tutora legal estarás invitada (obligada) a asistir durante el curso para ver en streaming tu hijo cantando como un gato atropellado el fum-fum-fum, o ver la emotiva (y eterna) obra de teatro donde hace de árbol 2. Y súmale buscar, entre la ansiedad extrema de otros padres y familiares lejanos, un sitio en primera fila para que vea que no le has fallado como madre, mientras intentas esquivar teleobjetivos que te amenazan con morir desnucada.
Y la cuarta y última, que tenga extraescolares que sirvan de algo. Qué queréis que os diga, la de inglés está sobrevalorada y con dos tardes de juegos en el Parc Güell lo tienes arreglado y vuelve hablando inglés, francés, alemán y suahili como lenguas maternas. Pero un taller infantil de Marie Kondo en el que expliquen a mis hijas la importancia de recoger su bullshit para que no te revienten los chacras haría que las apuntara a la escuela, las extraescolares, el máster e, incluso, el doctorado.
Que sí, que decantarse por el método Montessori, Waldorf o los cuadernos Santillana es importante, pero entre tú y yo, los gomets acabarán enganchándolos igual, y como adulta que lleva durmiendo desde hace más de tres años con unos pies incrustados en las cervicales, facilitarte un poco el día a día podría alargarte entre cinco y diez minutos la esperanza de vida.