Literatura infantil, juvenil y VLAVLAVLA

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La elección de los libros del festival Flic se puede ver durante todo el fin de semana en la cuarta planta del Museu del Disseny de Barcelona.

BarcelonaEsta semana he ganado el premio Guillem Cifre de Colonya con una novela infantil y estoy que rebento de contenta. Es improbable que se haya enterado. Es improbable, pero no raro. Porque la literatura infantil y juvenil (LIJ) es menospreciada de manera sistemática y se la trata como un género menor.

A menudo se dice que hay que trabajar para que los niños integren el hábito lector ya que, al fin y al cabo, son los lectores del futuro. Y he aquí el primer error. Los niños no son los lectores del futuro. Son los lectores del presente. Decirlo de la otra forma es un indicativo más de hasta qué punto se considera que la LIJ es sólo un rito de paso que hay que dejar atrás lo antes posible para llegar a la Verdadera Literatura Adulta (en adelante, VLA ).

Es curioso que la LIJ se considere una literatura de segunda. Por ejemplo, porque las cifras revelan que en nuestro país la LIJ no ha parado de crecer desde 2015, y eso a pesar del varapalo que ha supuesto la política de socialización de los libros en las escuelas, cada vez más extendida (y sin duda necesaria en libros de texto, pero más discutible en los libros de lectura). O porque junto a las ventas (irrisorias) de la mayoría de los libros de VLA, la LIJ a veces vende barbaridades sin que nadie se entere; me viene a la cabeza, por ejemplo, el éxito de Rocio Bonilla, las nueve ediciones de La fiesta de cumpleaños de Anna Manso, los cinco libros de Maite Carranza que suman más de 100.000 ejemplares vendidos cada uno o Invisible, de Eloy Moreno, con medio millón de ejemplares vendidos y traducido a dieciocho idiomas. O porque, qué coño, hay un montón de autores brillantísimos y admirados de LIJ como ahora Roald Dahl, Michael Ende, Astrid Lindgren y JK Rowling que han creado universos irrepetibles ya los que muchos autores de VLA no les llegan ni a la suela del zapato.

Pero la cosa no se detiene en el mundo de la novela, ni mucho menos. Hay álbumes ilustrados por los que tengo verdadera devoción porque son libros inteligentes, llenos de humor y también de reflexiones filosóficas sobre la vida. Pienso, por ejemplo, en la serie sobre Pomelo, de Ramona Bâdescu y Benjamin Chaud, en cualquiera de los libros maravillosos de Shinsuke Yoshitake o en La visita, de Anna Font y Núria Figueres.

Todos los que tenemos hijos sabemos que la LIJ es también un campo de minas. Junto a obras maravillosas, hay libros infames que son una farsa, un refrito de convenciones y temas que, se supone, interesan a los jóvenes (otro día ya hablaremos de la necesidad, o no, de segregar a LIJ y VLA). Por no hablar de todos los libros con vocación pedagógica hasta la náusea: recuerdo un muy buen artículo de Tina Vallès en VilaWeb que también se quejaba de la deriva educacional del mercado de la LIJ y reivindicaba una literatura que no sirviera ni para dejar de hacerse pipi en la cama ni para educar en emociones, sino para disfrutarla.

Dirigirse a los niños y jóvenes como seres inteligentes

Me siento muy agradecida a todos los que escriben (e ilustran) la LIJ con un rigor extremo, exigiéndose el máximo y, sobre todo, dirigiéndose a los niños y jóvenes como seres inteligentes, y no con la condescendencia con que lo hacen algunos otros. Nunca olvidaré el fervor con el que mi hijo pequeño leyó El señor Bello y el elixir azul, de Paul Maar, ni la forma en que mi hija se aferraba a Thornhill, de Pam Smy, que habrá leído diez veces, ni como el mayor me pedía que le volviera a leer alguna de las maravillas de Arnold Lobel. No lo olvidaré. Ellos seguro que tampoco.

Y, sin embargo, a pesar de toda la importancia que tiene la LIJ para crear el hábito lector y abrir las cabezas a realidades alternativas, a pesar de todo el volumen de negocio que genera, a pesar de los recuerdos imborrables que nos ha dejado a muchos, resulta que no se habla (en los medios ocupa siempre un lugar marginal) ni se valoran sus autores. Tampoco se premia como es debido. Hay principalmente tres grandes premios a obra publicada de LIJ en catalán: el Llibreter y el Serra d'Or, que dan proyección pero que no tienen dotación económica, y los premios del IBBY, con dos categorías, el Atrapallibres para literatura infantil y el Protagonista Joven para literatura juvenil. Pero estos dos premios tienen el inconveniente (gordo) que ponen en un mismo saco la literatura escrita en catalán y la traducida: ¿os imagináis un Crexells o un Òmnium o un Ventanas o un Sierra de Oro donde los autores de ¿aquí compitiéramos con los de fuera? Exacto, delirante.

Dentro de cuatro años, Barcelona será la sede del congreso de LIJ más importante del mundo, el IBBY World Congress 2028. A ver si aprovechamos la oportunidad para aprender a querernos un poco la LIJ en general y la LIJ en catalán en particular.

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