Los libros de las vacaciones
No hay verano que no añore Henning Mankell. El escritor sueco murió hace casi diez años, pero ya hacía unos cuantos que no escribía libros nuevos sobre el inspector Kurt Wallander, su personaje más famoso. En realidad, es a él, al que añoro cada verano.
Hay un placer sencillo, pero que disfruto mucho, que es el de elegir las lecturas de las vacaciones. Unas semanas antes de que lleguen, empiezo a mirarme algunas cubiertas con deseo, y voy separando ejemplares. Como tanta gente, acabo con un montón que queda muy bien en Instagram, pero que en modo alguno será leído (ni son tan felices, ni aquel plato era tan bueno, ni han terminado todos los libros de su montón, créanme). Durante varios años, mi elección incluyó uno o dos Wallanders. Me los guardaba, durante el invierno no abría ninguna. Ya lo dicen, que el verano hace novela negra, pero lo cierto es que no acabo de entender por qué. Lo primero que leí de la serie fue La quinta mujer (trad. Marta Casas; Tusquets), y me gustó tanto que busqué el primero, Asesinos sin rostro, para leerlos todos por orden. El inspector se convirtió casi en una especie de familia, como los primos que sólo ves durante los veranos.
No he vuelto a leer ninguna serie de esta manera, pero sí repito con ganas algunos autores. Hace un par de años, me llevé de viaje Los árboles, de Percival Everett (Angle), con una traducción fantástica de Jordi Martín Lloret, y me cató la cabeza. Qué bestia, qué negro y qué divertido. Cuento los días que me faltan para poder empezar James, también traducido por Martín Lloret (y también en Angle), donde Everett vuelve a hablar de racismo, de una forma que le ha hecho ganar el premio Pulitzer. Volveré a casa, física y metafóricamente, porque continuaré con Breviario mediterráneo, de Predrag Matvejevic (trad. Pau Sanchis Ferrer, La Breve Ediciones). No le conocía, pero leo que es un clásico europeo contemporáneo, "un relato bello y sabio sobre el mar", que "intenta reconstruir la historia de una palabra: Mediterráneo". Sólo he sentido maravillas, tengo ganas de cogerlo. Además, me conecta con Metamorfosis (L'Avenç), que me ha llevado hasta Grecia, y que me ha hecho pasar momentos deliciosos. La poeta Míriam Cano ha encontrado una voz distinta en este dietario, que espero que no sea el último que escriba.
Metamorfosis es un pequeño vecindario del Peloponeso, un nombre muy adecuado para explicar también la transformación interior que suponen, para Cano, los dos viajes a Grecia que explica. Los hace con amigos, amigos que son familia; para mí, uno de los temas centrales del libro. El azul y el Mediterráneo también tienen un peso importante, al igual que la Grecia antigua. Cano nos lleva a paseo, y he encontrado muy emocionante el paseo que nos hace llegar a Hidra, la isla que descubrió a Leonard Cohen en 1960, y que fue escenario de su amor con la famosa Marianne. Me gusta cómo la autora habla de la conexión que tenemos con los lugares, que también pasa por la cocina: además de visitar restaurantes, se propone cocinar sólo platos griegos. Se me hizo la boca agua, y ahora sólo pienso en volver a Grecia. Voy a mirar billetes. ¡Que tenga muy buen verano!