Crítica de música

Un recital de Vikingur Ólafsson que fue una obra de arte total

El pianista islandés deslumbra con unas esperadísimas 'Variaciones Godberg' en el Palau de la Música

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El pianista Vikingur Ólafsson en una imagen de archivo ari magg deutsche grammophon 778399
  • Palacio de la Música. 6 de noviembre de 2023

Máxima expectación para uno de los grandes pianistas del momento, el islandés Vikingur Ólafsson, que hace cinco años ya dio toda una lección a Deutsche Grammophon con su premiadísimo disco dedicado a las Variaciones Goldberg. No descubrimos nada si decimos que la inmensa obra bachiana es una catedral del género pianístico. Y lo avalan muchas interpretaciones (en vivo o en estudio, con piano o con clavicémbalo) que preceden a la de Ólafsson. Sin embargo, el músico islandés marcará un antes y un después ante las treinta y dos partes (el aria de partida expuesta al principio y al final y las treinta variaciones) que integran este monumento musical.

Ólafsson estima a Bach, lo toca prácticamente cada día, porque le entiende como un compositor que aglutina pasado, presente y futuro musicales. Y esto se traduce en su interpretación, porque el pianista entiende las Variaciones Goldberg como una verdadera enciclopedia musical en la que está todo: belleza inaprensible, originalidad formal, dificultad técnica, complejidad discursiva, libertad interpretativa y autoridad canónica. Una obra, como se escribe en la edición de la partitura (1741), “para refrescar los espíritus de los amantes de la música”.

La versión de Ólafsson es genialmente paradójica: robusta, vibrante, poderosa, alejada de mecanicismos estériles, eficaz en el discurso, medición histriónica por el gesto delante y encima del piano, ajustada y medida en el balance de emociones, virtuosística sin estridencias, nítida y transparente. Desde la salida al escenario, Ólafsson lo hace suyo y es capaz de hipnotizar a los oyentes con su paseo digital sobre el teclado. Un verdadero viaje en genuino blanco y negro, como una película de Dreyer o de Ingmar Bergman, por la minuciosidad con la que el músico trabaja cada variación, como si se tratara de una pieza única aislada del resto, pero sabiendo que forman parte de un todo. En definitiva, un recital que fue una obra de arte total al servicio de una obra igualmente total, ante la que toda crítica se convierte en estéril. Y es que –y disculpen que me ponga wittgensteiniano–, frente a ciertas experiencias estéticas, es mejor callar.

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