Cómic

Camille Vannier: "A mí lo que me interesa es el cotilleo y la mierda"

Dibujante, publica el cómic 'Imbécil'

La dibujante Camille Vannier en el barrio del Raval, en Barcelona
09/12/2024
6 min

BarcelonaA Camille Vannier (París, 1984) le gusta más Fiona Apple que los Sex Pistols, pero cuando quiere no hay dibujante más punk en Catalunya que ella. Imbécil (Astiberri, 2024) recopila algunas de las anécdotas más bestias que le han pasado y las explica recreándose en su aspecto más lamentable; desde sus vacaciones en la casa donde supuestamente se había alojado Brad Pitt a sus experiencias como a extra en anuncios de casas de apuestas. Desvergonzada y brillante, Vannier desnuda sus miserias con un dibujo expresivo y libérrimo que va de lo naïf a lo grotesco, buscando siempre la sinceridad del trazo.

En Imbécil protagonizas una colección extraordinaria de momentos vergonzosos y ridículos. ¿Es todo autobiográfico o, como en Sexo de mierda (Astiberri, 2022), mezclas historias propias y de otras personas?

— No, aquí todo me ha pasado a mí. Básicamente, es una recopilación de las anécdotas en las que hago el ridículo y que hacen gracia cuando las explicas a los amigos, que son el público con el que pruebo mi material. Me inspiro en mis miserias de cada día, un poco como Larry David en Curb your enthusiasm, porque todo el mundo es miserable en algún momento.

Lo citas como uno de tus referentes.

— Sí, me río mucho con él, y a menudo pienso que tiene razón. Esto me hace discutir con mi pareja, que solo ve a una persona ruín, pero a mí me parece un justiciero de la vida cotidiana que señala la arbitrariedad de muchas costumbres, como dejar propina en unos trabajos y en otros no. A ver, yo no pretendo ser una justiciera, pero sí tengo la tendencia a dar mi opinión, incluso cuando no me la piden.

Cubierta de 'Imbécil'

Divides el libro en tres partes: ruín, loser y borracha.

— La idea es poner en evidencia los defectos de uno mismo. Ahora todo el mundo intenta enseñar en las redes lo guapo y lo genial, y yo lo encuentro muy aburrido. A mí lo que me interesa es lo que hay detrás, el cotilleo y la mierda. Lo que hace las cosas interesantes son los defectos, que dicho así suena un poco flower power, pero mis historias no son para nada flower power.

Está claro. Como el día que, para no hacer la cola del lavabo, saliste a mear fuera del bar e ibas tan borracha que lo acabaste haciendo en la cocina de un restaurante. Lo divertido es que explicas la anécdota con una mezcla de vergüenza y orgullo por lo absurdo de la situación.

— No sé si orgullo, pero algunas anécdotas son como una cicatriz que enseñas a los demás. Forman parte de ti. Esta me hace parecer una alcohólica, pero qué le vamos a hacer. No tenía ni veinte años... Son cosas que pasan y que solo pueden ser verdad, cosas así no te las inventas.

Otra historia gloriosa es la del walk of shame al día siguiente de Carnaval con el disfraz desgarrado de novia abandonado en el altar y el maquillaje corrido.

— Sí, fue épico. Cada vez que cuento la anécdota en los bares la gente se parte de risa y no se creen que pasara de verdad, sobre todo el momento en què me encuentro a un chico disfrazado de novio y se me ocurre darle una bofetada. También gusta mucho la historia de cuando llego a casa borracha y preparo la maleta para irme de vacaciones y una vez allí descubro que solo metí dos camisetas y un bañador.

Página de 'Imbécil', de Camille Vannier.
Página de 'Imbécil', de Camille Vannier.

No solo te ríes de ti misma, sino que incluyes en la solapa las críticas sangrientas que te han hecho en redes de tus dibujos.

— Son de hace unos cinco años, cuando empecé a colaborar en El Jueves. Mis dibujos llegaron a X y Facebook y empecé a recibir muchos mensajes de haters insultándome. No contesté ninguno, pero hice capturas y cuando preparaba Imbécil pensé: es el momento de vengarme. La principal crítica que me hacen es que dibujo como un niño, pero a mí me parece un elogio. Muchos artistas se pasan la vida intentando dibujar como un niño, y no es fácil.

Manel Fontdevila, que es fan de tu dibujo, recordaba con admiración cuando participaste en una mesa redonda sobre dibujar mal y cuestionaste abiertamente la premisa de la charla.

— Recuerdo esa charla. Lo de dibujar mal... Cada uno dibuja a su manera, y ya. Quizá estéticamente no te gusta cómo dibujo y mucha gente no lo pondría en un museo, pero hablar de bien y mal es oficializar una forma de hacer, no tiene ningún sentido. De hecho, a mí en el dibujo me interesa mucho el error.

Como en las historias que cuentas.

— Exacto. Si quedas con tus amigos y dices: "Ah, todo me va bien, estoy genial"... Por favor, qué aburrimiento. Sin el drama, Romeo y Julieta se queda en dos páginas. Yo, en el dibujo, siempre dejo los errores, tanto los de trazo como los comunicativos. Mi objetivo es no borrar nunca nada, y si el trazo sale mal, da igual. Estudié dibujo analítico, pero cuando hice ilustración en la Massana y tuve que sintetizar me decanté por el lápiz de color, porque era donde me sentía más cómoda. Y me gusta mucho el trazo que deja.

Pero en realidad cambias mucho de estilo en tus libros, y en Imbécil utilizas técnicas diferentes en diferentes historietas: dibujo con línea, sin línea, masas de colores...

— Si no cambio de estilo me aburro. Polou y el resto de mi familia (Sapristi, 2018), que eran 120 páginas con la misma técnica y paleta de color, fue un infierno. Al terminar el libro no quería volver a dibujar nunca más, me planteé dejar el dibujo y hacer stand up o cualquier cosa. Por eso en Imbécil cada anécdota tiene su vida propia, y si estoy cansada de dibujar línea, vuelvo a las formas, y si viene al caso, cambio de colores.

Página de 'Imbécil', de Camille Vannier.
Página de 'Imbécil', de Camille Vannier.

Fue catártico compartir las anécdotas más lamentables de Imbécil?

— Sí, sobre todo dibujarlas. Yo me desahogo mucho dibujando, y eso se transmite al dibujo, tanto la felicidad como la rabia. En la historia sobre Ikea hay una mancha en el papel con una flecha que dice: "Esto es de la rabia", porque al dibujarlo vuelvo a sentirla. Pero también me he reído, ¿eh? Cuando me dibujaba vomitando y cagándome encima a la vez reí mucho.

Es tremenda esta historia, cuando preparas una tarta con nata caducada y acabas provocando un festival de vómitos como el deEl triángulo de la tristeza.

— Me pasó el verano que estaba haciendo el libro y no pensaba incluirlo. Es gracioso, sí, pero de la caca no se habla, ¿no? Pero entonces recordé que vivo en Cataluña y que sois fans de la mierda. Así que se lo conté a personas cercanas y se echaron a reír. Y me decían mucho: "A mí también me ha pasado". De repente era como si le hubiera pasado a todo el mundo, ¡pero nadie lo cuenta! Así que era tanta la gente y tanta la empatía que me animé a contarlo.

Alguna historia ya la habías contado al ARA en la serie Mi novia es lo peor, que hacías con Joan Ferrús.

— Sí, pero las he adaptado y dividido en varias páginas. En realidad me gusta más cómo quedaron en el diario, porque el formato era mayor y permitía jugar con la página.

Tú eres francesa, pero llevas muchos años viviendo en Cataluña. ¿Publicas también en Francia?

— Estoy cerrando el contrato para publicar Imbécil y tengo que ponerme con la traducción, que la haré yo misma. Es un tema, esto de traducir el humor a otra lengua. Tardé muchos años en sentirme divertida en castellano, y ahora no sé si mis chistes harán gracia en francés. También traduje Sexo de mierda al francés y me costó muchísimo. De hecho, me hicieron censurar un chiste por racista, pero es porque no viven en Barcelona. Era sobre ligar con guiris y decía que con los ingleses no vale la pena, porque a las ocho de la tarde estarán vomitando y meándose encima. A los editores franceses les parecía gratuito y ofensivo, pero es porque les falta el contexto de la Rambla.

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