BarcelonaEsta semana hemos sabido que algunas escuelas de Barcelona han tenido que precintar patios y pistas deportivas, o reducir su uso, por las quejas por el ruido de algunos vecinos de alrededor. Los representantes de estas escuelas remarcan que son recién llegadas quejas de vecinos, ya que algunas llevan más de cien años en el barrio y nunca se habían encontrado en esta situación. Aparte de la incoherencia y la barra de alquilar o comprar un inmueble junto a una escuela y quejarse entonces del ruido de los niños, estas demandas vulneran varios derechos de los niños reconocidos en la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas: el derecho al juego y al ocio ya participar en actividades recreativas propias de la edad en entornos seguros y adecuados, recogido en el artículo 31; el derecho a la educación, en el artículo 28, puesto que los patios son espacios educativos donde se desarrollan actividades que complementan el aprendizaje en el aula y fomentan habilidades sociales, físicas y emocionales; y el derecho a la salud y al bienestar recogidos en el artículo 24, ya que la actividad física y el juego al aire libre son esenciales para el desarrollo físico y mental de un niño.
Vivimos en una sociedad que ataca de forma reiterada los derechos de los más vulnerables. Los niños son quienes lo tienen más peludo, ya que todavía no tienen la capacidad para defenderse ante adultos sin escrúpulos que priorizan sus demandas por encima de las necesidades infantiles. Una política comunitaria efectiva sería la que garantiza espacios al aire libre de juego y esparcimiento para los niños, no la ampliación de las plantillas de psicólogos de los servicios de salud mental para hacer frente al aumento de adicciones a las redes sociales, la única alternativa de jugar y relacionarse que les queda a niños y jóvenes si los adultos que deberían protegerles les obligan a quedarse encerrados dentro de casa.
Los beneficios de leer en compañía
Velar por los derechos y necesidades de niños y jóvenes es invertir en la construcción de un futuro sólido para un país y una sociedad. Son buenas noticias, pues, para los adultos voraces y egoístas que campan por nuestros barrios, ya que no es sólo los niños quienes salen beneficiados. Un buen ejemplo lo tenemos en el ámbito que aquí normalmente nos ocupa, es decir, las letras, porque cada vez hay más estudios que demuestran que la lectura compartida entre padres e hijos aporta múltiples beneficios emocionales y cognitivos, no sólo a los niños, sino también a los adultos que la practican: reduce el estrés parental; aumenta la confianza de los progenitores en su rol educativo y disminuye sentimientos de culpa o inadecuación, especialmente en familias de riesgo; mejora la salud mental, reduciendo síntomas de ansiedad y depresión, a la vez que incrementa la satisfacción con la vida familiar; fomenta una sensibilización hacia las necesidades de los niños, mejora la comunicación y crea un ambiente educativo positivo en el hogar; promueve una reflexión conjunta sobre valores y emociones, enriqueciendo el vínculo cultural y emocional; enriquece el vocabulario de los adultos y les estimula la mente a través de la reflexión y el diálogo; mejora la capacidad de atención y concentración, las habilidades narrativas y el aprendizaje de nuevos contenidos culturales o científicos; y, finalmente, fomenta la empatía cognitiva, ayudando a los progenitores a comprender perspectivas diferentes a través de las historias que leen y discuten con sus hijos e hijas.
Como diría Morgan Freeman-Noriguis, el altruismo puro no existe e incluso la Madre Teresa de Calcuta obtenía beneficios de su bondad. De la misma forma, cuando invertimos en los niños, invertimos en el futuro de todos. Seamos egoístas y hagámoslo.