Crónica

Rosalía se corona reina en su reencuentro con Barcelona

17.000 personas vibran en el primero de los dos conciertos que la cantante de Sant Esteve Sesrovires da en el Palau Sant Jordi

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La Rosalia al Palacio Sant Jordi hoy

Hemos dejado lo mejor para el final. Después de una temporada apretada de macrofestivales y conciertos grandes, medianos y pequeños, este sábado llegaba a Barcelona la joya de la corona. Rosalía, siempre Rosalía, paraba la gira Motomami World Tour en el Palau Sant Jordi sin asignaturas pendientes ni deudas por pagar, solo con la única condición de mantener el idilio existente con su querida ciudad.

La visita a Catalunya llegaba con toda la parafernalia de las grandes ocasiones: 17.000 entradas de dos fechas agotadas a la velocidad de la luz, seguidores haciendo cola a cuarenta grados a la sombra, expectación en las redes sociales digna de una final de Champions League, famosos en la tribuna –omnipresente Ibai– y nerviosos gritos de “¡Rosalía!” en la pista pocos minutos antes de empezar. Pero nada de todo esto es lo que la hace tan especial. Hay varias artistas contemporáneas que igualan el formato. De hecho, hace pocas semanas Dua Lipa completó un espectáculo de proporciones similares en el mismo escenario. La diferencia es que la catalana lo consigue con un disco, Motomami, que busca los límites de la libertad creativa de la música pop de masas. Su gran mérito: trasladar la influencia de Pepe Marchena y Lole y Manuel a la música de hoy, emparentándola con Bad Bunny, Arca o James Blake. Y esto, sin querer compararla con nadie, es mucho más complejo que lo que hacen la mayoría de cantantes de su generación.

Motor y empoderamiento

Este sábado iba de ruido de motocicleta quemando rueda en el escenario y un atronador grito de guerra: “¡¿Chica, qué dices?!” Saoko es la canción que da la bienvenida a la gira y la síntesis de cómo Rosalía experimenta con los géneros y rompe los esquemas. Agresiva, luciendo casco de leds y vestida de cuero rojo, la cantante empezó con este misil tierra-aire que desacraliza el reggaeton clásico y lo marida con chispas de jazz, un recurso muy habitual del hip hop. “Yo soy muy mía, yo me transformo”, cantaba la parroquia ejemplarizando una mutación que no es solo metafórica, porque su tercer disco va fluctuando por texturas sonoras por donde también viaja su directo: ecléctico, diverso y haciendo virajes estilísticos.

De la semibalada reggaeton de Candy a la aceleración de Bizcochito, una de las más celebradas de la noche, en la que está toda la ideología de Motomami, que, a diferencia de El mal querer, no es un disco conceptual. La Rosalía del 2022 se explica desde el empoderamiento (“Yo no soy ni voy a ser tú bizcochito”) y la autoafirmación (“No basé mí carrera en tener hits, tengo hits porque yo senté las bases”). El primer bloque amplió todavía más el universo estilístico de la catalana, acabando con una excelente interpretación vocal en La fama, la bachata que canta con The Weeknd, de quien más tarde también cantaría su versión de Blinding lights (remix).

Acompañada de ocho bailarines, todos hombres, la nueva gira de Rosalía es tan transversal que ha reabierto un debate que parecía superado: la nula importancia de los músicos en este tipo de conciertos. En el Motomami World Tour directamente están escondidos. Se entiende, y es legítimo, que alguien los quiera en primera fila, pero la tendencia es la inversa. La cultura milenial premia el individualismo y este es un show que centra todo su protagonismo en la coralidad del canto y el baile. Todos los focos apuntan a ella, porque sus gestos, sonrisas y miradas forman parte de la narrativa del concierto. “Un escenario es un escenario, y es un lugar sagrado. Pero este, no sé por qué, siempre me hace muy feliz”, dijo la de Sant Esteve Sesrovires, guitarra en mano, antes de interpretar Dolerme.

Subidas y bajadas

En la nueva gira de Rosalía las cosas pasan a toda pastilla. Pero no es atropellado, sabe encontrar momentos precisos de calma entre la tormenta. Pasa con De aquí no sales / Bulerías, la primera aproximación claramente flamenca de la noche. Y de las últimas, porque aunque el género esté presente permanentemente, deja en anécdota las canciones del magnífico El mal querer. Aun así, sorprendería con una inmensa interpretación, ataviada con una larguísima cola, de La plata, de su disco de debut (Los Angeles, del 2018). Pienso en tú mirá llegaría a mitad del repertorio, cuando ya había sonado medio Motomami y empezaban a caer sus canciones colaborativas, como el acelerado dembow de Linda (originalmente con Tokischa) o La noche de anoche, de Bad Bunny, su pista más escuchada en internet y que fue interpretada con fans de las primeras filas. También participarían en la catalanizada –fue el idioma vehicular de la cantante durante toda la noche– Abcdefg, con una interpretación a cappella de Milionària incluida.

¿Momentos especiales? Un buen puñado y coincidentes con los más brillantes del disco. Como G3 N15, la canción dedicada a su sobrino –“cuando la escribí siempre pensaba en qué mayor se está haciendo”, dijo emocionada– y la extraordinaria Hentai. La gracia del Motomami World Tour, que nos permitió escuchar una inédita Aislamiento, es saber condensar en hora y media un repertorio que toca toda la música de hoy sin parecer arquetípica. La combi Versace sonó potente y destructora; Despechá, en cambio, divertida y desvergonzada; Como un g, lenta y emotiva, y Malamente, ya acabando, como lo que es, un clásico para siempre de la música catalana.

Chicken teriyaki fue el inicio del fin en los bises. Un éxito global que nos recuerda que en un tiempo de desafección como el que vivimos, no tenemos a nadie mejor, ni más reivindicable, que a ella. Y porque es un torrente de talento magnífico, pero también por ser nuestra vecina, celebramos las victorias como si fueran nuestras, con una alegría comunitaria. Y así es como se debe tomar cada concierto de Rosalía en Barcelona, como una fiesta mayor de reencuentro entre nosotros y la artista, la figura más internacional y popular que ha dado en este siglo la música del país. Acostumbramos a decir orgullosos que no tenemos rey, pero sí que tenemos reina: Rosalía I de Barcelona. Hasta la próxima.

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