Entrevista

Irene Vallejo: “Sentimos con la misma fuerza la añoranza del hogar y la llamada a la aventura”

Doctora en filologia clàssica, és aragonesa i és l’autora del llibre 'L’infinit dins d’un jonc', un assaig sobre la invenció dels llibres al món antic que s’ha convertit en un 'bestseller' internacional
Entrevista
10/07/2021
13 min

¿De dónde sale la necesidad de escribir un libro sobre el origen de los libros?

— El tema de El infinito en un junco me había acompañado durante toda mi carrera académica. Era el tema de mis trabajos de universidad. Enseguida me pregunté cómo circulaban los libros en la antigüedad, cómo se formó el canon y cómo habían accedido o habían quedado fuera del canon las mujeres. Pero, claro, había publicado artículos con una prosa académica y tenía la sensación de contar con un material muy interesante que podría importar o atraer un público más amplio. Quería reescribirlo dando un tono más personal, más literario y sobre todo muy apasionado. Pero el punto de partida fue sobre todo Rafael Argullol, la persona que me propuso escribir, que me animó y el primero que vio el libro que podía escribir. Le estoy muy agradecida.

Esther Vera entrevista a Irene Vallejo

¿Recuerda cuándo nace en usted la fascinación por la lectura y por los libros?

— Primero nació la fascinación por los relatos orales. Mi madre y mi padre me contaban cuentos antes de ir a dormir y me los explicaban sin leer. Eran narraciones con sus propias palabras. Y para mí este era el momento más feliz del día. Tenía la sensación que, pasara lo que pasara, me esperaba un refugio donde encontraba fantasía, historias, palabras. Y aquello para mí era un despliegue maravilloso, como una cápsula en medio de las preocupaciones del día. En la voz de mis padres es donde aprendí a querer a los cuentos. Después llegaron los libros, que eran un misterio. Veía que mis padres eran capaces de descifrarlos, pero yo en realidad solo veía como una especie de hormiguero, como unos insectos sobre la página en blanco, en hileras. Y me preguntaba cómo era posible que sacaran de allá las historias, poemas, relatos y las maravillas que me contaban.

El origen de las historias es su madre, a quien define como “la domadora del caos”, pero el libro nace con su hijo.

— Sí. Tuve un niño que nació con graves problemas de salud y esto nos obligó a pasar un año hospitalizados, o entrando y saliendo constantemente. Fue un gran seísmo, un terremoto en mi vida. Tuve que afrontar la posibilidad de no poder continuar escribiendo por la exigencia de cuidar al niño. Y ahí surgió también el interés por todas las luchas de las mujeres para agarrarse al mundo de la palabra, la escritura y la creación. Me di cuenta de que a menudo la vida te puede empujar lejos del oficio de las palabras y de la creación para devolverte una y otra vez al mundo privado de los cuidados y de la familia. Luché para salvar al menos un espacio mío para continuar escribiendo. Las horas que dedicaba a la escritura de este libro eran terapéuticas. La obligación era el hospital y la literatura era el recreo. Quizás se ha pegado a El infinito en un junco algo de esta sensación de rescate a través de la palabra y de los libros.

¿Por qué edición va el libro?

— La última confirmada es la treinta y nueve. No me lo imaginaba ni remotamente. El ensayo en principio es un género minoritario. Es cierto que es un libro híbrido: que explora una forma de narrar muy novelística, con aventuras, con personajes, malos, héroes, pero al final está dentro de una colección de ensayo y creía que esto podía asustar a muchas personas. Además, es un libro sobre la antigüedad, sobre los clásicos, sobre la pasión por los libros en un momento tan apocalíptico como el que vivimos, en el que parece que la lectura está siempre en peligro, que cada vez somos menos. Así que ha sido un caso verdaderamente de generosidad de los lectores, que han adoptado el libro, lo han recomendado, lo han regalado. Ha sido fantástico, algo desbordante, inesperado.

¿Ha sido un refugio en un momento complicado?

— Los libros están a nuestro alcance, los tenemos en casa, y no nos exigen nada más que un poco de tranquilidad y de tiempo para sumergirnos en ellos. Estábamos muy necesitados de algo que nos rescatara de la obsesión, de la angustia y del miedo, y los libros han venido a contarnos historias un poco como Shahrazad en Las mil y una noches. Todavía estoy conmovida de los mensajes que me llegan de gente que leía el libro y me explicaba que tenían ingresado a su padre o madre, no podían verles, y el libro les había ayudado a soportar, pues no lo sé, una muerte. Es lo más bonito que te pueden decir, ¿no?

En el libro recoge esta cita: “La educación se transforma para algunos en el único trabajo en el que vale la pena consagrar la vida”. ¿Es su motor? 

— La literatura, la lectura, forma parte también de la educación, del pensamiento, de la reflexión. El ensayo es el vehículo para transmitir conocimiento de una forma placiente, para ampliar horizontes: es algo fantástico saber cosas de ámbitos en los que no somos especialistas. Ahora, además, con todo lo que hemos vivido, yo como madre de un niño que ha ido a la escuela en un momento con tantas incertidumbres y riesgos... siento todo el agradecimiento posible hacia los profesionales de la educación, hacia los maestros de mi hijo, que lo ayudan día a día, que lo acogen. Los antiguos, los que llamamos clásicos, fueron quizás los primeros en verbalizar esta importancia de lo que es educativo. Tenían casi solo una palabra para decir cultura y educación, lo llamaban paideia, no hacían distinción entre los dos conceptos. Y me parece bonita esta manera de mirar el mundo, algo que se puede rescatar todavía, y como dice esta cita, al final el saber es lo único que no nos pueden quitar: siempre quedará dentro de nosotros y nos ayudará a imaginar un futuro diferente.

¿Cuál es la primera lectura clásica que le impactó?

— La Odisea, que no fue estrictamente una lectura porque mi padre se puso a explicármela y de hecho durante mucho tiempo pensé que era una historia que se inventaba él. Me deslumbró. Me habían explicado muchos cuentos: de hadas, de Robin Hood y otras muchas historias. Pero la Odisea me llegó hasta la más profunda de las entrañas y no ha dejado de resonar. Recuerdo muchas veces esta historia. Los personajes femeninos son muy importantes, diría que casi más importantes que el mismo Ulises. Todas aquellas mujeres que le rodean: Circe, Calipso, Nausica, Penélope, la misma diosa Atenea. Extraordinarias. Explica muy bien nuestra vida, cómo nos llama la aventura, lo que es lejano, lo desconocido, como Ulises. Pero al mismo tiempo tenemos siempre la añoranza del hogar. Estamos como basculando entre la necesidad de sentirnos seguros en casa, Ítaca, y la necesidad de viajar al camino de Troya. Y esto es la vida. Entre la seguridad y lo desconocido, que nos llama con la misma fuerza.

¿Siempre tuvo claro que la erudición del libro la tenía que disfrazar, para decirlo de alguna forma, de novela?

— Sí, este fue el punto de partida. Para mí tenía que ser un experimento. De hecho, lo es. Lo concebí como un ensayo experimental que consistía en transmitir conocimiento, datos que yo había conocido y recogido en mi investigación académica. Pero quería explicarlo como si fuera un relato, una gran novela, como si fuera la épica del conocimiento y los libros, la lucha contra el olvido todopoderoso. Me lo planteé de este modo, como un aeda, un viejo juglar que explica una historia llena de aventuras, de personajes, y ya empieza al galope con estos jinetes misteriosos. Y acaba con unas mujeres también a caballo que harán algo muy diferente, aunque de alguna manera cierran el círculo. Entre estos jinetes y estas amazonas se despliega toda una historia llena de viajes, peligros, censura, tensiones, investigaciones, invenciones, bibliotecas míticas, libreros en peligro... Todos estos personajes, al fin y al cabo, son los predecesores de los lectores y las lectoras de hoy que mantenemos viva esta aventura.

Irene Vallejo

Hablando de bibliotecas míticas, la gran biblioteca es la de Alejandría.

— Sí, fue maravillosa. Empezaron a pasar cosas que han dejado huella sobre el mundo en el que vivimos hoy. La más importante es la traducción. Por primera vez se crea un proyecto de traducción a gran escala, que significa una nueva actitud de respeto hacia las lenguas, de escuchar voces de otra cultura, de otro mundo, y considerarlas valiosas. Esto ha transformado totalmente al mundo. Ya no nos conformamos con lo que es nuestro: queremos escuchar, formar parte de una humanidad más amplia. Para un mundo realmente cosmopolita, la traducción y el respeto por la variedad y la diversidad de las lenguas es esencial. Y esto también nace en Alejandría. Y por eso El infinito en un junco es también un canto a las traducciones, a la convivencia y a la conversación entre culturas diferentes.

No es un ensayo apocalíptico, en el sentido que defienda únicamente al libro físico. Usted es optimista respecto a la diversidad de formatos.

— Sí, sí. Creo que se trata de lo mismo, ¿no? Del mismo modo que es beneficiosa la diversidad de lenguas, es beneficiosa la diversidad de formatos del libro. No creo que se tenga que entender como una competición, sino como una coexistencia, una convivencia. Esta actitud nos beneficiaría en la vida en general. Tener más opciones, más posibilidades, más libertad de elección, tiene que ser bueno. No es el primer momento en el que conviven varios formatos del libro. Ya pasó en la antigüedad, cuando había rollos y libros como los conocemos hoy. Libros de páginas, códices y también tablets. Y no fue un problema. Cada uno se especializa y cada persona puede utilizar estos formatos según le convenga. Lo que hace es enriquecer nuestra experiencia. Los libros electrónicos no expulsarán los tradicionales, evolucionarán juntos y se enriquecerán los unos a los otros.

En la biblioteca de Alejandría había más de 700.000 manuscritos. ¿Cuándo empieza su fascinación por aquella maravilla?

— Cuando empecé el ensayo me pregunté por dónde entrar. Es una historia tan larga y con tantas peripecias: la invención de la escritura, la oralidad, la Atenas clásica... Y después pensé: tienes que entrar por la biblioteca de Alejandría, porque simbólicamente es el momento más poderoso de la historia de los libros en la antigüedad. Una ciudad nacida de un sueño de Alejandro Magno, construida en el delta del Nilo. Un símbolo de la cultura europea, pero fuera de Europa también, en este diálogo entre lo que está dentro y lo que está fuera. ¿Y cómo podemos reconocernos en algo que es parcialmente extraño y diferente? ¿Cómo se conjuga una identidad fuera del lugar donde tradicionalmente hemos entendido que está la capitalidad, Atenas y Roma? Y me parecía bonito este cruce entre Oriente y Occidente, entre todo el legado inmenso que hemos recibido de culturas anteriores y lo que consiguió el mundo clásico y una capital que, además, ha sido un territorio literario privilegiado, ¿no? Kavafis, el Cuarteto de Alejandría, es un lugar que forma parte de nuestras leyendas literarias, que está poblado por los recuerdos. Además, cuando estudias el libro y te preocupas por investigar, todos los caminos llevan a Alejandría.

También habla del museo, del que sabemos poco.

— Era un templo dedicado a las musas, no era lo que ahora entendemos por museo. Aunque los museos de hoy derivan de aquel primer museo, sería más un centro de investigación. Los reyes griegos de Egipto decidieron reunir las mentes más brillantes de la ciencia y las letras y pagarles. Vivían y comían juntos en una mesa donde intercambiaban ideas. Ahí hubo un apogeo de teorías, de ideas, de conceptos, que tuvieron un impacto enorme sobre el futuro. Con la biblioteca a su disposición, con todo el saber del pasado y con la idea de este saberse renovar constantemente. El saber no es un fósil del pasado. Los libros no son solo tradición, son un camino hacia el futuro. Es importante insistir en esta conexión entre lo que nos ha precedido, lo que vivimos ahora y lo que está en camino, como dice Marina Garcés en Escuela de aprendices.

La esperanza de vida de las ideas pasa por los libros, ¿no?

— Claro, sin libros estaríamos repitiendo y teniendo que volver a inventar y a descubrir lo mismo una y otra vez. En el momento en que no hay libros, todo depende de la memoria, y la memoria es frágil. Con los libros no hay nada que fracase del todo. Lo hemos visto en la historia, cuando revoluciones o ideas que fracasaron encuentran su proyección y oportunidad tiempo después.

La biblioteca de Alejandría desaparece entre las cenizas. ¿Quemar libros es uno de los actos más simbólicamente devastadores?

— Sí, y es una especie de lugar común. Desde que existen libros, existen las hogueras de libros, como la cara y la cruz del mismo fenómeno. Se han quemado libros a lo largo de toda la historia con saña, y se continúa haciendo. Evidentemente es un ataque a las ideas, a la memoria. Recuerdo el caso de la biblioteca de Sarajevo, bombardeada con el propósito de destruir la memoria de un pueblo. Indirectamente, es una manera de reconocer que los libros son muy poderosos.

Usted reivindica el papel de las mujeres en esta transmisión del conocimiento oral.

— Las han obligado a vivir en la marginalidad de la literatura, de la creación y del mundo intelectual. Hay que reivindicar la tarea que han hecho como maestras, pensadoras, escritoras y creadoras. En la antigüedad tenemos la sensación de que no existieron, que estuvieron ausentes. Y no es así. A pesar de todas las dificultades y obstáculos, sí que estuvieron y sí que aportaron y crearon. El primer texto firmado de la historia lo escribió una mujer, un hecho importantísimo y bastante desconocido, que tendría que salir en todos los libros de texto y en cambio es una ausencia clamorosa. Y he hecho investigación y mención de muchas autoras. Y después intento también rendir homenaje a las mujeres que no accedieron a la alfabetización, que es poder, y quedaron relegadas a la oralidad, pero que han tenido un papel muy importante. Me parece bonito, por ejemplo, que hablemos de lengua materna. Me interesan también mucho las metáforas de la costura en la creación narrativa: el nudo de un relato, perder el hilo cuando estamos hablando, bordar un discurso, tejer historias... Me transporta a los momentos en que a las mujeres se las destinaba a los telares. Posiblemente se reunían y se explicaban historias al mismo tiempo que tejían. Para mí es un fósil que nos remite a un momento en que la narración surgía, brotaba de voces femeninas. Creo que las mujeres estamos en la raíz misma de los relatos.

Recuperemos el nombre de esta mujer que hizo unos himnos que datan de 1.500 años antes de Homero. ¿Se llamaba Enheduanna?

— Enheduanna o Enkheduanna. Es una mujer fascinante que escribió, por supuesto, mucho antes que Homero o quien fuera, que el autor de Gilgamesh. Además, hace su aparición con una convicción, una seguridad, pasmosa. Era sobrina y tía de reyes, quizás hija, pero lo que llama la atención es que estaba muy convencida de su propia valía y decía: “Lo que yo he hecho no lo ha hecho nadie antes”. Dice que la diosa la visita, la posee, ¿no? Y después de esta posesión ella da a luz al poema: es una metáfora que tiene mucho que ver con el acto de crear como procrear. Es bonita, esta conexión. Por desgracia, después se produce un gran silencio de las mujeres y tardamos mucho en volver a tener un texto de una mujer que realmente tenga relevancia histórica. Ya tenemos que pensar en Safo y en otras autoras.

A usted también la fascina Agripina.

— Escribió unas memorias que se han perdido. Pero habría sido fascinante ver como una mujer dentro de los círculos del poder explicaba la experiencia del imperio y las altas esferas de Roma. Era una mujer fantástica, madre de Nerón, mujer de Claudio. Debía de tener una visión del mundo romano que seguramente habría sido un contrapunto fascinante a todo lo que sabemos.

Antes de ‘El infinito en un junco’ publicó dos novelas. ¿Tiene previsto volver a ello? 

— Me gustaría mantenerme en los dos lados de la frontera, incluso negar esta frontera que separa ficción y no-ficción, porque me parece totalmente artificial. Al final, definir la no-ficción por lo que no es, es injusto. Y sí, me gustaría continuar escribiendo novela, explorando un poco estos territorios fronterizos, estos textos mixtos, novelas de ideas, ensayos de aventuras. Ahora tengo en la cabeza una novela y un ensayo, y estoy viendo cuál de los dos toma la primera posición.

‘El infinito...’ ya tiene treinta y cuatro traducciones.

— Sí, treinta y cuatro en marcha. La primera fue la catalana en Columna, y quiero agradecerlo especialmente a mi editora y a la traductora, Núria Parets. El catalán es una lengua que significó mucho en mi infancia, cuando veraneaba en Sitges; siempre imaginé que tenía que ser la lengua en la que hablaban las sirenas. Y bien, después se ha publicado también en portugués, gallego, holandés y finés. Las otras traducciones, atrasadas por la pandemia, irán saliendo entre otoño y el año que viene: la francesa, la italiana, las lenguas nórdicas, la polaca, la húngara. También habrá al árabe, chino, japonés, coreano. Y después ya llegarán el inglés y el alemán.

La autora de 'El infinito en un junco'

El covid no le ha permitido trasladarse para ver a sus lectores en otros países, pero sí que vino por Sant Jordi.

— Fue muy emocionante cuando, después de tantos meses de confinamiento, realmente los libros volvieron a la calle y tuve la oportunidad de ser la pregonera en Barcelona. Fue como efervescente, aquel día, lo recuerdo como un símbolo de la esperanza de que los libros vuelven y que la primavera vuelve y que nos encontramos alrededor de las páginas.

Usted habla en el libro de su abuelo y dice que hacía “el bien que no se nota”. ¿‘El infinito...’ ha sido el “bien que no se nota” cuando estábamos encerrados? 

— Me gustaría pensar que sí. Acoger algunos lectores, trasladarlos a otros universos y momentos históricos donde encontraran las raíces de lo que queremos, que son los libros, la cultura y la literatura... Ha sido como llevar un poco de esperanza en un momento apocalíptico para la cultura, y con la pandemia, apocalíptico en todo lo que es humano. Los clásicos nos transmiten este mensaje de esperanza: salimos adelante, vencemos todos los obstáculos como los mismos libros. Atravesamos épocas de pandemias, de guerras y destrucciones, y sin embargo, la palabra continúa viva, invencible. En estas ideas, en la reivindicación de la educación, la sanidad, del proyecto colectivo que estamos construyendo, la gente ha encontrado un poco de esperanza cuando parecía que todo se hundía. Y sí, recuerdo muchas veces al abuelo, que pensaba que siempre predomina y hace más ruido el enfrentamiento, la desgracia, la catástrofe. A menudo nos olvidamos de que hay muchísima gente implicada en el esfuerzo para que las cosas se hagan bien y el mundo de alguna manera progrese. A todos estos actos anónimos, aislados e idealistas hay que darles su reconocimiento.

¿El libro también fue un acto idealista?

— Creo que sí. Escribir sobre los clásicos en un momento en que las humanidades están tan amenazadas parecía francamente ingenuo. Y sin embargo, se ha visto que hay mucha más gente de la que nos hacían pensar que es sensible a este llamamiento y que quizás quiere un mundo más humano y un mundo en el que buscamos el diálogo y el entendimiento.

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