BarcelonaSomos tan poca gente lectora, en Cataluña, que los críticos siempre hablan bien de las obras que reseñan en los periódicos o en la radio. (La televisión pública catalana ya no presenta programas sobre libros, salvo en las entrevistas de Anna Guitart en Todo el tiempo del mundo y de las que hace en su programa nocturno el amigo Xavier Graset a algunos escritores, a los que alaba sin excepciones.) Todo es consecuencia de la charitas, virtud ancestral no del todo mala, pero también algo que anula el disfrute de la crítica feroz, que tampoco es mala del todo. Esto no ocurre en todas partes y, sobre todo, no pasaba tiempo atrás.
Roberto Bolaño escribió sobre Paulo Coelho: “La prosa de Coelho es pobre en lo que se refiere a la riqueza léxica y de vocabulario. ¿Qué méritos tiene? Los mismos que Isabel Allende: vende libros”. Nabokov, que nació ruso y admiraba muchas de las producciones clásicas escritas en su lengua madre, dijo de Boris Pasternak –por otra parte culpable del arresto de Ósip Mandelstam cuando Stalin le preguntó qué le parecía ese poeta, y Boris huyó de estudio–: “Dejando las ideas políticas aparte, opino que Doctor Jivago es algo lamentable, torpe, trivial y melodramática, llena de actuaciones tópicas, abogados voluptuosos, mujeres poco verosímiles y coincidencias frecuentadas”. La película no era mejor. Él mismo –un sujeto típico de tratamiento psicoanalítico– llamaba a Freud “la vieja hechicera de Viena”.
James Boswell, que redactó la magnífica Vida de Samuel Johnson (Acantilado, 2021), escribió, sobre la no menos inmensa Decadencia y caída del Imperio Romano (Atalanta, 2002; abreviada, Alba, 2020): “Gibbon es un tipo feo, afectado y repugnante, y empotina a nuestro club literario. Lo pongo a la misma altura que los insectos venenosos”. Cuando visitabas a Salvador Espriu era frecuente que te dijera, antes de toda conversación: “A vemos, ¿de quién podríamos hablar bien?” A veces no salía ningún nombre.
Faulkner dijo de Hemingway: “Nunca ha utilizado una palabra que obligara al lector a consultar el diccionario”. (Los novecentistas catalanes hicieron lo contrario: amaban al catalán que no se hablaba pero se habría podido hablar.) Lord Byron fue cruel con Keats: “Basta de Keats, se lo suplico; despelle de vivo en vivo. No hay forma humana de soportar la idiotez y la necedad de este maniquí”. Etcétera.
Críticos catalanes: ¡no se arruga! Cataluña será crítica, en todos los sentidos, o no será.