Teatro

Teresa Cunillé: "Con cien años todavía tengo memoria, me estudio las cosas y me acuerdo"

Actriz

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BarcelonaLa actriz Teresa Cunillé (Sabadell, 1924) asegura que no tiene "ningún secreto" que le haya permitido llegar –este martes– a los cien años. Con una novela entre las manos –Las islas interiores, sobre la hija de Ildelfons Cerdà–, Cunillé repasó este junio su carrera para el ARA. Está considerada una de las actrices catalanas más importantes del siglo XX: ha participado en más de un centenar de obras y es la actriz que más ha trabajado en el Teatre Romea de Barcelona. Estuvo en activo hasta los ochenta años, con directores como Hermann Bonnín, Joan Ollé y Sílvia Munt. "Con cien años todavía tengo memoria, me estudio las cosas y me acuerdo", avisa. En el terreno institucional, Cunillé dio su archivo al Institut del Teatre, y en 2018 la propiedad del Romea y la familia de Teresa Cunillé crearon el Premio Teresa Cunillé, dedicado a trabajos originales sobre la historia del teatro catalán contemporáneo. Y el Teatre Romea acogerá el próximo 28 de octubre Teresa Cunillé, 100 años. Una vida de teatro, un acto de celebración del centenario de la actriz presentado y conducido por el dramaturgo y director Jaume Viñas y la actriz Lloll Bertran que contará con la presencia de figuras conocidas de las artes escénicas catalanas como Josep Maria Flotats, Sílvia Munt, Francesc Nel·lo , Lali Barenys, Anna Güell, Maite Guisado y Àlex Casanovas.

Su trayectoria empezó de la mano de su padre, Jaume Cunillé. Incluso montaron un dúo cómico.

— Ocurrió que tenían que hacer la zarzuela El manojo de rosas y mi padre hacía siempre el tenor cómico. Le acompañaba una tiple cómica y un día se puso enferma. Buscaron por Barcelona, ​​a ver si encontraban una libre, y yo le iba diciendo: "Papá, que yo me lo sé". Al final me dijo que lo proviéramos y lo hice. Y mira si lo hice, que a partir de entonces la tiple cómica de nuestra compañía era yo. He hecho las tiplas cómicas de 25 zarzuelas.

Así que el teatro llegó después.

— En aquella época hacíamos zarzuela, pero entonces fui al Institut del Teatre. A mí me gustaba la comedia y empezamos a hacer alguna en Sabadell con los aficionados.

Le gustaba más la comedia que el drama.

— A mí me gustaba el teatro y hacer papeles cómicos. Cuando fui, el Institut del Teatre era un instituto pequeñito en un palacete de la calle Elisabets. En cada curso había como máximo ocho alumnos y, al terminar el último, había un premio, el Premio Extraordinario Enric Jimènez. Yo lo recibí en 1944.

Con la experiencia previa que tenía, ¿qué más aprendió?

— En el instituto me enseñaron muchas cosas, teníamos profesores magníficos como Marta Grau, que era una mujer estupenda. Estaba el Salvador Codina. Todos eran muy buenos. De maquillaje había un hermano de Margarita Xirgu, Miquel Xirgu. No era como el Institut del Teatre de ahora, como mucho éramos siete u ocho.

Fundó una compañía de teatro con su marido, Domènec Vilarrasa, la Compañía Joan Maragall. Sin embargo, entonces no se debió hablar de conciliación familiar. ¿Cómo lo hicieron?

— Era una época distinta, cuando trabajaba en la compañía de mi padre yo era muy jovencita. Mi padre estaba enfermo del corazón y murió el día de San Esteban de 1951. Entonces, a mi marido ya mí ya nos habían contratado en el Teatre Romea y al día siguiente de la muerte del padre vinieron el señor Regàs y el señor Serrat , que llevaban el teatro, y me dijeron que debía actuar porque tenían tres funciones vendidas, no podían suspender y mi papel no podía hacerlo nadie. Así que, con mi padre de cuerpo presente, tuve que realizar las funciones, que, además, eran de una comedia. Tenía que interpretar a una mujer alegre y me pasaba la obra riendo, y lo hice.

Los horarios debían de ser muy duros.

— Después de comer, teníamos que estar en el teatro a las cuatro de la tarde porque teníamos ensayo hasta las seis. A las seis hacíamos una comedia infantil y después otras dos comedias. Y muchas veces, si la comedia que habíamos hecho no daba dinero, teníamos que estrenar otra y, tras la función de la noche, volvíamos a ensayar. Y esto todos los días.

De la compañía Joan Maragall se ha dicho que quisieron recuperar la tradición de las cooperativas catalanas en pleno franquismo. ¿Cómo vivieron la represión franquista, cómo lo hicieron para gestionar la censura?

— Era muy gracioso, porque un día nos decían: "Hoy vendrá la censura, esa frase no la digas, y esa otra tampoco". Ese día no decíamos esas frases y no pasaba nada.

Uno de los autores con los que más trabajaron fue Josep Maria de Sagarra.

— Siempre hacíamos obras de Sagarra, siempre. Ocurre que al principio decíamos el texto muy cantado, pero después empezamos a darle un tono más natural a las interpretaciones. Y cuando decidí que debía plegar, a los ochenta años, recogí en un espectáculo titulado Mujeres como yo una docena de los tangos de obras de Sagarra, muchos de los cuales ya había realizado. Todas las obras de Sagarra poseen un tango de la primera actriz y uno del primer actor. De El hostal de la Gloria hice todos los papeles: cuando hacía teatro en Sabadell de jovencita hice el papel de una niña, más adelante la hermana y cuando la hice en Barcelona con Rosa Maria Sardà fui la vieja.

¿Le gustaba Sardà? ¿Y alguna actriz más?

— Sí, Sardà lo hacía muy bien y nos aveníamos mucho. También me avenía mucho con Silvia Munt, con quien hice muchas obras.

Antes hablábamos de la censura franquista, pero ahora todavía se censuran obras, como ocurrió con Muero porque no muero, de Paco Bezerra. ¿Qué le parecen casos como éste?

— Lo veo mal. ¿Por qué deben ponerse con el teatro? El teatro es el teatro. El teatro debería ser libre y poder hacerlo todo, porque precisamente se trata de dar a conocer las cosas que pasan.

Ahora las actrices teatrales y del cine que sufren abusos tienen más facilidades para denunciar. ¿Antes pasaba igualmente pero estaba silenciado?

— Yo nunca me encontré con ella, ni mis compañeras. Sí recuerdo una noche que tenía que hacer una sesión de doblaje y acabé a las doce y media de la madrugada. Cogí un taxi para volver a casa y, un rato después, me di cuenta de que junto al taxista había otro hombre escondido. Me puse a gritar que se detuviera y llamé tanto que abrió la puerta y bajé. Pero desde allí hasta mi casa fui corriendo. Ese día tuve un susto gordo.

También ha hecho cine.

— Es muy distinto, el cine. El texto lo dices de forma más natural. Mi padre siempre decía que no tenía que trabajar para el de la primera fila, sino que el de allá arriba tenía que sentirme. En el teatro das naturalidad al texto, pero en cierto modo no, porque debes proyectar la voz para que te oiga todo el mundo, y también debes forzar más la expresión. Hice un papel muy bonito con Rosa Vergés enMaresme, me lo pasé muy bien.

Trabajó en Nizaga de poder. La televisión le dio aún más popularidad.

— ¡Sí, la gente me felicitaba por la calle!

¿Le gustan las series?

— Sí, me gustan por los argumentos y las interpretaciones. Los jóvenes lo hacen muy bien, pero hay alguna actriz, pobrecita, que le ayudaría, pero no hay forma.

De usted y de su marido dijeron que tenían casi el mejor catalán de la escena.

— Lo publicó la revista Sierra de Oro. No sé, hablábamos el catalán que nos habían enseñado en casa.

Cuando terminaba la temporada en el Romea salían de gira. ¿Le gustaba?

— Sí, lo hacíamos bien. Cada día nos recogía un autobús a las dos de la tarde y nos lo pasábamos bien. Todo el verano íbamos de un pueblo a otro. Una vez hicimos la función sobre cuatro cajas, ¡casi no nos podíamos ni mover!

¿Cómo se conocieron con su marido?

— Como yo hacía teatro con mi padre, el director de una escuela de repaso de Sabadell a la que iba mi marido me dijo que tenían un cuadro escénico y que les gustaría colaborar con nosotros. Yo era jovencita, tendría 13 o 14 años. Me dio la obra, que era un drama terrible, El soldado de San Marcial. El día del estreno no sólo sabía mi papel, sino también toda la obra. Mi hombre me dijo que ese día le enamoré, ya los 16 años ya me pidió la mano y nos casamos a los 20. ¡Festejamos ocho años y nos casamos vírgenes!

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