Crítica de teatro

Angélica Liddell: despechada y vengativa entre el exorcismo y la expiación

Un nuevo triunfo del artista ante sus fans en el Festival Temporada Alta

2 min
Una escena del espectáculo 'Vudú (3318) Blixen', de Angélica Liddell
  • Creación: Angélica Liddell
  • Con Nicolas Chevallier, Ian Gualdani, Angélica Liddell, Borja María López y Gumersindo Puche

Angélica Liddell. Siempre igual y siempre distinta. Siempre excesiva. Esta vez en la palabra y la duración. Cinco horas y 31 minutos de masturbación anímica y brillante verborrea rabiosa. Una liturgia del dolor, del amor y del sexo, una más, en cinco actos y cuatro entreactos en los que cabe la carta a los Corintios de San Pablo, una versión del Ave Maria, el himno de la legión y La alegría de vivir de Ray Heredia. Un totum revolutum que hizo levantar al público que llenaba el Teatre de Salt incluso antes de que cayera el telón, cuando Angélica Liddell cerraba su funeral con 101 cañonazos, fumando un cigarrillo, tirando la ceniza en el ataúd, moviendo sensualmente las caderas y los brazos y mirando fijamente aquella platea a la que acababa de maldecir la sangre. Un quinto acto en el que la diva se atreve con un oscuro total de unos veinte minutos a telón levantado mientras oímos la diatriba con la que invita al suicidio como salida vital frente a la podredumbre del ser humano y flirtea con el demonio asegurando que “desde el infierno se ve mejor a Dios”.

Angélica Liddell, despechada y vengativa entre el exorcismo y la expiación. Una cascada como la de Iguazú de palabras que brotan ensangrentadas de las entrañas anunciando la muerte inminente. ¡Qué furia! ¡Qué memoria! ¡Qué brutalidad! Uno se siente entre el despecho del amante que ruega que no lo abandone (Ne me quitte pas) y el ansia de la venganza absoluta en la que se cuela el relato gore del sacrificio y muerte de la perra Nefertiti que tensa el horror hasta la risa en el primer acto. Y pasas por la apasionada autopsia del donjuanismo del segundo acto en el que el amor y el odio se mezclan insoportablemente para caer en un tercer acto silente, de imágenes de pretensiones poéticas con las ceremonias vudús convenientemente ilustradas con el plumaje de gallinas (afortunadamente muertas). Más horror en el cuarto acto, con la narración de un drama real: la aparición en un vertedero de los restos de dos niños desaparecidos en Toledo, la Navidad de 2022, y con un doble mortal sin red vuelve al dolor insoportable de la mujer abandonada. Liddell siempre igual. Siempre distinto. Siempre atormentada. Siempre impactante. Y un nuevo triunfo frente a sus fans. De los viejos y los nuevos.

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