Literatura

Abandonar a tu hombre porque te da miedo y volver por el mismo motivo

En 'La campana', Iris Murdoch se empuja una historia que puede relacionarse con el afloramiento de elementos incómodos en una sociedad

Detalle de un campanario inglés
11/02/2025
3 min
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'La campana'

  • Iris Murdoch
  • Ediciones de 1984
  • Traducción de Jaume C. Pons Alorda
  • 512 páginas / 22,90 euros

En un libro titulado Ninety-nine noveles. The best in English since 1939 (1984), Anthony Burgess definió esta novela, publicada por primera vez en 1958, como "la síntesis entre lo tradicional y lo revolucionario". La estructura de La campana es de corte tradicional: bien aseada, avanza en un sentido cronológico recto –todo ocurre durante varios días–, sin poner ningún obstáculo al lector. Hasta puede recordar el esquema argumental de una novela victoriana, por la ambientación campestre, que parece inspirada en un cierto realismo gótico, y la mezcla de elementos dramáticos, de coloración varia, y cómics, más escasos que los anteriores. Lo revolucionario es, más bien, el tratamiento de los personajes, servidores de unos temas morales que interesaban y ocupaban a la autora, también una reconocida filósofa (y aquí querría aprovechar la ocasión para recomendar la conversación de alto voltaje, grabada para la BBC en 1977, que Iris Murdoe mantuvo con el Philosophy & literature).

La pareja formada por Paul y Dora Greenfield se sostiene con pinzas por su precariedad. Hay una diferencia de edad notable entre el hombre, un estudioso maduro con propensión a la ira, y ella, una mujer joven de talante ocioso, dada a toda ley de veleidades. No atan ni en pintura, pero hay algo que les mantiene unidos, y que conocemos desde las dos primeras frases de la novela: "Dora Greenfield abandonó a su marido porque le daba miedo. Decidió, seis meses después, volver con él por el mismo motivo". Cabe decir que la protagonista es una caga duda antológica. Sí, el miedo es uno de los asuntos de esa historia. Y los celos, y algunos más, que ahora repasaremos.

Paul ha decidido ir a pasar varios días de receso en Imber Court: una especie de comunidad laica anglicana asociada a un convento de monjas benedictinas de clausura, en Gloucestershire, no muy lejos de Londres. Sus miembros rezan y cultivan un huerto. En el convento nunca entra nadie, ninguna mujer, si no es para ingresar (y tampoco sale nadie). Sin embargo, pronto entrará una nueva campana, como si se tratara de una postulante. El símbolo de la campana es muy poderoso, y depende de una leyenda del siglo XIV, que circulaba por el cenobio y sus alrededores. Está implicada una monja, que había pecado, presuntamente, de lujuria. Pero el nombre de la monja impura nunca se llegó a saber, por lo que el obispo de la hora profirió una maldición contra la abadía. Y ocurrió que la gran campana "voló como un pájaro desde la torre y cayó al lago". En torno a esta campana, Iris Murdoch se empuja una historia algo rocambolesca, que, ya dentro del terreno del símbolo, podría relacionarse con el afloramiento –iba a escribir la exhumación– de elementos que acaban resultando muy incómodos en una sociedad.

El interesante debate sobre la sexualidad que abre la novela

Uno de los aspectos más fascinadores de La campana es el debate sobre la sexualidad. Michael, uno de los hombres fuertes de la congregación y propietario de la casa en la que se ha instalado, es homosexual, y, aunque vive su deseo de una manera bastante embridada y pudibunda, en un par de ocasiones ha estado a punto de comprometer su vocación religiosa y su reputación. El puritanismo de la época y del ambiente en el que se mueve no deja nunca de cerrarlo. Tras dos acercamientos fallidos a sendas jóvenes, el sentimiento de culpa le ahoga. En un pasaje de la novela, Michael, encargado de hacer el sermón de la semana, dice –y es imposible no adivinar el propósito de la novelista-filósofa–: "Cada uno de nosotros percibe un determinado grado de realidad". En lo que, más arriba, he calificado de historia un poco rocambolesca, habrá un par de personajes que tratarán de recuperar la vieja campana del fondo de las aguas (efectivamente, hay una, en el fondo del lago, que ha descubierto, por azar, uno de estos dos personajes). La lucha nocturna y clandestina por sacarla a la superficie, aunque menos agónica, recuerda la que mantiene el pescador deEl viejo y el mar, de Hemingway, con el inmenso pescado que ha capturado y que no es capaz de llevar a buen puerto.

La campana del título, pues, se erige en un símbolo de lo que no puede permanecer en silencio: "Una gran campana no existe para ser silenciada [...]. Toda su esencia es clara y abierta, y si se mueve es para sonar". Murdoch es implacable: pasa su escalpelo por estas mentes torturadas por el sentimiento de culpa. "El desastre no es algo que se perciba rápidamente": la novela da cuenta, con una gran habilidad descriptiva. Me ha parecido comparable a El mar, el mar, su obra maestra.

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