Uno de los libros más originales de la literatura catalana reciente
Anna Aguilar-Amat debuta como novelista con 'Naturalistas muertos', donde explora los vínculos entre ciencia y literatura y explora la herencia como peso y como misterio
- Anna Aguilar-Amat
- Labrador editores
- 23 euros / 376 páginas
Hay libros que se abren como armarios antiguos de madera vieja, bisagras que chirrían, cajones donde alguien ha dejado papeles, fósiles, cartas amarillentas y dibujos de ballenas hechas con tinta de calamar. Anna Aguilar-Amat (1962) ha escrito uno de estos libros, Naturalistas muertos (Pagès, 2025), una deliciosa mezcla de géneros que es a la vez archivo, viaje iniciático, elegía y homenaje a un legado naturalista que vive dentro y fuera del cuerpo.
Narrada con una voz amable pero no por ello poco documentada, la novela invita a entrar en un territorio que bascula entre la memoria íntima y la reconstrucción científica. Hay una protagonista –una hija, una nieta, una observadora– que mira el pasado a través del objetivo microscópico de un linaje marcado por el estudio de la naturaleza y el silencio de los fallecidos. El archivo familiar no es sólo un conjunto de documentos, sino un espacio habitable donde las voces se entrecruzan, se pelean, se despiden o se vuelven animales. Los caracoles, las ballenas, los murciélagos, los tigres de este libro no son decorado, sino lenguaje. Hay una gramática de la fauna que resuena como un grito evolutivo dentro del texto: una forma de decir que el mundo es vasto, preciso y terrible. Aguilar-Amat escribe con respeto filológico por la naturaleza: cada animal es un símbolo y una presencia; cada palabra, una forma de vida.
Ciencia y familia
La prosa es elegante y nada recargada, y la autora opta por una escritura limpia y al mismo tiempo orgullosa del plancton y el polvo de archivo. Como si la propia narración dudara de si es una novela o un expediente de historia natural. Y esa incertidumbre es justamente su fuerza: Naturalistas muertos no pretende realizar una narración cronológica de los hechos, sino una cartografía emocional de los trazos que nos dejan las personas –y sus cuadernos de campo–. Porque hay mucho de fractal en la forma en que Aguilar-Amat estructura el relato: piezas que se replican, que contienen dentro de sí la forma de la obra entera. El tiempo no es lineal sino líquido. Los momentos históricos se intercalan con observaciones domésticas, las reflexiones científicas se mezclan con recuerdos familiares, y todo ello hace que el libro tenga una textura porosa, llena de intersticios y ecos.
Uno de los grandes aciertos de la novela es su manera de narrar la ciencia no como un ejercicio frío y objetivo, sino como una pasión que arde y que deja huella. El naturalismo, en este libro, no es sólo una disciplina: es una forma de mirar, de leer el mundo, de vivir. Una forma de resistencia íntima. En una época de guerras, cambios, pérdidas, los naturalistas de la novela son figuras que quieren entender, que quieren preservar. Pero también son hombres y mujeres que se callan, que dejan heridas, que transmiten la vida. La herencia es uno de los grandes temas del libro. Pero no la herencia legal, sino la otra, más sutil y difícil de administrar: la que pasa por las miradas, las colecciones de mariposas, las palabras que no se dijeron. La herencia como peso y misterio. El libro exuda este duelo antiguo, no llorado del todo, que a menudo acompaña a los legados familiares. Y lo hace con una delicadeza que corta como un bisturí.
Naturalistas muertos también destaca por la crítica firme –nunca panfletaria– en los estragos de la guerra, en el patriarcado científico, en los silencios impuestos por estructuras de poder que todavía hoy operan. Pero no hay proclamas. Todo se insinúa a través de las vidas retratadas, de las ausencias, de las trazas de violencia que se filtran entre líneas. En este sentido, Anna Aguilar-Amat practica una escritura de la capa oculta, como si supiera que la literatura –como la naturaleza– dice más por las sombras que por la luz directa. Estamos ante un libro escrito por una naturalista injertada de poesía: conocimiento y belleza, clasificación y admiración. Una antinovela inteligente, emocionante y necesaria. Y uno de los libros más originales que ha regalado la literatura catalana de los últimos años.