El optimismo educativo

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Rosa Sensat

Estaban fatal, pero tenían ilusión. Creían en la educación como herramienta central de progreso, de igualdad de oportunidades, de civilidad. En medio de una sociedad polarizada y violenta, frente a unas escuelas autoritarias y mal dotadas, a finales del siglo XIX al XX personas como Rosa Sensat, hija de una bordadora de encaje de bolillos y de un marinero de El Masnou, se van tirar de cabeza a la aventura de crear una escuela nueva y, pese a los obstáculos de todo tipo, no desfallecieron. Tenían fe en su ideario renovador. Esa experiencia de cambio ha seguido marcando durante más de un siglo el afán de mejora de la educación en Cataluña. Hoy, en un momento de angustia educativa, vale la pena volver a las bases. Quizás así encontramos la manera de salir del círculo de pesimismo, enfrentamientos y desorientación en el que estamos instalados.

¿Cómo consiguieron dar ese salto adelante? ¿Qué defendían? ¿Qué podemos aprender de los pioneros del cambio educativo? Sin duda, hoy la educación en Cataluña se hace en unas condiciones y con una calidad infinitamente mejores que hace poco más de un siglo, cuando la Escuela del Bosque de Rosa Sensat fue la primera en dar clases sin libros ni asignaturas, al aire libre. Pero, en cambio, ahora nadie está contento, empezando por la mayoría de maestros, que se sienten desmotivados y superados: por la diversidad del alumnado, por la burocracia, por los cambios de método, por la falta de autoridad y reconocimiento social, por demandas laborales no atendidas... Motivos, no faltan. ¿Qué se puede hacer para remontar ese estado de depresión colectiva? ¿Qué nos diría Rosa Sensat, que en 1891, con 15 años, cobrando 550 pesetas anuales, ya se puso al frente de un aula de niños?

Su primera recomendación a los maestros sería: estudiar. Ella no paró de formarse, de viajar, de ir a conferencias, a museos, de sumar experiencias, de leer. Todo le interesaba, la cultura y la naturaleza, la ciencia y la estética. Todo le servía cuando estaba delante de los niños. La segunda: da ejemplo, sea cívico. "Maestros, déjese de comedias, sea virtuosos y buenos, que sus ejemplos se graben en la memoria de los discípulos, para que un día puedan entrar también en sus corazones". La tercera: no se obsesione con un método, sea flexibles y no tenga miedo a los cambios. Ella fue una renovadora no dogmática. Por ejemplo, defendía poner al alumno en el centro de todo, pero advertía: "No se hace libre al niño dejándole obrar de acuerdo con su naturaleza, sino al contrario, se le hace esclavo de sus propias velo leyes". Y cuarto: haga de la escuela no un lugar de preparación para la vida, sino vida misma. Fue una maestra vital y vitalista.

Todo esto está muy bien, pero hoy, diréis muchos, es más difícil. ¿Seguro? Ella partía muy abajo e hizo una pequeña gran revolución. Tenía, sin duda, un aliento utópico, una fe interior. Pero también era pragmática y posibilista. No era una revolucionaria, sino más bien una evolucionista: en realidad, el suyo era un feminismo conservador -la mujer debía formarse, pero debía seguir siendo esposa y madre; no era sufragista ni obrerista- y estaba encuadrada en el Novecentismo institucional comandado por la Liga de Prat de la Riba. Sufrió dos dictaduras y una guerra. Tuvo que lidiar con la política, con las familias, con niños complicados (la Escuela del Bosque se creó en 1914 para niños y niñas con necesidades especiales, entre otras cosas porque el Ayuntamiento de Barcelona no tenía competencias para hacer escuelas de primaria). ¿Seguro que ahora es más difícil?

La lectura de libro Rosa Sensat, cuando la educación se arraiga en la vida, publicado por la asociación que lleva su nombre con ocasión del 150 centenario de su nacimiento, es una fabulosa inyección de optimismo educativo. Si se pudo entonces, hoy también. Aquella maestra excepcional tuvo un gran empuje y mucha sensatez, supo formar equipos y sumar voluntades, no desfalleció a las adversidades. Amó mucho a los niños. Creyó apasionadamente en la educación como fuente de mejora humana. Como dice Teresa Julio Giménez, una de las autoras de este libro colectivo, no se trata de venerarla o fosilizarla, sólo de inspirarse en ella.

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