Crítica literaria

Un autorretrato múltiple y centrifugado de Miquel Barceló

El artista despliega materiales familiares, proyectos creativos, descubrimientos y exploraciones de la naturaleza en 'De mi vida'

Miquel Barcelo, fotografiado con motivo de la presentación de sus memorias.
3 min
  • Traducción: Emili Manzano
  • Galaxia Gutenberg
  • 262 páginas. 32 euros

A diferencia de los Cuadernos de África (Galaxia Gutenberg), que tenían sus años y sus experiencias en Malí, en el País Dogón, como elemento cohesionador de todas las notas y fragmentos que se reunían, ya diferencia también de los Cuadernos del Himalaya (Galaxia Gutenberg), en la que los viajes por Nepal e India realizaban esta función de argamasa, Miquel Barceló (Felanitx, 1957) ha puesto en De mi vida toda clase de materiales dispersos, desconjuntados, al fin únicamente relacionados entre sí porque todos tienen que ver con un aspecto u otro de su vida: familia, pueblo e isla natales, proyectos creativos de envergadura, pasiones, gustos, viajes, rutinas , personas importantes, descubiertas o exploraciones de naturaleza existencial o estética... El efecto es, al principio, desconcertante. Sin embargo, poco a poco va tomando la forma no tanto de una autobiografía elíptica y troceada como de un poderosísimo autorretrato múltiple, dinámico y en centrifugación.

Barceló es un artista que tiene una relación fecunda y apasionada con la literatura, pero a la vez siempre que puede deja claro que la suya es una obra plástica poco o nada literaria: nunca incurre en alegorías, sólo durante los años 80 va conferir un toque narrativo a algunas de sus pinturas, y, artísticamente, no le interesan ni los símbolos ni las ideas... También siempre que puede deja claro que leer lo alimenta y lo envuelve humana y creativamente, pero que sólo escribe cuando no puede pintar. Esta jerarquía de oficios o de vocaciones o de disciplinas queda perfectamente plasmada incluso en los libros que publica, también en De mi vida. Aunque hay mucho texto, el auténtico corazón de la obra, el eje alrededor del cual todo orbita, es la parte visual: las fotografías familiares o personales, las fotografías tomadas a lo largo de décadas por varios potentes fotógrafos y autorales y, sobre todo, las reproducciones de sus obras (páginas de cuadernos, acuarelas, dibujos, cerámicas, cuadros...).

Esto no quiere decir, en absoluto, que la parte literaria de De mi vida sea ​​menor, despreciable o pobre. Al contrario: Barceló es un escritor eficaz, que nunca cae en la pedantería ni en la filigrana innecesaria. Es un escritor que sabe dar a sus textos una textura a la vez delicada y arisca, una sustancia poética e informativa, un aliento libresco y vital. Escrito en tres tipografías diferentes, que distinguen las notas del propio artista en las imágenes elegidas, los comentarios orales transcritos por Collette Fellous (responsable de la edición original francesa) y los extractos de los numerosos cuadernos del artista, el libro está lleno de fragmentos vibrantes, de reflexiones fuertes, de anécdotas vivas y divertidas, de aforismos a veces líricos ya veces irreverentes.

La relación complicada con el padre

Particularmente destacables son los textos que dedica a su madre, que fue quien de pequeño le inició en la pintura y con quien siempre se entendió mucho y con quien colaboró ​​creativamente proporcionándole motivos para que ella los bordara, y a su padre, al que le unió una relación más complicada (las fricciones de la masculinidad mallorquina cuando se encarna en dos hombres de mundos y épocas diferentes) pero a quien evoca con gracia y gratitud. "Mi padre y yo estuvimos enfadados durante muchos años, unos años muy difíciles. Sin embargo, antes me enseñó los nombres de los árboles, los pájaros, los peces. De los peces que pescábamos y de los que no. Más tarde, durante los últimos años de su vida, volvimos a estar muy unidos, organizábamos un jardín, venía a nuestra casa. a plantar árboles".

El fragmento que acabo de citar, más allá de mostrarnos el Barceló más íntimo y menos monstruoso (él mismo se compara con Frankenstein y Drácula, y expresa sin tapujos su admiración por pintores tan paradigmáticamente monstruosos como Picasso y Pollock), es un de los pasajes centrales del libro. Me atrevería a decir, incluso, que es una de las claves hermenéuticas de su personalidad y de su obra. Éste recurrir a la naturaleza (los animales, los árboles) ya la realidad primigenia (el desierto, las cuevas) para reparar o para curarse, para escapar de lo que le atrapa o le disgusta, para existir y para crear pletóricamente ya ocio, ha sido siempre, y sigue siendo todavía hoy, una constante en Miquel Barceló.

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