El filósofo Pere Lluís Font.
22/03/2025
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BarcelonaTal y como van las letras aquí y casi por todas partes en nuestros días, no se podía elegir mejor candidato al Premio de Honor de las Letras Catalanas que Pere Lluís Font, hombre liberal, prudente y saggio, como se dice del conde de Almaviva a las Boda de Fígaro, de Mozart. No es que en otras convocatorias el premio fuera otorgado a ningún Cherubino, que es un jovencito travieso que aún no ha hecho nada notable. No es eso: es que el premio ha ido a parar a un hombre que ha trabajado toda su vida para ennoblecer el panorama de la filosofía en Cataluña: filosofía catalana no se puede decir que hayamos tenido, ni se entendería, como no se entiende que pueda haber matemáticas catalanas. No todas las cosas pueden llevar ese adjetivo, y en eso acaba consistiendo el prestigio de las patrias.

Pere Lluís (el primer apellido es éste, Lluís), prefirió siempre estudiar antes que llenar formularios académicos, por lo que su carrera universitaria, a pesar de ser muy brillante, ha conocido o conoció más de un obstáculo. Pero al final hizo lo que tenía que hacer —aprender, enseñar, guiar, escribir, traducir, editar— sin haber sufrido humillación alguna, que ya es mucho.

Lluís es teólogo, además de filósofo y hombre de letras, y esto nos permite asegurar que conoce perfectamente la lección de humildad que se encuentra en los primeros versículos del Cohelet bíblico: Vanitas vanitatis te omnia vanitas, donde la palabra vanitas no significa lo mismo que la actual vanidad. La vanitas con que san Jerónimo tradujo el hebreo hebel era otra cosa: evanescencia, cosa sin entidad, un aire y nada. Todo es evanescente en esta vida, todo ocurre y todo muere, todo lo que hacemos se olvida al cabo de los siglos -en términos no universales, pero casi-, y es mejor tenerlo presente para no hacernos ilusiones infundadas.

Pere Lluís ha sido siempre un hombre discreto, casi taciturno, y no ha parado de trabajar: esto le honra a él, a su lengua ya su país. Y el destino ha tenido el acierto de premiarle con una distinción muy acreditada cuando ya se encuentra en la noventa. El premio lo toma tan grande, en todos los sentidos, que es imposible que caiga en ningún sentimiento de orgullo o vanidad. Nunca fue famoso como los futbolistas o los presentadores de televisión -los primeros no hacen novelas; los segundos, a raudales—, y ahora consigue un premio merecido cuando los honores ya no pueden hacerle ningún daño.

Porque el hombre o la mujer de estudio, ellos más que nadie, deben temer a esta bestia que todo lo estropea, la fama, que, según Virgilio (Eneida, IV), tiene muchos ojos y muchas bocas, y vuela por el mundo a gran velocidad. Pedro Luis sólo tiene dos ojos, una sola boca nada llamativa, y nunca ha practicado la imprudente velocidad de los ambiciosos.

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