"El fantasma de la envenenadora sigue planeando sobre la Granja de Escarpe"
La periodista Anna Sàez Mateu rescata la historia de Dolors Coït, que mató a cinco personas


BarcelonaEntre febrero de 1935 y abril de 1936, Dolors Coït, una mujer pequeña de 21 años, con "unos ojos bonitos, ingenuos y curiosos", según la prensa de la época, envenenó letalmente a cinco personas: la suegra, el marido, el cuñado, la mujer del cuñado y el hijo. El crimen sucedió en la Granja de Escarpe, un pueblo agrícola del Segrià que ahora tiene un millar de habitantes, y en el que creció Anna Sàez Mateu (1969). La directora del diario Segre no sólo nació en el mismo pueblo sino que también vivió en la misma casa en la que murieron tres de las víctimas. "Me habían propuesto otras veces hacer un libro sobre estos crímenes, pero siempre había dicho que no porque es una historia documentadísima y no me aportaba mucho. Hasta que me di cuenta de que conectaba conmigo", explica Sàez, que acaba de publicar La envenenadora (Pórtico), que tiene como subtítulo Una asesina en serie rural.
La periodista y escritora no entiende a la gente que no quiere mirar atrás. Ella lo hace para hablar no sólo del crimen, sino también de la memoria colectiva, del periodismo de antes de la Guerra Civil y de cómo aquellos periodistas llegados desde Bilbao, Madrid y Barcelona explicaban cómo era la Granja de Escarpe. "Fueron unos crímenes muy mediáticos. Vinieron periodistas de todo el estado y se instalaron en el pueblo durante semanas. He consultado más de un centenar de artículos. Enviaban una crónica diaria y he podido ver al pueblo a través de lo que escribían, pero también he podido saber cómo nos veían", explica.
Una asesina convertida en celebridad
Hay muchas versiones sobre quién era Coït, que vivió hasta los 102 años. En las crónicas de la época, se exuda que generaba cierta atracción. Incluso firmaba, con una sonrisa, autógrafos desde la cárcel. En cambio, su madre, a la que también condenaron, era descrita como una "vieja pérfida". "Para mí, Dolors sigue siendo un enigma, pese a que he intentado ponerme en su piel para intentar entender por qué lo hizo. Era una gran manipuladora que iba cambiando la versión de los hechos y no decía nunca nada que le pudiera ir en contra. Esparció la sombra de la duda sobre las mismas víctimas e, incluso, tuvo : sólo el testimonio de Dolors", asegura Sàez. Cómo serían madre e hija o cómo era su relación es otro misterio, porque después de inculparse mutuamente siguieron teniendo una relación muy estrecha.
Dolors no sabía ni leer ni escribir y venía de un entorno muy humilde. "No tenía muchos recursos, actuaba de forma instintiva. No me refiero sólo a los hechos delictivos sino también en cómo después se convirtió en una celebridad", dice Sàez. En la prensa, se ve cómo controla su imagen y la cambia según las circunstancias. "Era bonita y joven, y tenía la habilidad de decir lo más adecuado en cada momento. En cambio, la madre era una mujer mayor y desafiante", detalla Sàez. Sea como fuere, Dolors no tuvo problemas a la hora de deshacerse de quienes se interponían en su camino. "Creo que le motivaba la ambición y la codicia. Ella quería tener una vida mejor y eliminó a quien le molestaba", destaca Sàez.
Han pasado más de noventa años desde ese crimen. No revelaremos cuál fue el final de Dolors, pero podemos avanzar que, obviamente, fue mucho mejor que el de sus víctimas. A Sáez, el libro le ha servido para saber un poco quién es ella o de dónde viene. "Cuando los periodistas hablaban de lo inculta que era la familia de Dolors, hablaban también del resto de las familias. En los censos se puede comprobar como la mayoría de los habitantes del pueblo de entonces no sabían ni leer ni escribir. Tampoco mis bisabuelos. Hay también la dureza de todo esto. La línea entre la miseria una y la tierra. porque el trabajo era muy duro para todos, especialmente para las mujeres. Y entre ellas y yo, hay tan sólo una generación", explica.
Otra de las cosas que fascina a la periodista y escritora es que, aún ahora, todo lo que hizo Dolors Coït sigue siendo tabú para los vecinos más mayores de la Granja de Escarp. "Noventa años después, el fantasma de la envenenadora sigue planeando sobre el pueblo y quería entender por qué la generación de mis padres, que nacieron cuando ya se habían cometido los crímenes, sigue pensando que es una mácula para todos ellos", explica. "Es como si todos fueran algo responsables de este crimen y que es, supongo, por un sentimiento de pertenencia a la comunidad, de lo que sucede en el pueblo nos afecta a todos", añade.