Teatro

Marc Artigau: "Nos tenemos que reír de las aspiraciones que teníamos y de lo que hemos acabado siendo"

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Marc Artigau en una imagen de archivo en Barcelona

BarcelonaMarc Artigau (Barcelona, 1984) es el artista que tiene más obras en cartel en Catalunya simultáneamente. Hasta cinco espectáculos llevan su firma: las adaptaciones de los musicales El petit príncep (Sala Barts), El màgic d'Oz (Teatre Condal) y Cantando bajo la lluvia (Tívoli), el musical de nueva creación Bye bye, monstre (Poliorama) y acaba de finalizar las funciones Ballar (és l'únic que) ens salvarà en el Maldà, pero ya se estrena este jueves la comedia satírica El corredor de karts en la Sala Beckett con la compañía Parking Shakespeare y dirección de Xavi Ricart. Ganador del premio Josep Pla en 2019, a principios de año publicó su última novela, Jo era el món (Destino); da clases en la ESCAC y la Beckett (y a partir de marzo en la ERAM), y cada día hace un cuento nuevo en El món en RAC1. Arola le publicó su teatro completo en un volumen (2009-2018).

Artigau, lo tuyo debe ser un hito histórico del teatro catalán.

— Calla, que me odiarán. Tiene una explicación: hay dos reposiciones y dos obras pospuestas por la pandemia, y ahora parece una cosa que no es.

La Navidad pasada ya me decías lo mismo.

— Como es un país pequeño, estoy más cómodo manteniendo un perfil bajo. Me parece que era Espinàs quien decía que la diferencia entre el libro y el teatro es que mientras dos libros pueden estar juntos en la librería, en el Romea no puede haber dos obras a la vez. Además, yo considero que trabajo con equipos.

¿La buena noticia es que esto quiere decir que se puede vivir del teatro?

— No. Yo puedo vivir de la suma de dar clases una parte del año, del trabajo en el teatro, de la colaboración en la radio y de la escritura de novelas. Esto hace que, si una cosa cae, puedo ir tirando. Pero si solo quisiera vivir de una de las cosas, no podría. Intento ser metódico e ir con antelación. ¡Y trabajo mucho! A los alumnos les digo: donde no llegue el talento, que llegue el trabajo. Todas las obras que escribo, después las reescribo, voy a los ensayos, hablo con el director...

El último estreno es El corredor de karts. ¿Por qué una sátira política?

— Parking Shakespeare me hace un encargo, me pilla la pandemia, y rápido tengo ganas de escribir una comedia. Y me apetece ir hacia mi niñez, a los 80, que ya había visitado en Aquellos días azules, pero para hacer una mirada más política de aquel contexto. El pujolismo me parece un lugar interesante para podernos explicar quién éramos, quién queríamos ser y quién hemos acabado siendo. A partir de la anécdota del argumento empiezo a escribir y después me doy cuenta de que es una sátira política.

¿Y qué hemos acabado siendo?

— Hay una mirada crítica y desencantada. He querido hacer comedia del catalanismo porque lo estimo, no porque lo ningunee. Creo que nos tenemos que reír de las aspiraciones que teníamos y de lo que hemos acabado siendo. También de la corrupción de la cual la derecha catalana disfrutó durante años. Y una de las reflexiones que tiene la obra es que como a todo el mundo más o menos le iba bien, lo que pasara en el mundo no nos importaba mucho. Lo dice un personaje: el éxito de nuestra obra era vivir medio hipnotizados, pendientes de cosas más banales. Una vez en una cena en Valencia, donde montábamos una obra, una mujer del PP dijo: "¿Pero qué os pensáis, que si mandan otros no robarán?" Esta mirada desencantada, pero al mismo tiempo de mucha soberbia y muy egoísta, me gustaba. Es la mirada que ofrece la obra: yo antes que los demás.

Si antes estábamos hipnotizados, ahora estamos en un momento de crisis y tensión permanente.

— Sí. Cuando yo era pequeño, el concepto futuro tenía buena reputación, era un lugar bonito a donde ir. Ahora el futuro es un lugar lleno de incertidumbres y angustias, por el planeta, por la situación política, incluso por la situación de la lengua, el aumento del fascismo... No es un lugar agradable.

Edificas el mundo de los 80 sobre tres pilares: Pujol, Núñez y Juan Pablo II.

— Yo crecí con tres liderazgos marcados, que tienen en común que son hombres no progresistas que están colocados en una figura muy absolutista y que duraron muchos años, y por lo tanto marcaron la manera de hacer de muchas generaciones. Juan Pablo II y Pujol me sirven en la obra por esta mirada democristiana, esta doble moral que sirvió al Govern para marcar un discurso. Es interesante que como mínimo intentamos expiar a nuestros demonios y reírnos un poco. ¿Qué se puede esperar de nuestra generación con estos liderazgos?

Esto es una crítica a los padres, porque este es el mundo que te han dejado.

— Sí, un poco sí. Sé que es ventajista hacerlo con 40 años de distancia. Pero como yo también lo viví en primera persona y aquello nos ha llevado a donde estamos ahora, creo que hay la suficiente distancia para que nos podamos reír. Es verdad que en los 80 se consiguieron muchísimas cosas, pero mi crítica no va tanto por una manera de hacer política concreta sino por una manera de mirar el mundo, la de "si a mí me va bien, quien día pasa año empuja". Solo hay que mirar la baja participación electoral de finales de los 80 y principios de los 90: la gente no se siente llamada a la política si ya le va bien.

El teatro ha empezado a revisar el pujolismo: Guillemos Clua en Justícia, Marc Rosich en A tots els que heu vingut y, más hacia aquí, Jordi Casanovas –que tiene un biopic frustrado de Pujol– ha tratado el Procés en Alguns dies d'ahir.

— Del Procés siento que todavía estoy muy cerca. Yo quería escribir sobre Pujol porque me parece un político de gran talla europea y con una obra de gobierno, que no todos la tienen. Si critico, lo hago a quien considero que lo merece, a quien ha tenido un poder y ha marcado una manera de hacer. Pero mi obra va de la clase media.

Que se dedica al tráfico de misales en Andorra.

— Todo viene del hecho de que mi padre tenía un taller mecánico y una tienda de recambios cerca de la casa de Pujol. Empecé a fabular y acabó con gente que entran en el taller vestidos de curas y monjas, con sobres y misales, y con hipnosis. Es una obra de aventuras.

Hoy el teatro documental se está imponiendo a la ficción. ¿Por qué?

— Yo defiendo la ficción. Para mí la ficción, la metáfora, es fundamental para sobrevivir. A través de la ficción podemos conseguir una empatía e ir a lugares donde la realidad nunca nos colocaría. En la ficción no hay límites. César Aira defiende que en la ficción no le interesa la democracia ni las buenas intenciones, que sí que le interesan como ciudadano. En la ficción se puede ir al tabú, tener una mirada más compleja e ideológicamente sospechosa. La realidad a veces nos pide tomar partido y la ficción nos deja espacio para reflexionar.

¿La novela y el teatro son vasos comunicantes?

— A mí me apasiona escribir historias. No sé explicar la metodología que me lleva a saber que aquello será una novela o una obra. Sí que me he dado cuenta de que las adaptaciones teatrales me ayudan mucho a ver cómo es la arquitectura de escritores que admiro, las cañerías de Calle de los Ladrones, Moby Dick, Les tres germanes...

Que vuelven el año que viene. ¿Dónde te veremos?

— En abril sale la última novela de la trilogía que hemos hecho con Jordi Basté. En mayo estará la reposición de Les tres germanes en el Teatre Lliure [que adaptó con el equipo de Julio Manrique]. Estoy escribiendo una obra para Míriam Iscla y Joan Negrié que irá en junio al Centre de les Arts Lliures. Y en otoño se estrenará el nuevo musical de Els Amics de les Arts con doce composiciones nuevas, Pares normals.

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