Toni Cruanyes: «He descubierto que la casa familiar de mi bisabuela era un piso 'patera'»
Periodista y escritor, publica 'La dona del segle'


BarcelonaMaria Becana nació en 1900 y le llamaban la mujer del siglo. Su historia ya se insinuaba en el libro El valle de la luz (Destino, 2022), con la que Toni Cruanyes (Canet de Mar, 1974) ganó el premio Josep Pla. El periodista y presentador del Telediario noche de TV3 rescata en su segundo libro la vida de esta mujer, su bisabuela, y también la de otras dos mujeres que fueron líderes en su familia: la abuela, Teresa Masvidal, y la tía, Victoria Cruanyes. En La mujer del siglo (Columna), Cruanyes hace un ejercicio de restitución de sus figuras con un libro de memorias familiares y periodismo histórico que recorre el pasado de Canet de Mar desde principios del siglo XX hasta los años 90.
¿Qué le llevó a escribir sobre estas tres mujeres?
— Entré en el libro por la nostalgia de la bisabuela y la abuela. Me amaron mucho, las disfruté con mucha ternura. Muchas veces la infancia feliz es la puerta de entrada a una vida feliz y llena. Les estoy agradecido. En el libro anterior vi que ellas merecían más atención. La figura de mi bisabuela me cautivó. Era una mujer fuerte que tuvo mucha iniciativa. Su historia se acompañó de las de otras mujeres, porque hacía cosas en connivencia con su hermana, su joven, su madre. El elemento común es que pasaban de los hombres. Y yo, como heredero de la memoria oficial de los hombres de la familia, todo lo desconocía.
¿Qué relación tenía con la bisabuela?
— Me lo permitía todo. Pasaba de las órdenes que le daban mi madre y las monjas de la escuela. Un día vino a la guardería y me dio un helado delante de todo el mundo. El resto de niños se quejaron, las monjas le dijeron que no lo hiciera más, pero no les hizo caso. Ambos teníamos un secreto. En su habitación guardaba plastilina. Mi madre no quería que la tuviera porque lo ensuciaba todo, pero ella me la compró igualmente y yo iba a escondidas a la habitación a jugar. Cuando nació mi tía hicieron una votación familiar para decidir el nombre y salió Isabel, pero ella dijo que se llamaría Gloria, y se llama Gloria. La autoridad la tenían los hombres pero ella acababa decidiendo.
Los padres de Maria Becana venían de Aragón y aprendieron catalán para poder hablar con los ricos.
— Es la historia de muchas familias que llegaban a Cataluña en aquella época: los maridos iban a trabajar a las construcciones ferroviarias y las mujeres hacían de costureras para familias ricas. Aprendieron catalán a raíz del trabajo, era una lengua de ascensor social. La naturalizaron y la hicieron suya, hasta el punto de que años después fueron las primeras en defenderla a pesar de la imposición del castellano en el franquismo.
La suya es la historia de una gente muy pobre que, después de trabajar mucho, finalmente consigue mejorar su situación.
— Pero éste no era el relato oficial interno de mi familia. La rama masculina era una familia de lateros y electricistas desde hace 150 años, siempre vinculada a generaciones y generaciones de catalanes entre Canet y Arenys de Munt. La rama aragonesa no formaba parte del relato. No es que no les quisiera. Sencillamente, a la hora de autodefinirnos como familia 100% catalana, esa parte se obviaba. Quizás porque la parte pobre se intenta disimular, o porque la integración fue tal que los que no eran de Canet también eran de Canet.
Sin embargo, Maria Becana estuvo muy vinculada con Aragón.
— He descubierto que, con ojos de ahora, la casa familiar de la bisabuela era un piso patera. A través de ella vino a Cataluña toda la gente que vivía en la miseria en Aragón. Pasaban unos meses en su casa hasta que podían establecerse en otra parte. La idea familiar que ha quedado es que en casa de los abuelos siempre había un batiburrillo de gente, sin concretar quiénes eran. En la actualidad, si supiéramos de dónde venimos y lo que han pasado nuestros antepasados, seguramente también seríamos más comprensivos con la realidad de los recién llegados.
Usted mismo confiesa en varias ocasiones que se ha oído impostor mientras escribía el libro. ¿Por qué?
— En algún momento he pensado que no tenía que hacerlo, que me estaba metiendo en un follón de difícil salida. Necesitaba limpiar mi mirada masculina para poder escribir sobre estas tres mujeres. El empujón me lo dieron [las escritoras] Montse Barderi, Gemma Ruiz y Gemma Casamajó. Me convencieron de que yo tengo todo el derecho a contar la historia de mi abuela, porque soy su nieto. Gemma Casamajó me insistió en el contexto, el momento político y de la opresión de las mujeres de ese momento. Esto me ha llevado a descubrir hechos como que en el Carnaval de Canet existía la tradición de ir a cazar chicas y que después de la Guerra Civil, cuando llegan los soldados italianos, hubo violaciones en el pueblo. No creo que mi abuela fuera víctima, pero si hubiera pasado seguramente tampoco lo sabríamos.
Escribe que "la bondad y abnegación de las abuelas es un problema para entender su personalidad". ¿Por qué?
— Es sobre todo mi visión sobre ellas. La nostalgia nos lleva a esta nebulosa de creer que el pasado era maravilloso, y eso no casa bien con una investigación que quiere explorar lo que ha pasado. Empiezo el libro pensando que mi abuela me compraba juguetes e, investigando, descubro que sabía disparar una escopeta y se encaró con un militar. Todos tenemos recuerdos maravillosos de nuestros abuelos y abuelas, pero a veces ese sentimiento de nostalgia puede ser contraproducente, si queremos descubrir qué ocurría en las mujeres de aquella época.
Qué escritoras han sido los faros de La mujer del siglo?
— Para este libro, sobre todo, Mercè Rodoreda y Montserrat Roig. Pero desde hace tiempo estoy leyendo a muchas autoras contemporáneas. Maggie O'Farrell y Elizabeth Strout me encantan. Silvia Soler, Marta Orriols y Marta Rojals, también. Me cuentan historias nuevas con miradas distintas.