Ramon Solsona: "He hecho un libro amable, pero al franquismo no le perdono ni una"
El escritor viaja hasta sus memorias de niñez y juventud en 'La calle del chocolate'
BarcelonaRamon Solsona (Barcelona, 1950) explica que, a medida que se va haciendo mayor, cada vez tiene más ganas de hacer memoria. "Todos tendemos a conservar los recuerdos buenos. Con la edad apetece mirar atrás de una manera serena, incluso indulgente, desprovista de acidez", subraya el escritor de novelas como Las horas detenidas (1993) y El hombre de la maleta (2011). Este ejercicio con el pasado alimenta el último libro, La calle del chocolate (Proa), un relato hecho de sus memorias y las de sus hermanos durante la niñez y la juventud. "La época no fue estupenda, y de hecho al franquismo no le perdono ni una, pero he hecho un libro amable y divertido porque me apetecía recordar lo que me hizo feliz", afirma Solsona.
A la hora de definir La calle del chocolate, el escritor lo compara con una cesta llena de cerezas. "Cuando estiras una, salen muchas. Es lo que me ha pasado con mis vivencias, pero también es lo que me gustaría transmitir a los lectores; que cada cereza, cada capítulo, les sirva para construir su propio libro de recuerdos", dice Solsona. A diferencia de las novelas, en esta ocasión no existe un hilo narrativo. Cada capítulo aborda una temática, que van desde los juegos de niñez -las balas, los Juegos Reunidos y todas las aventuras en los patios de las casas- hasta la llegada de la primera televisión y las visitas de los vecinos por motivos diversos.
La familia Solsona —formada por los padres del escritor, él y sus tres hermanos— vivía en la calle Bellver del barrio de Gràcia, conocida popularmente como la calle del chocolate porque tenía la fábrica de Cola Cao muy cerca. "Tengo amigos que me cuentan que, cuando sienten olor a chocolate, recuerdan mi calle. La memoria olfativa es muy potente", señala Solsona, que recuerda con nostalgia la vida vecinal de la época. "Los niños íbamos de una casa a otra. A veces venía gente a llamar porque nosotros teníamos teléfono. Había una muy buena vecindad. Ahora, en cambio, cuando llaman a la puerta sentimos entre extrañeza y desconfianza", añade.
Un libro de memorias colectivas
La calle del chocolate está escrito en primera persona de lo singular porque contiene muchos de los recuerdos que Solsona vivió en la propia piel, pero también en primera persona del plural. Con este gesto estilístico, el autor engloba las vivencias que le han contado sus hermanos: Carlos, Pep y Asunta. "Antes de empezar a escribir, les di una libreta a cada uno y les pedí que apuntaran anécdotas. Recordé muchas cosas y me di cuenta de que mi hermana Assumpta vivió con un plus de dificultades porque era una niña", dice Solsona.
El autor concibe La calle del chocolate como un libro de memorias individuales, pero también colectivas. De hecho, la dedicatoria inicial dice: "A nuestra generación. A pesar de todo, hemos salido bastante normales". Con esta frase Solsona se refiere sobre todo a las restricciones de la posguerra y el franquismo, pero también al peso del catolicismo y de la Iglesia en la vida de los niños. "Había ese enfarfec, esa obligación de ir a misa. En la escuela nunca nos decían por el nombre, siempre por el apellido, y en el instituto éramos un número", dice el escritor. Sin embargo, La calle del chocolate rescata los momentos más placenteros de la infancia de forma amena pero con ambición literaria. "No he podido estar de jugar con las palabras y con lo que transmiten. En casa decíamos farmacia en vez de botiquín, pasillo en vez de pasillo, hasta que se produjo el cambio de registro lingüístico, del catalán popular al catalán estándar —subraya Solsona—. Las palabras tienen un poder de evocación extraordinario”.