¿Soy ególatra, pesetera y clasista?
BarcelonaComo desde hace un par de semanas algunos libreros me han dicho de todo, aprovecharé el privilegio de tener esa tribuna para contarme. Esto podría ser una declaración de amor.
Todo va a raíz de una de las muchas cosas que dije en el podcast La sobremesa de la fuente. En un clip que colgaron, reivindicaba que hay dinámicas del sistema literario que debemos cambiar porque no tienen sentido, y ponía de ejemplo las presentaciones de libros, como podría haber hablado de la sobrepublicación, la falta de lectores, los blurbos de las fajas o los escasos honorarios de los jurados de la mayoría de premios. En el caso de las presentaciones, el argumento es fácil: estar de promoción de un libro implica realizar presentaciones (forma parte del trabajo, por lo que figura en todos los contratos). El problema es que la mayoría de escritores no vivimos que escribir. Yo, por ejemplo, soy autónoma y mis horas laborales las dedico a traducir ya otros mil trabajillos con los que hago malabares, como escribir artículos como éste. Por tanto, ir a presentar un libro implica dejar de trabajar (entendiendo trabajar como el trabajo remunerado principal) unas cuatro horas (entre el desplazamiento y la presentación). Si yo cobrara mucho dinero por escribir o si yo fuera rica, me encantaría hacer cientos de presentaciones, ¡qué más quisiera! Pero, por mucho que me encanta hablar de mi libro (os juro que me encanta) y tener el precioso contacto directo con lectores y libreros (dos eslabones sin los que todo el mercado editorial se derrumba), resulta que hacer una presentación equivale a dejar de trabajar cuatro horas (en cuatro horas puedo traducir 1.500 palabras).
Si tardas dos o tres años en escribir un libro, raramente será nunca una actividad rentable en un mercado pequeño como el nuestro, pero una cosa es que no sea rentable y la otra que me empobrezca. Y no estoy pidiendo que las editoriales paguen más: tampoco ellas pueden; los márgenes son ridículos para todos; lo que pido es racionalizar el sistema. No sé vosotros, pero yo voy justa de pasta; quizás pensáis que me salen los billetes por las orejas para que lea artículos míos en periódicos (que cobro a entre 80 y 150 euros brutos la pieza), porque me ve en entrevistas (también dedico horas, por las que evidentemente no pretendo cobrar), etcétera. En el podcast decía que si un autor dedica estas horas que no le sobran, y se encuentra que en la librería hay cuatro personas, pues, quizás tiene la sensación de que el librero no ha hecho su trabajo. No se sulfure, siga leyendo, por favor.
Hay que diferenciar las presentaciones que pide el autor (¿me dejas venir a presentar mi libro?) de las presentaciones que pide la librería (¿puedes venir a presentar tu libro?). En el primer caso, el librero no tiene ninguna culpa, por descontásimo. En el segundo, quizá un poco, porque si no te ves capaz de convocar a diez personas —fijaos que no hablo de treinta ni de cincuenta, sino de diez personas—, pues quizá no tenga sentido que envuelvas a un autor a ir hasta tu librería. Que me tachen de pesetera ya tiene narices: no me quejo de hacer una presentación por quince personas y vender diez libros en total, eso ya lo considero un superéxito y que ha merecido la pena hacer la presentación (aunque os recuerdo que si un libro vale 18 euros, de los 180 euros de la venta de diez libros al autor; doy por satisfecha con 17 euros por cuatro horas).
El problema no son los libreros
Los insultos me acusaban también de cargar contra las librerías de pueblo y las librerías independientes. En ningún momento he dicho yo nada en ese sentido. Las librerías independientes las prefiero mil veces a las de los grandes grupos, y las librerías de pueblo son un oasis. De hecho, una de las pocas veces que me he encontrado haciendo una presentación para cuatro personas fue en el Abacus de Sant Cugat: que ni es independiente ni es de pueblo, y si allí había cuatro personas diría que es claramente porque alguien no hizo su trabajo, porque Sant Cugat y Abacus tienen suficiente músculo para convocar a DIEZ personas. Esto se me hizo especialmente evidente cuando fui de promo en Galicia con la primera novela. Allí no me conocía ni Dios, allá no escribo artículos en ningún diario ni hago actividades como traductora literaria, allá no soy nadie (bueno, aquí tampoco, pero al menos a cuatro les sueño de algo). Pues bien, en las dos librerías gallegas encontré a más de treinta personas.
En todo caso, ¿de verdad pensar todo esto me convierte, como me han dicho estos días, en una amargada clasista, una ególatra, una pesetera, una creída, una mediocre, una decepción de persona que merece que nadie le compre ni le venda ningún otro libro?
El problema no son los libreros, evidentemente. El problema son los mecanismos perversos que nos entrampan a todos; también el librero, sé, tiene una realidad muy puta. El problema es que hay demasiados libros y demasiados pocos lectores. El problema es que el mercado catalán es pequeño. Lo que yo quería decir era que, si ésta es la realidad donde debemos trabajar y que a corto plazo no mejorará, quizás podríamos hacernos todos la vida un poco más fácil. Y sí, me encanta hacer presentaciones de libro, al igual que me encanta hacer clubs de lectura. ¿Un libro que nadie ha leído es literatura o solo se convertirá en literatura cuando sea leído? No existe literatura sin lectores, ni lectores sin libreros. Así que: gracias.