Crítica de ficción

Anticuerpos contra la masculinidad tóxica y el clasismo

El boca a boca va convirtiendo en un pequeño fenómeno el libro 'Yeguas exhaustas' de Bibiana Collado Cabrera

Imagen de un barrio pobre
22/01/2025
2 min
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'Yeguas exhaustas', de Bibiana Collado Cabrera

  • Editorial Pepitas de Calabaza
  • 152 pág. / 17,90 euros

Yeguas exhaustas (Pepitas de Calabaza) no es exactamente una novedad, pero sí uno de esos libros que el boca a boca va convirtiendo en un pequeño fenómeno, en un ejercicio de memoria generacional compartida y en una fuente de citas para artículos sobre feminismo, conciencia de clase o la realidad sociolingüística valenciana. Porque el relato de Bibiana Collado Cabrera (Burriana, 1985) resulta en este aspecto tridimensional y cada lector puede tomarse a cualquiera de los tres niveles de lectura, que en realidad forman una sola experiencia vital.

La protagonista, Beatriz, es un trasunto de la autora que con el hilo conductor de una relación tóxica, de maltrato físico y psicológico, acaba desgranando la propia historia personal y familiar para interrogarse tanto sobre su condición de mujer, de clase trabajadora, como la doble identidad sobre la que bascula, la andaluza de los padres y la valenciana de adopción. Pero, más allá de la historia en sí, lo que hace especial este libro es que obliga al lector a un ejercicio de introspección y de alteridad, según el punto de vista particular. En mi caso, puedo reflejarme en los microgestos que delatan un determinado origen social (la forma de pelar una naranja, por ejemplo) y unas rayas más adelante horrorizarme por unos comportamientos masculinos sobre los que todos hemos frivolizado durante demasiado tiempo . El libro pincha y duele, pero provee anticuerpos contra el machismo.

Seguramente por defecto profesional, como filólogo y periodista político, lo que más me interesa es la experiencia de la autora (somos del mismo pueblo, pero de generaciones diferentes) como hija de la inmigración andaluza que llegó en Burriana en los años 60 y que se integró lingüísticamente con una naturalidad que hoy en día sería impensable. De repente un lector como yo, de familia pobre pero autóctona, se ve al otro lado del espejo, observado por aquellos que llamábamos a los castellanospero que en realidad eran esto, básicamente andaluces y extremeños. Y como la diferencia, más allá de la lengua, se extendía a cosas como los gustos musicales con grupos como Camela o, más tarde, Estopa, a pesar de no tener una identidad charnega propia como sí lo han hecho los inmigrantes que acudieron a Cataluña, y que seguramente tienen más conciencia de que iban a un sitio con cultura propia y diferenciada. (En este punto me gustaría preguntar a la autora cómo vive el hecho de que la música tradicional valenciana haya sido arrinconada en favor de la andaluza, que, al fin y al cabo, tiene un estado detrás que la ha proyectado como a identidad regional no conflictiva y sublimadora de una cierta idea de España).

La autora no esconde su conflicto interno respecto al catalán, lengua en la que también escribe y enseña, y en el libro parece querer exorcizar los viejos fantasmas y prepararse para dar el salto también en el idioma de la tierra que le ha visto nacer, algo al estilo de Rafa Lahuerta. Pero lo evidente en su caso es que se trata, al margen de la lengua, de una voz literaria muy potente, que hace de su triple condición periférica (mujer, de clase baja y de origen inmigrante) una combinación altamente sugestiva.

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