José Sacristán: "El rechazo a Berlanga venía siempre de los mismos: imbéciles, cretinos y necios"

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José Sacristan , actor

BarcelonaLa vaquilla y Todos a la cárcel  son las dos películas que José Sacristán (Chinchón, 1937) rodó a las órdenes de Luis García Berlanga. Suficiente para que el veterano actor hable del "maestro" con reverencia, afecto y lucidez a la hora de valorar la evolución de su cine.

Usted siempre ha reivindicado la comedia popular de los 60 y 70 por el retrato antropológico que hacía de la sociedad española. En este sentido, Berlanga fue uno de sus precursores.

— No, él fue el maestro. Con películas como Esa pareja feliz, Novio a la vista o Bienvenido, Mister Marshall nos retrató de forma magnífica. En el género que yo transitaba entonces había productos más o menos interesantes, algunos francamente buenos, pero quien tenía más talento era sin duda él.

¿Qué representó que el maestro le escogiera para ser uno de los protagonistas de La vaquilla?

— El orgullo de tomar el relevo de la irrepetible galería de cómicos que actuaban en sus películas, unos actores de reparto que para mí siempre habían sido unos genios absolutos, los más modernos y los más buenos: Pepe Isbert, Juan Calvo, Luis Escobar...

Escena de 'La vaquilla'

Fue un gran reto.

— Sin duda. Y Luis no siempre lo ponía fácil. Después del primer día de rodaje, el malvado Luis García Berlanga le dio el papel de Santiago Ramos a Guillermo Montesinos y el de Guillermo Montesinos a Santiago Ramos, que se enfadó mucho con la decisión y quería abandonar el rodaje. Pero entre todos le convencimos que tan buen papel era el uno como el otro y al final todo fue bien.

Y para Berlanga, ¿cómo fue despedirse de su troupe de siempre y adaptar su universo a una época y unos intérpretes diferentes?

— Cuando yo empiezo a trabajar con él, el universo de Berlanga ha cambiado y ya no es el de Plácido o El verdugo. Hay un antes y un después de Tamaño natural. Su mirada cambia y no siente la misma piedad por sus personajes. Cuando el público no aceptó aquella obra tan personal suya, decidió vengarse castigándonos a todos con un tipo de comedia más inclemente. Yo solo puedo decir maravillas de él y celebrar lo que representó para mí La vaquilla y Todos a la cárcel. Pero creo que su relación con nosotros no era la misma. Él estaba más a gusto con los Isbert, Calvo y compañía. Y yo habría estado más a gusto con ellos, también.

¿Y usted cómo se adaptó a su estilo de dirección? Siempre se dice que a Berlanga no le gustaba dar indicaciones a los actores pero también que era muy perfeccionista. ¿Cómo encajaban estas dos actitudes, aparentemente contradictorias, a la hora de planificar las coreografías de sus planos secuencia?

— No es tan contradictorio, porque la complicación no dejaba de ser una cuestión técnica. Para él, una vez te escogía ya tenías que saber cómo era el personaje. No le gustaban los psicologismos y las tonterías. Lo que sí que había que tener después era la disciplina de encajar en aquellos bailes formidables que se desplegaban en los planos secuencia.

¿Cómo era vuestra relación? ¿Iba más allá del vínculo profesional?

— Sí, hablábamos de la vida. De la fascinación y el pánico que nos provocaban las señoras, del cine y de todo. Luis no era la madre Teresa de Calcuta, pero era un hombre con una inteligencia en estado químicamente puro. A su lado no había impostura que valiera, tenías que espabilarte. No era un hombre que se soltara mucho en la ternura pero era respetuoso y cordial.

Durante el rodaje de La vaquilla viviste un episodio que has definido como uno de los más duros de tu carrera. ¿Cómo fue?

— Terrible. Yo tengo un miedo atroz a los toros y Luis quería rodar con una vaca brava. Para hacerlo había que ponerle una inyección para que se durmiera un poco, pero unas veces funcionaba y otras no. Una de las vaquillas se escapó por donde no se tenía que escapar y me entró un pánico terrible y durante dos días no fui capaz de moverme del Paradero. Mis compañeros iban a rodar y yo me quedaba ahí, sintiéndome como un imbécil, un cobarde. Afortunadamente Berlanga lo entendió. Y al final acabamos rodando con una vaca tranquila y yo me reincorporé. Pero fue jodido para mí.

La vaquilla fue un éxito pero hubo quien la criticó porque era demasiado “blanda” en el retrato del bando sublevado. Hoy en día quizás le habrían calificado de equidistante. ¿Molestaba a todo el mundo, Berlanga?

— No, yo creo que molestaba sobre todo a quien tenía que molestar. En general, el rechazo a Luis García Berlanga venía siempre de los mismos: los imbéciles, los cretinos y los necios.

El final de La vaquilla es uno de los mejores del cine de Berlanga junto con el de El verdugo.

— Es una metáfora clarísima: el objeto de la disputa se lo acaban zampando los buitres. De todas maneras, el final de Plácido y el de Vivan los novios no están nada mal.

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