Literatura

'La calle del chocolate': un libro lleno de páginas memorables

El último libro de Ramon Solsona es un volumen de memorias que se lee con fruición

Archivo Joan Colom / MNAC
30/04/2025
3 min
  • Ramon Solsona
  • Ediciones Proa
  • 320 páginas / 21,50 euros

El título que he dado a este artículo incluye el sintagma "tiempo atrás", que era el del título de la magnífica novela de Ramon Solsona publicada en el 2022 –para mí, una de las novelas catalanas más consistentes de las últimas décadas. Un cúmulo de circunstancias aciagas hizo que aquel portento de obra no recibiera la consideración que merecía.

Solsona vuelve, ahora, con una obra diferente, menor, si la comparamos con aquella. Pero quizá el error sea comparársela: La calle del chocolate no es una novela, sino un volumen de memorias que se lee con fruición. Y se lee porque el autor es uno de los máximos artífices de esta lengua amenazada de muerte que es, por desgracia, la nuestra. En su repaso histórico y sentimental, conducido con gracia y con un condimento de ironía que nunca empuja (ni, menos aún, hace sangre), el escritor reconoce que, en la mencionada novela, hacía aparecer algunos elementos que, en el volumen presente, son reportados desde un punto de vista diferente, el de la crónica vivida; el personaje de Ricardet, un muchacho con discapacidad intelectual —mongólico, como se decía décadas atrás— que en la ficción tuvo más papel que en el relato de la historia familiar; y, por último, una maestra que se refugiaba en el alcohol para combatir su aislamiento social.

La obra comienza con los primeros recuerdos de la casa familiar de la calle Bellver, en Gràcia, cerca de una fábrica del popular Cola Cao, que expandía por todo el barrio el dulce aroma de su producción. Ramon Solsona es el segundo de cuatro hermanos: tres muchachos y una chica, la mayor. Y, a pesar de las privaciones propias de los cincuenta y principios de los sesenta, la narración presenta una infancia y una chica bastante felices, en una familia de clase media, de fuertes convicciones cristianas. Cuando el autor sigue las raíces familiares y se enzarza por la copa de tías y tíos, la lectura se me ha hecho un poco pesada. Más interés me ha provocado la evocación del abuelo Ramon Solsona Bordes.

La obra está llena de páginas memorables, y nunca mejor escrito. Quisiera apuntar una, a propósito del concepto reciclar. Se describe, con profusión de detalles, el trabajo del chatarrero. El hombre "lo pesaba con la romana, decía un precio, se negociaba y lo metía todo en el saco, de arpillera, naturalmente". La romana -la balanza, claro- era "uno de esos instrumentos específicos de una profesión que tenía el prestigio de los utensilios singulares: la larga pala de los panaderos, la sacapuntas de cosechar puntos de media, el yunque de tres dimensiones de los zapateros, la lupa monocular de los relojeros y el cortador con punta de diamante enfermeras, la bomba para vender el aceite a granel, la cartera enorme de los carteros..."

Todos somos hijos de muchos azares

Pasajes de calidad novelística, hay unos pocos. Yo me quedaría con el del marruego, término que hace referencia a un noruego con quien una tía del autor, Pilar, mantuvo unas relaciones poco halagüeñas, porque el hombre resultó que era un penques rematado (uno morruego). "Todos somos hijos de muchos azares", concluye Solsona en el último capítulo de la obra, la bella rúbrica titulada "Una selfie de familia". Antes ya había advertido que el paso del tiempo es "una sucesión de circunstancias sobrevenidas, decisiones tomadas sobre la marcha y caminos entrecruzados que sólo puedes captar con perspectiva al cabo de los años". Quizá por eso ha esperado a superar los setenta para ponerse a escribir las memorias.

Pero, en mi opinión, lo más sugerente del libro es el que suele ser, también, uno de los atractivos más hondos de la obra solsoniana: el estilo, llano y potente a la vez, y las reflexiones constantes sobre la lengua. De estas últimas, las hay para dar y vender, y harán chalar cosa de no decir los amantes de nuestro idioma. A menudo forman parte de incisos. Consigno un par: "pasamos la inspección de manos, rodillas —junojos", "se utilizaba la tinta china —tinta china me suena a ultracorrección". O cuando dice que ahora la gente ya no se muere, sino que nos deja. (Hablando de tinta china: suscribo enteramente la afirmación de que "los escaparates de las papelerías eran tan hipnóticos como los de las pastelerías". Para mí, lo siguen siendo.)

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