Las primeras veces

¿Qué ocurre cuando la infancia no es un lugar seguro?

Fotograma de la película 'Poltergeist 2', muy popular en la década de los 80
12/07/2025
3 min

BarcelonaLlego en julio justa de fuerzas. Ha sido un curso intenso y esta semana tenía ganas de escribir algo ligero, que no me pidiera demasiado esfuerzo emocional. Pero el karma literario tenía otros planes para mí y me ha llegado a mis manos la última novela del escritor valenciano Enric Pardo i Ramírez, El hombre de la casa, publicada por La Magrana.

Como había acudido a la presentación que hizo en la librería La Tribu con Alicia Kopf y Anna Pacheco, sabía que Pardo escribe sobre su propia historia, como uno de los primeros hijos de padres divorciados en Onda, el pueblo de Castelló de su familia. También sabía que había utilizado un narrador infantil para desplegar una historia que, por un lado, quería rendir homenaje a la valentía de su madre, una mujer que no se conformó con el rol asignado de esposa, ama de casa y madre; y, por otra, quería recordar con cariño las referencias culturales de aquellos años de infancia.

Como no soy una persona nostálgica y, de hecho, no creo que ningún tiempo pasado sea mejor, confieso que, al inicio de la lectura, esta voz de niño que transcribe las canciones de los dibujos animados de la TVE1 de los años 80 se me hizo algo irritante. Pero a medida que avanzaba la lectura, me di cuenta de que estos momentos Yo fui a EGB son el truco de ilusionista que Pardo, como buen guionista y hacen de Stephen King que es, utiliza para llevarnos de la mano, sin que nos demos cuenta, dentro de un mundo mucho más inquietante y terrorífico.

Hace unas semanas hablé del concepto de pedagogía negra, popularizado por la psicoanalista Alice Miller: el conjunto de prácticas educativas que parten de la idea de que el niño debe ser disciplinado mediante castigos, humillaciones, manipulación y supresión de sus necesidades y emociones. Aunque Pardo escribe desde el realismo, El hombre de la casa me ha hecho pensar en el cine de otro mago del terror, el catalán Jaume Balagueró, en el que la casa, que debería ser refugio, se convierte en escenario amenazador; y los adultos (padres, maestros, psicólogos o amigos) que deberían proteger a los niños son figuras incontinentes, egoístas y, parafraseando al pequeño Enrique narrador, "roïnes".

Indefensión y angustia

Como los espectadores de Balagueró, los lectores de Pardo vemos la amenaza antes de que el protagonista pueda entenderla: la homofobia, la humillación, los golpes en la boca, la amenaza del infierno, la prohibición de llorar. Al igual que el cineasta, que rueda con cámaras subjetivas y puntos de vista estrechos, Pardo nos coloca dentro de la cabeza de un narrador que no comprende del todo la realidad que le rodea y que, con su inocencia de niño especialmente sensible y carente de explicaciones, nos relata escenas incómodas y temibles. El pequeño Enric intuye que las cosas no van bien, pero no puede acabar de ponerle palabras porque todavía no tiene la madurez ni las herramientas para entenderlas o resistirse; y este hecho provoca en el lector un estado de indefensión y angustia que hace que ésta sea una novela mucho más inquietante de lo que puede parecer a simple vista.

Afortunadamente, Pardo lo compensa con toques de humor, ternura y mala leche divertida (el capítulo en el que la madre se encaterina de un diputado del PSPV-PSOE es memorable). El hombre de la casa es un buen ejercicio del que el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik explora en el ensayo sobre la resiliencia Los patitos feos (Eumo): el humor, un toque de rebeldía, la esperanza y la curiosidad permiten desarrollar la capacidad de resiliencia y conectar las heridas del pasado con el presente, para poder imaginar y andar hacia un futuro más libre y creativo. Como el Pardo adulto hace a través del pequeño (grande) Enrique.

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