"Aunque pueda parecer una paradoja, relativizar el relativismo es una forma efectiva de neutralizarlo, e incluso de desactivarlo, sin tener que recurrir a la creación de nuevos mitos o referentes pseudosagrados". En La fi del progressisme il·lustrat (Pórtic), Ferran Sáez ensaya una respuesta a la "postmodernidad paródica" que, en el terreno político, está dando pie a los populismos de la derecha extrema.
¿Pero qué es la "postmodernidad paródica"? Pues es fruto de una mirada en la que todo es una construcción precaria, sin verdades, ni objetividad, ni realidad. Todo es una construcción social, todo tiene un sesgo etnocéntrico, de género... No hay hechos, sólo interpretaciones. Es aquello de los hechos alternativos trumpistas. Claro, todo esto choca con los ideales universalistas de la modernidad. En todo caso, dice Sáez, "entre la radicalidad relativista posmoderna del todo vale y la radicalidad universalista moderna del sólo hay una norma válida no existen tantas diferencias". Entonces, en efecto, sólo queda relativizar el relativismo.
Si el horizonte político –y también moral– del progresismo ilustrado era la igualdad, el del posmodernismo tardío es la diferencia: de género, de origen, de cultura, de clase... Luchas. Escolástica marxista reciclada después de la muerte del marxismo. "El triunfo mundial de la derecha populista se basa en explotar sistemáticamente, programáticamente, todas y cada una de las disfunciones generadas por estas perspectivas antagónicas" de igualdad vs. diferencia. En el trasfondo, el debate naturaleza-artificio. De hecho, el objetivo del ensayo de Sáez es mostrar cómo "la conjugación de los conceptos de naturaleza y artificio en el contexto de la transición entre la modernidad y la posmodernidad ha generado turbulencias en forma de contradicciones"... inasumibles.
Contradicciones, como hemos dicho, de las que se aprovechan los líderes de una nueva derecha que nada tienen que ver con el conservadurismo de orden. Lo encabezan unos personajes que son paradigmáticos de una de las caras bufonescas de esta posmodernidad, la cara del narcisismo espontáneo emocional ligado a un espejismo de autenticidad, hasta el extremo de normalizar los trastornos histriónicos de personalidad: Trump, Milei...
¿Cuáles son las demás caras de la posmodernidad? Según Sáez, la primera y más evidente: un papanatismo de la masa-audiencia (likes, influencers). La segunda y más central: la digitalización de la vida –vivimos a través de las pantallas– junto, y en contraste, con la naturaleza como referente moral absoluto: "Hay dos actitudes confluentes pero no del todo congruentes: idolatría por la naturaleza y fascinación simultánea por la tecnología". El móvil ya "no es una tecnología más, es una prótesis, una adherencia" que forma parte de nuestra naturaleza. La contraposición habitual en el mundo moderno es la del hombre-animal. Pero los animales han pasado de darnos miedo a generar compasión: tenemos animales domésticos humanizados. Y hoy, en el siglo XXI, la contraposición es hombre-máquina, una contraposición líquida porque nos estamos hibridando. Y la tercera cara: la aceptación de la restricción de libertades fruto de un nuevo puritanismo que censura y autocensura, que cancela a base del escandalismo como práctica habitual.
Sobre las llamadas "guerras culturales", Sáez no pierde mucho el tiempo: "No hay ninguna conjura para destruir a la familia ni otras fantasías por el estilo". Lo que sí hubo fue una inercia intelectual fruto de un marxismo que consideraba las identidades como un vestigio del pasado, como un lastre, y que evaluaba a las religiones como algo que ya estaba superado históricamente. Pero una cosa es el fin de la escolástica marxista y otra más grave la defunción del pensamiento ilustrado moderno, padre del progresismo ilustrado.
"La posmodernidad no proponía nada", superaba las utopías totalitarias, "mejor un pensamiento débil que un pensamiento fuerte", decían. "En el fondo de este no proyecto había un irracionalismo expresado ambiguamente en forma de crítica a la razón ilustrada". Sáez salva a Gianni Vattimo, "que entendía la modernidad como un gran proceso de desacralización, y la posmodernidad como una desacralización de la desacralización". Volvemos al inicio: relativizar el relativismo de la posmodernidad paródica.