¿Puede un pueblo luchar por una libertad equivocada?

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Theodor Kallifatides en una fotografía de julio de 2021.

Nos llega otro Kallifatides con su característico estilo sentencioso, poético y un punto socarrón. De nuevo volvemos a Grecia de su mano. Esta vez estamos en el pueblecito de Yalos, en Laconia, en el sureste del Peloponeso. La aldea de su infancia es ocupada por los nazis... Es la primera parte de la trilogía novelada que consagró a este atípico autor grecosuego. Sí, el libro fue escrito en sueco a principios de los años 70 y ahora lo ha traducido Carolina Moreno Tena, Labradores y señores (Galaxia Gutenberg). Labradores y señores: todos individualistas ya la vez conformistas. El mundo rural que retrata está hecho de un fatalismo atávico, orgulloso, salvaje y terco. Las ideologías (fascismo, socialismo) penetran superficialmente, lo que cuenta y permanece es la familia, la tierra, el dinero, el sentido trágico de la vida. El amor y el odio. El dolor que sólo se alivia con brutalidad.

¿Quién tiene autoridad? Quien ostenta el poder, claro. Pero la autoridad de verdad no es esa. La auténtica es muy escasa, "es la autoridad que poseen las personas queridas", que son las que saben amar, escribe Theodor Kallifatides, en Yalos, un pueblecito perdido, no hay muchos. En el ambiente domina la desconfianza, el lavadero, criticar a los demás casi como un deber social, el rumor insidioso como una forma de afirmarse (hoy hemos trasladado ese hábito milenario a las redes sociales). El complejo de Hércules está muy arraigado, por lo que los yalitas, descendientes de los lacedemonios espartanos, de tan importantes como se creen tienen un montón de enemigos tanto visibles como invisibles. Y les cuidan mucho, esos enemigos. Los catalanes somos un poco como los ialitas, ¿no?

Pero no nos desviamos del tema. Estamos en Yalos, han llegado los nazis y permanecerán cuatro años. Barbarie sofisticada. De entrada son bien recibidos, la gente de aquellos rodales ya sabe que se trata de adaptarse a las calamidades de la vida. Sobrevivir. Verlas venir. No en vano, la suya es la tierra donde había nacido el arte de decir pocas cosas, el laconismo. Mejor no meterse en líos. Malhablar en voz baja y sonreír a quienes mandan: los alemanes.

Sólo unos pocos (el maestro comunista, el judío David, el abogado, el farmacéutico, el juez de paz y tres albañiles, todos ellos demasiado honrados para triunfar) saben de qué va lo de Hitler. Algunos jóvenes ultrajados se añaden a la resistencia, no por ideología, sino por venganza: filotimo, el honor por encima de todo. Cuatro gatos, vamos. El alcalde, que había ido a la universidad, entró como un burro y salió como un burro, decía la gente. El provecho que sacó es saber que para flotar hay que echar coces hacia abajo y lamedas hacia arriba. No era, pues, el tonto del pueblo: ese título había ido a parar a Lolos. griego, loloso significa loco, loco, sonado. A éste, a sus bromas pesadas, sí le amaban y le respetaban.

Enredar a los demás era objeto de admiración: la virtud de ser pícaro. ¿Enredaron a los alemanes, los yalitas? Más bien se enzarzaron. Porque al final, una vez ahuyentados, lo que permaneció fue el odio a los comunistas, las convicciones reaccionarias. Los que habían sido estratégicamente fascistas salieron adelante. ¿Puede un pueblo luchar por una libertad equivocada? "El mundo avanza un poco a pesar de todo, pero nunca sólo va adelante", escribe Kallifatides. En fin, tendremos que esperar a los siguientes títulos de la trilogía para ver hacia dónde fue ese mundo. Y mientras tanto podemos constatar que en nuestro mundo de ahora el fascismo está penetrando de nuevo insidiosamente. El miedo causa estragos. Vigilamos.

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