Literatura

Sofi Oksanen: "Si se quiere un bebé blanco, Ucrania es el lugar más económico para conseguirlo"

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Sofi Oksanen a Reykjavik, al 2020, cuando recibió el premio  del Consejo  Nórdico de Literatura por "Purga"

Sofi Oksanen (Jyväskylä, Finlandia, 1977), de madre estoniana y padre finés, no es tan solo una importante voz literaria –es la primera finesa en obtener el premio Nórdico de la Academia Sueca– sino que también lleva veinte años denunciando los abusos de los regímenes autoritarios. En Purga (La Magrana / Salamandra, 2011), su tercera novela, con más de un millón de ejemplares vendidos y traducida a 40 lenguas, hablaba del tráfico de mujeres y de la aniquilación de la identidad estoniana; en Norma (Salamandra, 2020), el trasfondo era el comercio de cabellos. En El parque de los perros (Salamandra, 2022) aborda el negocio de la fertilidad en Ucrania. La autora recorre la Ucrania rural de antes de la invasión rusa: las casas sin agua corriente, los campos de amapolas que sirven para preparar opiáceos más baratos, y las minas de carbón ilegales del Donbás. Es en esta Ucrania donde las chicas jóvenes buscan salir de la miseria, primero como modelos, después recurriendo a las agencias matrimoniales y, finalmente, vendiendo sus óvulos y vientres fértiles a parejas occidentales. Ellas prácticamente no tienen ningún derecho y los clientes, que buscan una criatura, los tienen todos.

Cuando usted escribió el libro no preveía que Ucrania ahora ocuparía todas las portadas.

— Empecé a escribir este libro en 2015 [en 2014 Rusia se anexionó Crimea]. Desde hacía tiempo intentaba escribir una novela sobre el regreso al hogar, pero desde un punto de vista que no fuera el que hemos visto tantas veces: hombres volviendo de la guerra. Desde el punto de vista occidental, la Segunda Guerra Mundial acabó hace décadas, pero para los países de la órbita soviética la guerra acabó cuando los soviéticos dejaron el país. Quería hablar de los desplazamientos que hubo, cuando Estonia o Ucrania recuperaron su independencia.

¿Cuáles fueron las consecuencias de toda esta movilización?

— Fueron las consecuencias de la política de Stalin. La familia protagonista es ruso-ucraniana y vivieron en Tallin, en la Estonia soviética. Y este bagaje multicultural era muy común en la Unión Soviética, porque Stalin quería mezclar a la gente para evitar así los nacionalismos y crear el hombre soviético. Mientras indagaba y escribía descubrí todo el tema de la fertilidad y quedé impactada, porque es un mercado muy libre. En un país corrupto, si alguien tiene una idea de negocio puede adaptar la ley a sus intereses. Cuanto más averiguaba, más veía que es una cuestión con muchos problemas éticos y de la cual no hablamos lo suficiente. Es un negocio del cual se aprovechan muchos corruptos, y tenemos que poner normas, porque le queda mucho futuro. Escribir una novela sobre el negocio de la fertilidad me permitía hablar de cómo la corrupción afecta a las personas corrientes.

¿Cómo se ha convertido Ucrania en un gran negocio de fertilidad?

— Es un negocio inmenso. Ucrania tenía muchos buenos médicos y una gran sanidad heredada de su pasado soviético. En Ucrania nació el primer bebé in vitro de la Unión Soviética. Después llegaron los oligarcas y la corrupción. Y a todo ello hay que añadir la pobreza en que vive buena parte de la población. Todos estos elementos hacen una buena combinación: si se quiere un bebé blanco, Ucrania es el lugar más económico para conseguirlo.

¿Qué opinión tiene respecto al negocio de los vientres de alquiler?

— No estoy en contra de los tratamientos de fertilidad, pero cuanto más sé, más veo que todo está hecho para favorecer a los clientes. El cliente es el rey y las madres gestantes no tienen prácticamente ningún derecho. Necesitamos más control, más normas internacionales, porque actualmente un cliente puede hacer lo que quiera, nadie le prohíbe nada. Controlan totalmente la salud de la madre, pero no los clientes, y hay personas que quizás no tienen intenciones demasiado buenas. Las mujeres que hacen esto lo hacen porque necesitan dinero y, claro, no se pueden pagar un abogado o un médico. Tendrían que poder recibir ayuda gratuita.

Una de las cosas interesantes de la novela es que escribe desde el punto de vista de estas mujeres de quienes nunca oímos la voz.

— Sí. Y hay muchas cosas que decir. No se pueden cruzar ciertas líneas. Es terrible que un cliente pueda ordenar un aborto, y esto pasa porque con los tratamientos de fertilidad hay embarazos múltiples. Y debe haber la obligación de quedarse los bebés. No se puede abandonar un bebé porque no es 100% perfecto o porque en medio del proceso la pareja se ha divorciado. Algunos de estos bebés acaban en los orfanatos.

Usted se ha descrito como una escritora poscolonial. ¿Puede explicarlo?

— Sí. Rusia es todavía un gran imperio que quiere expandirse. Otros imperios han aceptado su pasado, han reconocido la independencia de sus antiguas colonias y han asumido que ya no tienen derecho a intervenir. Rusia no ha hecho nada de todo esto. Yo denuncio su colonialismo.

Lleva muchos años denunciándolo.

— Sí, hace 20 años que escribo sobre esto, ya hace tiempo que tengo claro que Rusia no cogerá el camino de la democracia. Los estados bálticos lo tienen clarísimo desde hace mucho tiempo, pero Europa Occidental no lo había querido ver y esto que había muchas señales de alerta, como los asesinatos de periodistas o la carencia de libertad de expresión.

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