Una historia casi perfecta de sueños frustrados
'Lucy Gayheart' cuenta las historias de amor y las frustraciones de una chica de un pueblo de Nebraska que se marcha a Chicago a estudiar música
- Willa Cather
- Cal Carré / Alba Editorial
- Traducción de Núria Sales
- 24,50 euros / 288 páginas
Nacida en Winchester (Virginia) en 1876, Willa Cather pasó su infancia en Nebraska, en los años de la primera gran colonización de inmigrantes checos y escandinavos. Siempre activa y de espíritu independiente, se presentó en la Universidad de Nebraska vestida de hombre y con el nombre de William Cather. Viajera, periodista, maestra y directora de revistas, vivió cuarenta años con su compañera Edith Lewis, y cuando hubo ahorrado se dedicó a la literatura a tiempo completo. Ahora Hace falta Carré publica en catalán su inquietante novela Lucy Gayheart, escrita en 1935 y traducida por Núria Sales.
Estructurada en tres partes, en la primera leemos como el padre de Lucy, relojero y director de la banda municipal de Haverford (un pueblo de Nebraska lleno de inmigrantes europeos), ha pagado los estudios musicales de su hija a Chicago, el centro vibrante de comercio y cultura del Medio Oeste. Lucy es sensible y brillante, bonita, ardiente e impulsiva, y de muy joven ya imparte clases de piano. Un día tiene la oportunidad de acompañar al famoso barítono Clemente Sebastian, un hombre mayor y cansado de la vida a quien la presencia y la admiración (de hecho, la fascinación absoluta) de la chica parecen reavivar. Para alcanzar sus objetivos profesionales, Lucy tendrá que renunciar a Harry Gordon, hijo del banquero del pueblo y pretendiente suyo desde hace tiempo. En la segunda parte, Sebastian desaparecerá de repente y Lucy, perdida, volverá a Haverford y tendrá un sentimiento fuerte de no pertenencia al lugar de origen. Justo cuando estaba a punto de reunirse con el mundo adulto, los accidentes vitales vuelven a aparecer. La tercera parte se emplaza veinticinco años después y analiza los hechos anteriores con una nueva perspectiva: el narrador es ahora Harry. Cather no utiliza el artificio de ligar líneas argumentales o dar lecciones. Todo fluye de forma natural.
Los grandes temas de Cather reaparecen en esta su penúltima novela, escrita a los sesenta años y pico: la oposición entre los valores rústicos y urbanos (promesas y peligros), la tragedia que asedia la inocencia, el arte como a forma de elevación y, por encima de todo, el amor, un sentimiento entendido por Cather como las oportunidades que dejamos pasar por perseguir espejismos. Golpes en el corazón que hieren, que alteran lo cotidiano y rebajan las esperanzas de un ansiado destino calmoso.
Una tristeza pegadiza
Willa Cather dibuja de manera excepcional las llanuras rurales occidentales del Oeste y el Suroeste. Cuando describe paisajes capta todos los matices, desde los colores al reflejo de la luz, de la textura a las sensaciones de las atmósferas omnipresentes. Lo mismo ocurre con los fenómenos meteorológicos como la nieve y el frío. Los personajes, en cambio, no resultan tan vivos como los lugares que habitan, porque están definidos de forma más realista, dicen y hacen, recuerdan y explican lo que experimentaron, y acto seguido nos comunican sus pensamientos. La autora tampoco los juzga, sólo los presenta, con virtudes y defectos, sin excusas, y los conecta. De hecho, uno de los puntos débiles del libro es que la tristeza magnética de Lucy, sus epifanías fracasadas, generan un efecto dominó en los personajes que le rodean. Este hecho parece totalmente arbitrario y no queda justificado por la verosimilitud: "En sueños, a veces le oía cantar y tanto él como ella se veían sumergidos en una joya y una belleza que no eran terrenales". Exacto: en ocasiones Cather no es terrenal, es poética y atmosférica. El resto de momentos es preciso, durísimo y casi perfecto.