Etgar Keret y la comicidad demencial
La literatura del autor israelí es una vía singularmente lúcida de acceso a la realidad del país, tan trágica y esperpéntica, tan violenta y diversa, tan sofisticada y primaria y complicada
- Etgar Keret
- La Segunda Periferia
- Trad. Paul Sánchez Keighley
- 256 páginas / 18,90 euros
No descubriremos ahora las complejidades –algunas maravillosas y fascinantes, otras criminales y perversas– de la realidad de Israel. Ahora bien: siempre da un poco de miedo caer en el tópico de pensar que las particularidades tan extraordinarias –tan explosivamente exclusivas– de Israel sólo se pueden entender y contar con una literatura que las aborde y las recoja también desde la rareza, la imprevisibilidad y la excentricidad. Primero porque son legión los escritores israelíes que han contado su país con las herramientas de la literatura clásica o digamos más convencional, y, segundo, porque todos los países tienen su almacén de extravagancias o particularidades explosivas que, por tal de ser entendido y explicado, tarde o temprano requiere ser trabajado con los recursos, dicciones y argumentos del surrealismo, o del absurdo más desbaratado, o de la iconoclastia más irreverente.
Sin embargo, al leer Las edades del hombre, una selección de cuarenta y siete cuentos de Etgar Keret (Tel-Aviv, 1967) traducida y prologada por Paul Sánchez Keighley, cuesta no pensar que hay aspectos de la historia, la actualidad y la personalidad colectiva de Israel que sólo se pueden relatar desde la fantasía desgarrada y loca . Sánchez Keighley, que conoce bien al país porque ha vivido durante años, defiende la teoría de que la literatura keretiana, con su humor negro demencial, con su frenesí desbocado, con sus argumentos a menudo pasísimos de rosca, es una vía singularmente lúcida de acceso a la realidad israelí, tan trágica y esperpéntica, tan violenta y diversa, tan sofisticada y primaria y complicada. Lo resume así en un pasaje del notable prólogo que abre el volumen: “Keret era esa noche de fiesta en la que una chica sugería un juego para beber llamado Sexo, drogas y Holocausto [...] Era el rabino pantagruélico que venía al cibercafé del barrio a ver a BDSM con la mirada imperturbable de una esfinge”.
La degeneración argumental de Keret
Dos aspectos que recalca el prologuista son la elección lingüística que ha hecho –para reproducir las impurezas argóticas del hebreo de Keret, la traducción recurre a un catalán con caídas deliberadas en la incorrección, y usa opciones multilingües– y cómo están distribuidos los cuentos, en estricto orden biográfico, es decir, siguiendo las edades de sus protagonistas. Esto explica que, a la hora de elegir, el prologuista y traductor haya descartado cuentos que supuestamente tienen una calidad superior a la de algunos de los incluidos, y que el volumen tenga las siguientes cinco secciones: Infancia, Adolescencia y servicio militar , Juventud, Madurez y Ultratumba. Es un criterio que puede parecer raro, pero es tan arbitrario y tan válido como cualquier otro.
Uno de los aspectos más interesantes de los cuentos de Keret es cómo degeneran los argumentos a medida que se desarrollan y la trama avanza. Lo que comienza como una situación más o menos cotidiana y reconocible –una pareja que se hace el test de paternidad, un mago que hace el truco del sombrero, un niño que se lleva a un perro a casa, una mujer joven que muere en un atentado suicida– no tarda en tomar una deriva estrambótica, desconcertante, cruel, de un patetismo alucinante, o directamente terrorífica, o de una ternura escabrosa. La gracia es que Keret lo narra todo siempre de la misma forma, con la misma rapidez feroz e inquisitiva, deformada y cómica. Y con igual naturalidad: en una sociedad –en un país, en un mundo– donde todo es posible, desde los personajes más inverosímiles hasta los hechos más increíbles y escandalosos, todo puede hacerse literariamente plausible y significativo. Pero para ello tienes que saber. Keret sabe.