

Violencia y seducción. Ésta fue la doble cara del hombre que fundó el fascismo, il Duce. De esto hace un siglo. Mussolini había empezado militando en el socialismo (dirigió el diario del partido, Avanti) y después había renegado y se había erigido en líder de un nuevo populismo nacionalista. Ya sabemos cómo fue la historia: tanto socialismo como fascismo se convirtieron en totalitarismos sanguinarios.
¿Los tiempos han cambiado? Sí, claro. Pero con los vaivenes imprevisibles, ahora volvemos un poco al principio. Volvemos a la fe ciega en el líder, volvemos a creer en la violencia para imponer la propia verdad, volvemos a inflacionar a la nación, volvemos a demonizar las diferencias. En Italia manda la posfascista Meloni, una xenófoba con piel de cordero. En Estados Unidos, el ultra rico nacionalista Trump, que empujó a sus acólitos más fanáticos a asaltar el Capitolio, como si fueran squadristi de los de antes, que ahora mina la democracia desde el poder y que ha irrumpido en la escena internacional con la única ley que sabe practicar: la ley del más fuerte. Él es el más fuerte.
Antonio Scurati es quien mejor ha radiografiado las vísceras ideológicas y personales de Mussolini. Le ha dedicado una elogiada tetralogía novelada. En el ensayo breve Fascismo y populismo (Ed. Asuntos - Rayo Verde), traducido por Gustau Muñoz, Scurati lleva su personaje en el presente. Los paralelismos son demasiado obvios para ignorarlos. ¿Somos suficientemente conscientes? La fuerza abrumadora y magnética de Donald Trump parece calcada de la energética, histriónica y carismática retórica de Benito Mussolini, que hablaba con frases breves y grandilocuentes, con dichos y eslóganes fáciles de sacar de contexto, siempre en primera persona: yo digo, yo prometo, yo amenazo. No tenía ningún cuidado por la coherencia. Intuitivo, podía realizar increíbles giros de guión a partir de un tacticismo absoluto, de un oportunismo sin prejuicios, de un pragmatismo cínico y de unos camaleónicos cambios de ruta y de alianzas. Para el líder, que ocupaba "el sitio de la amarga realidad", dice Scurati, no había convicciones, solo oportunidades.
Donald hace como Benito. Del condottiero en el sheriff. También él se ha erigido como el pueblo y también él tira por el derecho haciendo giros espectaculares. Y, claro, si no estabas con Mussolini, estabas contra Italia. Si no estás con Trump, estás contra Estados Unidos de América. Decía Mussolini: "Yo no hago política, hago antipolítica". Se erigió contra la casta de los parlamentarios, burócratas y corruptos de Roma, contra su inutilidad y debilidad. Convirtió a la democracia liberal parlamentaria en enemiga de la eficacia y el éxito. ¿Qué hace Trump con Washington? Veremos hacia dónde nos lleva esta nueva deriva autoritaria.
Como explica Scurati, Mussolini tenía la habilidad de captar los estados de ánimo de la gente, no para darles un sentido positivo, sino para explotar el resentimiento y las pasiones sombrías, para complacer los sentimientos de inquietud, miedo y decepción y convertirlos en estallidos de cólera. Qué lejos quedaba y que queda la idea de la política como pedagogía, la suma virtuosa. La esperanza populista de antes y de ahora es una mezcla tóxica de rabia victoriosa, una poción mágica alucinógena. Había y existe una regla básica: reducir los problemas del mundo a recetas muy simples, destruyendo el pensamiento complejo, reflexivo o analítico, identificando siempre a un enemigo a batir, interno o externo. Los inmigrantes tienen la gracia de que son las dos cosas, unos invasores que tenemos dentro.
Benito y Donald, hombres de acción. De lucha. ¡Figth, figth, figth! Como dice Scurati, debemos cogerles el ejemplo y luchar contra ellos para salvar la democracia. ¿Cómo? Con trabajo, trabajo y trabajo. Trabajo cuidadoso, paciente e inteligente. No hay atajos. "La democracia se parece más bien a la vid, a los viñedos, y, como los viñedos, pide un cuidado constante, sabia; pide amor y devoción. La viña debe ser injertada, podada, abonada, protegida de los parásitos y atada a los apoyos por manos ágiles y fuertes. Es un trabajo quo. osa dará el vino dulce y embriagador de la democracia".