Fotoperiodismo

El World Press Photo reivindica la historia después de la primera fotografía

La muestra de fotoperiodismo choca por primera vez con la censura en Europa

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En Enriquez, de 86 años, en la casa de los Golden Gays en Filipinas el 18 de julio del 2022.

BarcelonaEn agosto del 2016, el fotógrafo César Dezfuli (Madrid, 1991) se subió a un barco alemán de rescate humanitario que seguía la ruta entre Libia e Italia. Ese año, 181.436 migrantes intentaron atravesar el Mediterráneo y más de 4.500 murieron. Dezfuli quería aportar algo distinto. "No quería una fotografía de una masa anónima", explica en el CCCB, donde este viernes se inaugura el World Press Photo 2023, que podrá verse hasta el 27 de diciembre. Decidió hacerles fotografías individuales y apuntar su nombre, edad y país de origen. Fue el inicio de un proyecto que ya dura siete años. Dezfuli ha intentado reconstruir sus vidas. Ha localizado 105 y ha visitado 65: Passengers, ganadora del World Press Photo 2023 en la categoría de Formato Abierto de la región de Europa, cuenta sus historias personales.

Las imágenes cuentan muchas cosas: está la fotografía del momento del rescate y la que Dezfuli ha hecho años después. "Sus rostros serían muy distintos si hubieran cogido un avión con toda la tranquilidad del mundo", dice. Su proyecto, publicado en Le Monde (Francia) y Volkskrant (Países Bajos), reconstruye el viaje que han hecho algunos de estos migrantes hasta subir a la patera y el maltrato e incluso las torturas sufridas durante este recorrido, sobre todo en Libia. El destino de estos migrantes ha sido dispar: algunos han ido a España y otros a Portugal, Francia, Alemania, Italia... "Los procesos de integración han sido diferentes y eso también me ha permitido valorar cómo afectan a las distintas políticas migratorias", relata el fotógrafo madrileño. En el interactivo que se puede ver en el CCCB se puede seguir, por ejemplo, la historia de Oumar, que es hijo de un profesor y que vino a Europa persiguiendo el sueño de ser periodista; ahora recoge fruta en el sur de Italia. Más trágica es la historia de Mollow, que creció sin padre, y cuya madre murió cuando él tenía 12 años. Primero fue a Bélgica y después a Alemania, donde todo indicaba que podría salir adelante: aprendió alemán y encontró trabajo en una fábrica de coches. Tenía un buen sueldo y podía enviar dinero a su hermana. Aparentemente, lo había logrado. Sin embargo, después de cuatro años, no le aceptaron la solicitud de asilo y lo enviaron a Bélgica: "Lo dejaron allí en la calle, donde vive. Al principio no me explicó que no tenía casa. Me decía que en algún momento había pensado en el suicidio", dice Dezfuli.

Alpha Oumar, uno de los migrantes fotografiados por César Dezfuli.
Una de las imágenes de una mujer herida en Ucrania.
Una iraní, en Teherán, desfiando la ley que obliga a llevar hiyab el 27 de diciembre del 2022.

El fotógrafo se ha replanteado algunas cosas después de ese proyecto. "Cuando fui al barco les pedí permiso para hacerles las fotografías con la ayuda de un traductor. Asumí que lo entendían. Luego, cuando los he ido reencontrando me he dado cuenta de que no lo entendieron del todo porque era un contexto muy complicado. De alguna manera, yo estaba en una situación de privilegio cuando pedí su consentimiento. Sin estas fotografías no estaría aquí, pero asumo la responsabilidad de eso, y saberlo ha condicionado mis otros proyectos", reconoce Dezfuli.

"De cojo a cojo"

No es el único fotógrafo que no se ha quedado con la primera fotografía. El fotoperiodista Emilio Morenatti (Zaragoza, 1969), que ha recibido una mención de honor por War Wounds, muestra un proyecto bastante personal sobre los civiles que han sufrido alguna amputación en la guerra de Ucrania. Morenatti perdió una pierna hace un tiempo y va con una prótesis, lo que, explica, le ha permitido acercarse más a los heridos de Ucrania. "No solo me he sentido útil explicando lo que sucedía en Ucrania, sino que me he involucrado en sus historias. Hemos hablado de cojo a cojo", explica Morenatti.

El fotógrafo ha seguido en contacto con algunas de las personas a las que fotografió en los hospitales ucranianos, como Iana Stepanenko, que tiene 11 años y perdió ambas piernas. "Al principio no quería hablar conmigo, pero le enseñé mi prótesis y le dejé tocarla. Le dije que podría volver a andar, a bailar; ella quiere ser bailarina. Hablé mucho con su madre, que también perdió una pierna, cuando acudieron a San Diego para poner las prótesis a Iana", relata el fotógrafo. Hace poco, Iana, que perdió a su padre en el frente, pudo terminar una carrera de 10 kilómetros. Otra de las mujeres con las que Morenatti sigue en contacto enterró su pierna con su hijo de 14 años en el jardín de su casa.

En la exposición también se pueden ver muchas fotografías sobre conflictos como la crisis climática, el tráfico ilegal de armas en Afganistán, la desaparición de los oasis en Marruecos, las protestas de las mujeres en Irán o el entierro de la periodista palestina Shireen Abu Akleh en Jerusalén, donde los policías israelíes fotografiaron a los hombres que llevaban el féretro.

Homofobia en Hungría

Algunas de las fotografías han hecho que el World Press Photo chocase con la censura por primera vez en Europa, en concreto en el Museo Nacional de Hungría. Se trata de Home for the Golden Gays, el proyecto de la filipina Hannah Reyes Morales. La fotógrafa capta cómo es la cotidianidad de un grupo de gays de la tercera edad de Filipinas que viven en comunidad porque la mayoría no puede permitirse un alquiler. Cuidan unos de otros y organizan actividades para recaudar dinero.

En Hungría, una ley aprobada en 2021 prohíbe a los menores de 18 años consumir material que pueda considerarse que "promueve" la homosexualidad o el cambio de género. "Hace treinta años que el World Press Photo se hace Hungría, en el Museo Nacional, y nunca habíamos tenido problemas", asegura la comisaria de la muestra, Marta Echevarría. Esta vez hubo protestas por el trabajo de Reyes. El gobierno húngaro consideró que el museo había incumplido la ley. El museo respondió poniendo un cartel en el que se advertía que no podían entrar los menores de edad, pero el director del museo, László L. Simon, fue despedido.

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