Nil Moliner convierte al Palau Sant Jordi en el paraíso de la dopamina
El cantante de Sant Feliu de Llobregat abre la gira del disco 'Lugar paraíso' con las entradas agotadas
- Palacio Sant Jordi. 20 de abril de 2024
Nil Moliner ha puesto en marcha la gira del disco Lugar paraíso llenando el Palau Sant Jordi: entradas entre 34 y 60 euros, todas agotadas. Y regresará en diciembre del 2025 para cerrarla. Decía Moliner en el ARA que todos los lugares donde ha podido hacer canciones son lugares paraíso, pero por ahora nada debe de ser comparable a un Palau Sant Jordi entregado a la literalidad buenista y la diversidad rítmica de un artista que es como si Coldplay, Macaco, Nathy Peluso y La Pegatina fueran el mismo grupo. Para estar a la altura del público, el cantante de Sant Feliu de Llobregat ha empezado con potencia huracanada, citando el Crazy in love de Beyoncé con los metales para introducir Mi religión. Y en el escenario, una quincena de músicos y bailarines rodeando a un Moliner dispuesto a ofrecer un baño de felicidad. Show grande, con fuego, pasarela y todos los músicos a la vista.
Es un frontman inesperado, una esponja que construye la personalidad artística acumulando referencias que no siempre ligan. Solo en la primera media hora han resonado ecos de afrobeat en Dos primaveras y Good day, un pasaje de pop épico en Nada que decir, toques salseros en Me quedo, melodías y ritmos que beben de Txarango en Som ocells, un rock con estribillo arrastrado a la manera de Leiva en Idiotas y, en Déjame escapar, una guitarra rascada por Marcel Castellví como en el pop dopamínico de El Canto del Loco. Y aún tenían que llegar la rumba, el merengue... No todo el mundo puede tomar una escudilla así con la naturalidad con que lo hace un cantante que a menudo lleva la voz fuera de los límites recomendables, pero que sigue la máxima cruyffista de salir y disfrutar hasta en el infinito y más allá. Y nada le aplasta la guitarra. "El mundo está lleno de guerras, pero también de gente buena [...]. Nunca pierdan la esperanza ni las fuerzas para luchar por un mundo mejor", ha dicho, sintetizando el buen ánimo que quiere comunicar con su música. Para Nil Moliner, más que la esperanza, la próxima estación es siempre la felicidad por encima de todas las cosas, y no está dispuesto a negociar.
Volando en el Sant Jordi
El paraíso de Nil Moliner es expansivo, de acordes mayores y serpentinas, pero también tiene la inevitable vertiente de taburete, guitarra acústica y miles de móviles iluminando el Sant Jordi mientras el público canta las estrofas decisivas. Es un simulacro de intimidad para confesar vulnerabilidades que, sin embargo, se explican desde la épica, tal y como hizo en Por última vez y Querer no me queda tan mal, y justo después en la balada Ara, que ha tocado en el piano hasta que la banda y la lluvia de confeti han intervenido para convertirlo todo en una euforia cómplice de Oques Grasses.
Con este empuje ha disparado después Luces de ciudad, con los cantantes Álvaro de Luna y Dani Fernández como invitados, y ha afrontado el tramo final del concierto con el propósito de ir aún más allá, como cuando ha tocado la batería encaramado en una plataforma en medio de la pista del Sant Jordi mientras sonaba una remezcla de hits de otros artistas, incluida Nochentera de Vicco. Y en otro ejercicio de literalidad, ha cantado Vuela alto volante (cogido por cables) hasta el escenario principal, donde ha tocado con los pies en el suelo para hacer Quan no siguis a prop (el tema que en el disco comparte con Lluís Gavaldà). En un ambiente cada vez más eufórico, ha cerrado dos horas de show poniendo en juego piezas aún más descaradamente bailables, como Bailando y Meneíto, en comunión total y absoluta con el público.