BarcelonaEste año no me he llevado demasiado bien. En primer lugar, no he parado de gruñir por las condiciones económicas en las que trabajamos los traductores y los escritores. Es terrible ser tan pesada, ya sé. Pero aunque por culpa de esto me escatime un regalo o dos seguiré gruñendo. En segundo lugar, no he sido lo suficientemente generosa para dar frases de faja a libros que no me han convencido del todo. Y sí, ya lo sé, todos los libros tienen algo bueno y bien que lo hubiera podido decir, pero no me gusta decir verdades a medias, así que aunque esto me cueste otro regalo, seguiré haciéndolo. En tercer lugar, he prostituido mis capacidades, que no son muchas ni muy excepcionales, pero sin embargo las he puesto al servicio de aquellos que me han querido y pude pagar, por poco que fuera, y he llenado espacios que no merezco en diarios, radios, televisiones y festivales con mis ideas muertas. En cuarto lugar, he publicado un libro infantil y encima lo he hecho con orgullo, sin escuchar las voces sin cara que menosprecian la literatura infantil. En quinto lugar, me he quejado de un montón de cosas como una desagradecida: del catalán pobre que hablamos y escribimos, de la industria editorial que sobrepublica e inunda el mercado de porquerías (y también de cosas buenas), de los periodistas que no hacen bien su trabajo, de la mirada masculina que todavía lo impregna todo (personajes, tramas, libros), del abuso de las convenciones en la ficción, etcétera. En sexto lugar, cuando algunas personas me han dejado leer textos suyos, les he dicho lo que pensaba sin observar la hipocresía que manda decir que lo han hecho maravillosamente. En séptimo lugar, no me arrepiento de nada de eso.
A pesar de todas estas faltas públicas y notorias, a pesar de mi voluntad de reincidir siempre que pueda, a pesar de mi falta de arrepentimiento, siervo aún la esperanza de que sus majestades serán misericordiosas y me dejarán algún regalito al pie del ' árbol, por lo que a continuación les dejo una lista desordenada y no exhaustiva por si se han quedado sin ideas.
Quisiera que la gente leyera más (me conformo con un libro de media al mes: no pido tanto). Quisiera que la gente leyera mejor (perdonadme la arrogancia de pedir que lean como yo quiero). Quisiera que todos escribíamos menos y que todos escribíamos mejor. O quizás no todos, pero sí la mayoría (me incluyo). Quisiera que los profesores de lengua y literatura del sistema educativo fueran unos locos entusiastas que contagiaran a los niños el vicio de leer, y que aprovecharan más el programa Letras en las aulas que les permite invitar a autores a las escuelas e institutos. Quisiera un marco educativo que fomentara la lectura en lugar de recortarla. Quisiera que la gente no gruñera por el precio de los libros mientras llevan zapatillas y perfumes y móviles muy por encima de su poder adquisitivo. Quizás resulta que quisiera que los libros fueran un símbolo de estatus como lo es un iPhone. Quisiera arrancar el resentimiento del sistema literario catalán y que todos hiciéramos más piña. Quisiera que los editores fueran más exigentes y publicaran menos (en especial, los grupos grandes). Quisiera que las fajas y los blurbs a demanda desaparecieran. Quisiera que la literatura catalana conquistara el mercado internacional. Quisiera que la literatura anglosajona no estuviera sobredimensionada en todos los mercados no anglosajones (es decir: quisiera que los editores hablaran más idiomas o se fiaran más de las personas que les hablan). Quisiera que los personajes femeninos de las ficciones no tuvieran tan a menudo su centro narrativo en la vagina (en poder ser o haber sido fecundadas, violadas, folladas). Quisiera que las bibliotecas siguieran siendo un lugar importante. Quisiera que el cuento fuera un género más querido y leído. Quisiera que la lengua catalana dejara de encogerse, que sus hablantes dejaran de estar acomplejados, que las instituciones normativas fueran un poco más ágiles y abiertas para ayudar un poco a la gente a no tener la sensación de que el catalán correcto es una quimera. Quisiera que ningún catalanohablante leyera en castellano un libro que haya sido escrito originariamente en catalán. Quisiera que los libros de más de cuatrocientas páginas no dieran miedo a los lectores. Quisiera que los jurados de los premios estuvieran mejor pagados (o en algunos casos: que al menos les pagaran algo). Quisiera que más autores pudieran vivir de escribir. Quisiera tener dinero suficiente para comprarme todos los libros que quiero. Y tiempo suficiente para leerlos. Quisiera haberlo leído todo. Quisiera leer mejor. Quisiera escribir mejor.