Debate literario

Juicios sumarios (y sesgados) en la literatura catalana

Libros en la librería la Central del Raval, en Barcelona.
3 min

Primero fue un artículo de Jordi Llovet, que hablaba de lo que no sabe porque no ha leído ni veinte libros catalanes recientes (en clase solía decir que él nunca leía “autores vivos”), afirmando que la literatura catalana actual es mediocre. Luego, fue un artículo de Jordi Gracia (también en El País, al igual que el de Llovet) diciendo que la literatura catalana actual es más que pasable teniendo en cuenta que se trata de una literatura "tan y tan pequeña". Son, sólo, opiniones, y además sesgadas, de intelectuales nacionalistas españoles, para quien todo lo catalán siempre es algo sospechoso y algo despreciable. Yo, en cambio, creo, con todos los matices que queramos, que la literatura catalana actual pasa por un buen momento: tiene autores y autoras de todas las ideologías, de todas las generaciones, de toda condición social y de todas las procedencias geográficas, los cuales realizan obras buenas o notables o excelentes (también mediocres u horripilantes) en todos los géneros. Además, tenemos magníficos traductores y traducciones de grandes obras de todo el mundo y de todas las épocas, también de los mejores autores coetáneos. Dios le da. Pero bueno: lo mío también es, sólo, una opinión.

¿Quién tiene razón? Llovet, Gracia o yo mismo? Da igual. Los diagnósticos sumarios son poco importantes. Ahora bien: cuando hacemos valoraciones al por mayor de la literatura catalana se nota mucho que somos un país –una cultura, una lengua– rodeado de estados –de culturas, de lenguas– de raíz, de trayectoria y de dimensiones digamos- ne imperiales. Esto nos hace obviar que las literaturas enormes y riquísimas de esos estados que nos rodean –de estas lenguas– son la excepción global, no la norma. Quiero decir que tanto por el volumen, la variedad y la calidad de libros publicados como, también, por la tradición y el sistema de apoyo institucional y político sobre el que se han aguantado y se aguantan estos libros, la literatura catalana se encuentra quizá lejos de las literaturas gigantes, pero seguro que está en lo alto –entre las primeras posiciones– de las literaturas del mundo de tamaño medio.

El hecho de vivir rodeados de estados anómalamente grandes, con literaturas anómalamente globales y ricas, también nos hace olvidar, y esto vale tanto para la literatura catalana como para la lengua catalana e, incluso, para la política catalana, que lo extraño e insólito no es que estemos nacional y culturalmente en un estado tan precario, o que no seamos, vivamos y nos desarrollemos en plenitud, sino que aún seguimos ahí, que aún seamos tantos, que todavía tengamos una presencia tan real y, sin embargo, tan viva y tan sólida, y tan ambiciosamente proyectada hacia el futuro. ¿Por qué, entonces, a veces incluso aquellos que respetan, valoran y se avecinan sin prejuicios a la literatura catalana (no es el caso de Llovet, quizás sí el de Gracia) hacen valoraciones tan sumariamente reacias o directamente negativas? Como ya he dicho, porque la falsa normalidad pletórica y expansiva de quienes nos rodean distorsiona la percepción que tenemos de nosotros y del mundo y nos hace creer que las literaturas francesa, alemana, castellana, italiana e inglesa representan la normalidad, son las normales. Pero, en realidad, no lo son. Los juicios sumarios durísimos y autoflageladores se explican también por otra razón. Porque, además de compararnos con nuestros gigantescos vecinos, nos comparamos con los gigantes que nosotros mismos fuimos en un pasado lejano y también reciente. Cualquier literatura que se inaugura con Ramon Llull y que, al cabo de sólo dos siglos, ya culmina con Ausiàs March y Joanot Martorell, y que, cinco siglos después, reanuda con Josep Carner, Carles Riba, Josep Pla y Mercè Rodoreda, entre otros, a la fuerza siempre sabrá poco, y más si ha tenido que batallar, y debe seguir batallando, con las lenguas de dos estados (el castellano y el francés) que durante siglos, y aún ahora, la han querido arrinconar , problematizar, exterminar.

Por cierto: los españoles hablan mucho de la calidad de la literatura catalana, pero lo cierto es que, junto a las otras literaturas europeas imperiales (inglesa, francesa, alemana, italiana), literatura española es, en general, bastante pobre, echando a rancia y muy provinciana. Cervantes inauguró la novela moderna, sí, pero en España su legado cayó en el vacío y los que le siguieron fueron los ingleses y los franceses. Cuando el Romanticismo florecía poética y filosóficamente en Alemania e Inglaterra, en España volaban misérrimas y "oscuras golondrinas". El realismo totalizador de un Balzac y el genio meticuloso de un Flaubert y la inteligencia militante y clínica de un Zola dejan en ridículo el realismo español. Y etcétera. Quiero decir que, a la hora de repartir desprecios más o menos legítimos o justificados, todo el mundo puede dar y todo el mundo puede recibir.

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