Carlos Pitillas: "Me asusta la posibilidad de dañar a los hijos"
Psicólogo, psicoterapeuta especializado en infancia y juventud y padre de dos hijos, uno de 3 años y otro de pocos meses. Publica 'Caminar sobre las huellas. Vínculos, trauma y desarrollo humano' (Desclée de Brouwer), un manual que describe la forma en que las primeras relaciones que tiene un bebé con su entorno configuran la forma en que se relacionará con el mundo a lo largo de su crecimiento.
BarcelonaPara los hombres el proceso de convertirse en padres es una profunda transformación, cargada de oportunidades. Estudios recientes demuestran que los padres que mantienen un contacto íntimo y prolongado con bebés experimentan aumentos de hormonas ligadas a la atención y al vínculo, como la oxitocina y la prolactina. Y también muestran transformaciones cerebrales.
¿El cerebro del hombre cambia?
— Son transformaciones comparables a las que viven las madres durante la gestación y las primeras fases de la crianza. Este contacto regular y afectivo produce una especie de reconfiguración emocional por estar sintonizados con el bebé, por estar atento a sus necesidades y ser más sensibles a su dolor. Los hombres estamos empezando a descubrir que cuidar a los hijos no sólo es un deber, sino también una fuente de sentido, de identidad y de crecimiento.
Y también de miedo. ¿A ti te asusta hacerlo mal?
— Sí me asusta la posibilidad de dañar a los hijos. Cuando pienso en ello me siento mal, pero intento que el miedo no sea el eje alrededor del cual organizo la crianza. Procuro escuchar sus necesidades tanto como puedo. Algunas veces puedo darles lo que necesitan y otras considero que no es conveniente. Cuando esto ocurre, procuro poner límites que no sean agresivos, límites protectores, razonables y razonados.
¿Qué principios te guían?
— Procuro nunca perder de vista una idea fundamental: el proceso de ser padre y el de ser hijo está atravesado por una vulnerabilidad y una profunda imperfección. No podemos eliminar esta vulnerabilidad, pero sí que podemos aprender a vivirla con más humanidad, mayor presencia y respeto mutuo. La relación entre padre e hijo es un potente motor de desarrollo emocional y racional. Pero hay que entender que es inevitable que la relación produzca algunas heridas, limitaciones, bloqueos o distorsiones.
Poco o mucho, todos estamos heridos.
— Nadie ha quedado totalmente al margen de carencias o resentimientos. Todos somos hijos de padres imperfectos que, a su vez, también fueron hijos de padres imperfectos. Sería bueno construir una cultura que no considere a la crianza una especie de examen de nuestra excelencia. Como te decía, en la crianza existen dos partes vulnerables, no sólo una, aunque una tenga más poder y responsabilidad. Si entendemos esto podemos empezar a querernos como padres y criar a los hijos de manera más tranquila. Estaría bien dejar de ofrecer recetas mágicas, dejar de juzgarnos continuamente y, en cambio, ofrecernos soporte real y eficaz. Hay un proverbio africano que dice "Para criar a un niño hace falta todo un pueblo". Quiere decir que criar a un ser humano es un proceso largo, complejo, costoso en el que es necesaria una red humana, de ancianos, de familiares, de amigos y de otras figuras significativas. Una crianza en soledad, sin soporte, sin reconocimiento ni validación, es una crianza de riesgo.
Educar significa fomentar la autonomía de los hijos, es decir, hacer que no nos necesiten. ¿También en un hijo de tres años?
— No soy demasiado consciente de lo que dices. Intento estar disponible y leer las señales que me envía mi hijo mayor, interpretar su conducta. Algunas de las señales indican que necesita que me acerque. Quizás tiene miedo o se ha hecho daño o está más sensible o busca una respuesta cariñosa. Otras veces lo veo empeñado en algún aspecto que queda fuera de nuestra relación, que está intentando tomar sus propias decisiones, hacer las cosas a su manera. En momentos así, su sistema de exploración del mundo está activado y procuro darle espacio, acompañarle pero sin intervenir.
¿Cómo es esa exploración en un hijo y otro?
— En un bebé la exploración consiste en observar el entorno, seguir un sonido o una luz. En un niño de tres años la exploración puede ser subirse a un columpio del parque, probar una nueva manera de tirarse por un tobogán o decirme que no cuando le propongo algo. Todo son expresiones de una misma lógica, de su deseo de separarse un poco de mí, de probar cosas, de reafirmarse. Mi trabajo, como padre, es acompañar estas probaturas con tanta sensibilidad y respeto como pueda, sabiendo que su autonomía es también parte de nuestro vínculo.