¿Y si la inteligencia artificial pudiera crear textos literarios con cara y ojos?
BarcelonaQuizás soy ingenua, pero no me preocupa demasiado la irrupción de la inteligencia artificial en el mundo literario. En un artículo de hace dos años ya argumenté que quizás la IA libere la literatura de ciertos servilismosDesde entonces han pasado cosas. Por ejemplo, leía hace poco que en algunos libros publicados ya se han colado rastros de prompts destinados a la IA. Por si alguien todavía no lo sabe, uno prompt o, en catalán, petición, es el texto que el usuario introduce en un sistema de IA para darle un comando. Así, por ejemplo, en el libro Darkhollow Academy, Year 2 —qué título tan poco prometedor— de Lena McDonald, podía leerse esta frase: "He reescrito el fragmento para que vaya más en la línea del estilo de J. Bree, que se caracteriza por tener más tensión, toques descarnados y un subtexto emocional fuerte bajo los elementos sobrenaturales". En otro título de KC Crowne decía: "¡Por supuesto! Aquí tienes una versión mejorada del fragmento". El caso de Crowne es revelador: en Amazon tiene 173 títulos disponibles, lo que hace sospechar (o directamente tener la certeza) de que esa persona no escribe los libros que se autopublica. Las cubiertas con machos musculados luciendo abdomen y barba de tres días son tan espantosas y convencionales que parecen una parodia.
De hecho, la invasión de contenido generado por IA, especialmente el generado por bots de IA, ha llegado a ser un problema para Amazon. Ante el alud de contenido generado por IA, hace ya un par de años su plataforma de autopublicación se vio obligada a limitar a tres los manuscritos que un autor puede publicar en un día. Uy, sólo tres al día, ¡ahora sí que estamos salvados! También hace dos años Caitlyn Lynch denunciaba que del top 100 de los ebooks de Amazon de Teen & Young Adult Contemporary Romance, sólo 19 habían sido escritos por humanos.
Quizás piense que esto nos queda lejos, que es cosa de americanos y de literatura mainstream. Volvemos a casa, pues. Hace unos meses, escuché un episodio del podcast Placeresde vida, donde Sergi Pàmies, jurado del premio Anagrama, decía que este año le había parecido que había manuscritos engordados con IA. No tenía pruebas de ello, pero sí la sensación de que así era. 80% de películas las hará una IA, y que las hará mejor. carne y hueso no hagan otra cosa que refreírse cuando beba de la tradición, etc. Y sí, claro, escribir es, en parte, digerir lo que se ha hecho.
Estar dispuesto a leer basura
Sea como fuere, le decía al principio que todo esto no me preocupa demasiado. Me preocupa más que haya personas dispuestas a leer esta basura que que la basura en sí exista. Y tampoco es que quiera cargarme la IA, que siempre puede ser una fuente útil para documentarse o inspirarse. Ya conozco a escritores que cuando buscan una imagen para un símil piden ideas a la IA. "Ejemplos de cosas malolientes y escurridizas": lodos orgánicos, pez en descomposición, vómito.
Pensaba en todo esto ayer que una amiga me decía que tenía grabada en la memoria a una mujer a la que no conocía de nada y que hace veinte años le contó, sin venir a cuento, que su hija había muerto a los tres años. Por más crímenes que hayamos leído o visto en pantalla, nunca ninguna muerte nos tocará tanto como una muerte real contada por alguien mirándonos a la cara. Esto me hizo pensar que quizá un efecto colateral de la IA sea que la realidad, los hechos no ficcionales, se revalorizarán. Imaginemos que llegue un momento en que la IA sea verdaderamente capaz de crear textos literarios con cara y ojos, que incluso sea capaz de inventar personajes interesantes y contradictorios, que sea capaz de ser original y de manejar el sentido del humor. Incluso cuando todo esto sea posible, seguirá existiendo algo que la IA no podrá hacer: vivir. Nunca podrá, pues, hablar en primera persona de lo que ha vivido ni de lo que ha oído. Todo será siempre de segunda mano. La IA podría acarrear el triunfo de la verdad y de la vida. Aunque a veces también sean cosas malolitas y escurridizas.