100 años de Coll, el genio del cómic catalán casi imposible de encontrar en las librerías
Gigante del 'TBO', alternó el oficio de dibujante y el trabajo en la construcción
BarcelonaEl 13 de julio de 1984, hace justo 40 años, moría uno de los mejores autores de la historia del cómic catalán, un clásico indiscutible y reverenciado de nuestra historieta humorística. Tenía 60 años y hacía sólo unos meses que, después de dos décadas alejado del tablero de dibujo y dedicado profesionalmente a la construcción, Josep Coll i Coll (Barcelona, 1924-1984) había vuelto a publicar regularmente historietas, nada menos que en Cairo, la revista más moderna de la época. Lo hizo empujado por el reconocimiento tardío pero entusiasta del mundo del cómic, que de repente le reivindicaba efusivamente y le homenajeaba en el recién nacido Salón del Cómic de Barcelona. Después de haber renunciado a su vocación durante años, Coll vio cómo los fans que habían crecido con sus dibujos le pedían emocionados una firma, las revistas se le rifaban y aparecía la primera antología en condiciones de su trabajo, álbum De cuello a cuello. Su muerte fue, por tanto, especialmente trágica y difícil de digerir, sobre todo porque fue el propio Coll que puso fin a su vida ese día de julio en que, según la crónica deEl País, fue hallado en la bañera de su casa “con un cable eléctrico atado al cuello”.
“A veces me he preguntado si con todo ese reconocimiento lo desanimamos, si él ya tenía una vida hecha y nosotros hicimos que se la replanteara –reflexiona el librero Albert Mestres, que fue el editor de aquella primera antología de Coll–. Nunca lo sabremos y es inútil especular, pero claramente no era nuestra intención”. Mestres tenía sólo 23 años cuando le propuso a Coll publicarle un libro. Adoraba sus historietas, que de pequeño eran lo primero que leía en el TBO. De hecho, cuando en 1980 abrió con su amigo Joan Navarro la librería Continuarà Comics en la calle Templers decoró el rótulo con el dibujo de una historieta de Coll. “Cuando él lo vio se fijó que habíamos incluido su firma en el mural y se sorprendió mucho –recuerda Mestres–. «¿Tan importante soy?», dijo. Era una persona muy llana y generosa. Hizo la portada para el libro y me la regaló. «Quédatela. Total, nunca he conservado ninguna original», me dijo”.
Este año no sólo se cumplen 40 años de la muerte de Coll, sino 100 de su nacimiento, un 8 de febrero de 1924. Pero en Cataluña las conmemoraciones se han limitado, de momento, a una charla en el último Comic Barcelona y una pequeña exposición inaugurada el 6 de junio en el Museo del Cómic de Sant Cugat. Desde las instituciones públicas, mientras, no está previsto ningún acto ni publicación para recordar una figura esencial del patrimonio historietístico catalán.
"Coll dibujaba cómics de una pureza poco vista en todo el mundo”, afirma el dibujante Manel Fontdevila. “Coll no es Ibáñez, pero transmite el movimiento con tanta eficacia como él sin perder la elegancia –añade–. algo que está ahí, que la ves. Es hipnótico. Y toda esta pureza siempre juega a favor del gag, que es una anécdota mínima, muchas veces brillante”.
Coll picó mucha piedra antes de convertirse en dibujante. Literalmente: trabajó desde los 12 años en la cantera que tenía su padre, aunque también estudió delineación en la Escola Industrial. Al terminar el servicio militar comienza a publicar en varias revistas hasta que en 1949 debuta en el TBO, la revista que leía desde pequeño y que marcó su carrera. Inicialmente muy influenciado por Benejam, el dibujante de La familia Ulises, con el tiempo Coll desarrollaría un estilo propio que sedujo tanto a los lectores como al director de la revista, Joaquim Buïgas, que compraba todas las historietas que el dibujante le traía los sábados. Tampoco eran muchos: Coll no era un autor muy prolífico, ya que pensaba tanto cada página que tardaba días en dibujarla. “Soy un dibujante lento –explicaba en 1982 a Antonio Martín en una entrevista en el primer número de Cairo–. Si un muñeco no me ha salido bien, lo borro y lo vuelvo a hacer. «Estaría mejor algo más curvado», me digo, y lo vuelvo a borrar. Y así hasta que está bien. Pero, claro, cuando me doy cuenta ya ha pasado todo el día y aún no lo he pasado a tinta”.
El estilo de Coll es el resultado de todo este esfuerzo y reflexión sobre el lenguaje del cómic. “El diseño de las historietas es verdaderamente único: cómo está colocado cada elemento, cada línea cinética, cómo elige el plan y lo integra en la página”, se admira Fontdevila. Ni que decir tiene que Coll es, como apunta el teórico del cómic Antoni Guiral, un “dibujante de dibujantes” y también “un símbolo de modernidad” en el cómic de nuestra casa. "Si no se le recuerda más es, seguramente, porque no hizo ninguna serie ni tenía un personaje fijo", apunta Guiral. Además, uno de sus rasgos distintivos era el gusto por las historietas sin palabras en las que su expresividad sin límites cubría las necesidades narrativas. Pero en el TBO tenían la mala costumbre de añadir a menudo bocadillos con diálogos bajo el pretexto de que el lector compraba la revista para leerla, y que así sentía que amortizaba más la inversión.
Del cómic a la obra
Un momento clave de la carrera de Coll es cuando, a mediados de los años 60, en su plenitud artística, el dibujante cuelga los pinceles para dedicarse únicamente a la construcción, donde podía ganar más dinero que con el cómic y así mantener la familia. A menudo se ha tomado este hecho como paradigma de la precariedad de la profesión de dibujante, pero en su texto de la monografía Josep Coll. Lugares sorprendentes (Diminuta, 2017), Lluís Giralt explica, citando conversaciones con Coll, que en la decisión influyó que Albert Viña, director del TBO desde 1954, dejó de comprarle todas las páginas a Coll, que vio sus ingresos mermados. En paralelo, el boom económico en la España de los años 60 revalorizó los oficios de la construcción y facilitó la decisión. Ahora, Coll no "volvió al andamio" ni trabajó de albañilería, como se ha publicado a menudo y él mismo explicaba en las entrevistas, sino que, según Albert Mestres, trabajó siempre "como maestro de obra".
A principios de los 80, sin embargo, una nueva generación de aficionados, autores y editores reivindican insistentemente la figura de Coll. En el renacimiento del dibujante juega un papel destacado Joan Navarro, director de la imprescindible revista Cairo, que en su primer número reivindica a dos autores con artículos en profundidad: Hergé, padre de Tintín, y Josep Coll. “Era el más moderno de todos los dibujantes y, en cierto modo, un dibujante de línea clara –rememora Navarro en referencia al estilo gráfico que abanderaba la revista–. Le hicimos una entrevista y él estuvo encantado”. Al cabo de un par de años, en el número 24, Coll comienza a publicar nuevas historietas en Cairo. "Fue un honor inesperado", dice Navarro, que sentía "una ola de felicidad" al recibir las nuevas historietas que el autor llevaba a la redacción enrolladas en forma de tubo, y que compartían páginas en la revista con obras de Tardi, Giardino, Daniel Torres o Pedro Juan.
Desgraciadamente, la colaboración de Coll en Cairo fue breve. Un mes y medio después de la muerte del dibujante, la revista publicaba un número especial en homenaje a Coll con una portada original del autor, una entrevista inédita de Victoria Bermejo y varias historietas que la revista había comprado al dibujante antes de su traspaso . “Coll ha muerto –informaba el editorial de ese número, el 28–. La alegría de su regreso a la historieta se ha visto truncada brutalmente. El recuerdo que deja entre nosotros como autor y como persona será imborrable”. Sin embargo, no ha sido fácil transmitir esta pasión a las nuevas generaciones. "La recuperación de sus obras se quedó a medias, y no ha tenido una reedición como Dios manda", lamenta Navarro. “Su desgracia –añade Fontdevila– fue pertenecer a la industria del cómic”. Y subraya que "es una vergüenza que no haya una forma digna de tener recogida su obra".
Así es: en el 2024, el año del centenario de Coll, es casi imposible comprar historietas de Coll en una librería. Las ediciones más recientes con material del autor son las dos monografías de Diminuta Editorial, Josep Coll. El observador perplejo (2015) y Josep Coll. Lugares sorprendentes (2017), que recogen textos teóricos y una selección de historietas, pero la muerte del editor Joan Anton Sánchez en el 2020 y el posterior cierre de Diminuta han hecho que hoy en día estén descatalogadas –Albert Mestres informa que en Continuarà Còmic, en la Vía Layetana, tienen una treintena de ejemplares que adquirieron cuando los herederos de Sánchez liquidaron el fondo editorial–. Se pueden localizar, eso sí, en bibliotecas y en contadas librerías, donde también se puede encontrar, con suerte, alguna recopilación de páginas de Coll publicada por Ediciones B en los 90 o el catálogo de la exposición Cuello online, comisariada por Jaume Vidal en 1999.
La paradoja es que en el mercado de coleccionistas los originales de Coll han circulado en abundancia en los últimos años. Son materiales que los dibujantes del TBO no conservaban, ya que se les quedaba la revista y, en teoría, terminaron en el mítico archivo de originales de Bruguera, que compró el TBO en los 80, antes de quebrar y ser adquirida por Ediciones B. “La obra de Coll corre de colección en colección sin ningún control –lamenta Fontdevila– y me temo que una gran parte está muy esparcida y será difícil de recuperarla para editarla con cara y ojos”.
Una anécdota que vivió el dibujante de Manresa cuando trabajaba en El Jueves ilustra esta problemática: “Una tarde se presentó en la redacción un tipo con un montón de originales de Coll, entre cincuenta y cien, que venía a un precio no demasiado elevado. No sabíamos ni quién era ni de dónde los había sacado, sólo que pensaba que nos gustarían y necesitaba el dinero. Evidentemente nos gustaban y, quien más quien menos, todos pasamos por caja. Sin ser coleccionista, tengo dibujos de Coll en casa, dibujos que se negaron al autor ya las familias y que ahora están un poco donde han caído. No sé si es algo que tenga solución a estas alturas. Pero lo cierto es que Coll era el mejor y no hay un libro que le haga justicia, ni su obra está en un archivo o en lugar que se pueda consultar. Yo cedo a los míos cuando haga falta. Pero si buscamos culpables, debe mirarse hacia los editores y sus protocolos degenerados”.